La lenta guerra, las batallas urgentes

Por: José Roberto Duque

A la memoria de Elegido Sibada, Comandante Magoya

Está eso que llaman sentido de la oportunidad, nombrado también sentido de ubicación en la historia o, muy pretenciosamente, detección y comprensión de los ejes diacrónico y sincrónico del proceso (me dolió la mandíbula cuando traté de recitar eso en voz alta).

Por no saber navegar en estas aguas fue que el 11 de abril de 2002, en el mariquerón ya prendido de las horas del mediodía, Venezolana de Televisión se dedicaba a transmitir un lento y masticado programa sobre la siembra y cosecha del maíz. Ya antes Chávez había despedido a un presidente de ese mismo canal por dedicarle largas horas a la retransmisión de las Olimpiadas de Moscú (sí señor, aquellas de 1980) mientras Globovisión nos reventaba a pingazos desde todos los ángulos informativos y opináticos.

Está también esa cuestión llamada ética

Recuerdo que en pleno 2007, con las calles hirviendo de sifrinos peleones en el ocaso de RCTV, y en el umbral de una confrontación callejera que parecía inevitable, los boveros nos reunimos varias veces para aceitarles las tuercas a unas viejas escobas de barrer mierda que guardábamos por ahí, y para discutir sobre quiénes y cómo íbamos a participar en el merengue y el sandungueo cuando ya los cuerpos policiales dejaran de formar barreras de contención. Dos intervenciones de aquellos camaradas se me quedaron grabadas. Una: «Hay que identificar es a los mercenarios y a los pacos infiltrados en esas marchas de escuálidos, porque yo no me imagino cayéndome a coñazos con unos muchachos de la edad de mi hijo». Otra: «No hay que tener valor para salir a enfrentarse a esos bichos así todo viejo y fuera de forma. Arrechamente valiente es plantarse en una reunión de camaradas y decir: ‘Compas, yo no debo salir al frente a pelear porque mi cuerpo ya no da para eso, mi presencia ahí sería un estorbo. Nuestros combatientes tienen que ser los mejor preparados física y mentalmente’. Pregunto: ¿eso ustedes lo verían como una actitud responsable o como un acto de cobardía?». Por fortuna o desventura, hoy nos sentimos en la mejor forma física y espiritual de nuestro pobre medio siglo de vida.

Esos puntos previos nos traen a ese asunto llamado FORMACIÓN; curiosamente, un término bastante deformado a conveniencia de alguna gente.

La formación abarca todas las parcelas de la dinámica vital

Si las batallas fundamentales de este tiempo se dieran solamente en el delicado ajedrez de los debates habría que darles la razón a quienes pregonan que formarse consiste únicamente en leer, leer, leer mucho. Rebatir eso es tan fácil como recordar que existen parcelas formativas (formación ideológica, militar, para el trabajo manual; incluso formación artística y hasta sentimental), y que todo aspirante a ser un revolucionario integral debería invertir tiempo y esfuerzo en echar al menos un pie en cada parcela.

Teodoro Petkoff, a quien las leyendas urbanas y el esnobismo de la clase media y la burguesía le otorgan la falsa etiqueta de «ex-guerrillero» (lo más chic, cool, guao: tomarse una foto con un tipo de quien se dice que echó plomo en las montañas, aunque eso no sea verdad), gusta de llenarse el hocico asegurando que él enseñó a leer a un señor combatiente analfabeta llamado Elegido Sibada, «Magoya»; este sí, un luchador de la era romántica de la Revolución venezolana, paladín de la lucha armada.

Magoya acaba de morir. De él se decía en su tiempo que tenía poderes sobrenaturales, y que al momento de escabullirse se transmutaba en tigre sin cola. Pero su único poder confirmable es el que da la condición de guerrero del pueblo; ningún ejército podía alcanzarlo en las montañas de su niñez y de su hombría, y ningún Douglas Bravo le hizo sombra jamás en aquel Frente Guerrillero José Leonardo Chirino, orgullo de la historia falconiana.

No se ha comprobado que Petkoff haya alfabetizado al guerrillero, pero váyalo sabiendo: en caso de que sea verdad, Magoya lo rebasó en todas las demás aristas de la formación humana, ya que Teodoro nunca aprendió a pelear ni a sembrar ni a construir viviendas ni a sobrevivir en la selva ni a vivir entre la gente del pueblo más humilde ni a respetar sus principios. Hoy en día y desde hace mucho tiempo Teodoro Petkoff se regodea con los enemigos del pueblo, mientras que Magoya permaneció hasta el final en las montañas de Falcón y Yaracuy, FORMANDO gente joven para el futuro, sea lo que sea que éste nos depare: para la producción de alimentos, para la guerra, para la vida al margen del sistema.

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La larga guerra del pueblo contra los opresores nos ha sorprendido muchas veces dedicándole tiempo (a destiempo) a asuntos que requieren ritmos distintos, ámbitos distintos, momentos distintos. En la relativa holgura del petróleo a más de 100 quisimos guerrear y acelerar procesos que la historia igual nos iba o nos va a llevar a resolver, sin tanto desgaste ni tanta sangría instantánea (¿artículos o reflexiones nuestras con las cuales diferimos en buena parte? Aquí va uno de 2007). Y hoy, cuando ya se asoma el tiempo del cuerpo a cuerpo, la coyuntura nos sorprende distribuyendo semillas con qué alimentar gente en unos meses.

Hay que estar listos para la larga guerra donde incluso ya no estaremos vivos

Pero las cuentas nos van cuadrando y ya nos es posible defendernos en su coreografía de números y de expectativas. Estar listos para la larga guerra donde incluso ya no estaremos vivos, mientras le echamos músculo al conuco y a la agitación comunal, mediática o callejera, es una buena forma de verificar y de anunciar que no andamos perdiendo el tiempo. Sólo que estas no son horas de andar justificando ni exhibiendo informes individuales, sino de conjurar un fantasmita que nos anda rondando: el terror a la posibilidad de que muchos camaradas anden más deprimidos que en clave de preparación para lo que viene.

El tiempo transcurrido nos indica que el socialismo es algo que nos llevará y nos ha llevado décadas o siglos de lenta maceración, y que el fragor de los combates debería agarrarnos preparados para alimentarnos en 2020 y también para los candeleros de esta semana o la que viene. El frenético que se desesperaba porque Chávez estimulaba la agroindustria hoy ha entendido que el conuco es una trinchera de lenta construcción, y que mientras se construye «algo» tiene que procurarnos alimentos y ese algo es la producción intensiva y extensiva de alimentos mediante procesos industriales. Lamentablemente, por ahora, mientras vamos levantando un modelo es preciso sobrevivir como país en el otro.

El acelerado que deploraba las reuniones de Chávez con Carter y Cisneros ha tenido la serenidad suficiente para comprender que el arte de la política tiene sentido y pertinencia, más allá del sabroso discurso de la destrucción del enemigo. A propósito, así titulábamos un artículo hace 5 años y medio: «La guerra lenta y la destrucción del enemigo«.

Es bueno para el espíritu esto de sabernos contradictorios, dinámicos y cambiantes como los tiempos que transcurren, y descubrir después del recuento que le seguimos siendo fieles a las líneas maestras que nos han movido dentro del chavismo.