Mujer y cuestión de género: concepción revolucionaria versus feminismo burgués

Por Paula Jiménez, militante del Movimiento Bolivariano

Desde los albores de nuestra especie,  la mujer ha ido sorteando obstáculos y ganando espacios para lograr demostrar sus múltiples aptitudes a la par de los hombres. Un camino plasmado de incomprensiones y represiones, tanto de la sociedad misma como desde su entorno más próximo.

Sumidas durante siglos bajo el dominio de un modelo patriarcal, las mujeres han librado mil batallas en aras de lograr un espacio igualitario, acorde con el desarrollo mismo de la sociedad. En las luchas por su liberación, se han involucrado en procesos emancipadores en diferentes realidades a lo largo y ancho del planeta.

Para ello han debido superarse y puntualizar conceptualizaciones sobre lo que es realmente el feminismo revolucionario, cual antídoto para no intoxicarse con la ponzoña del feminismo burgués. Por eso la importancia de conocer lo que realmente separa la visión burguesa de la “emancipación” femenina de aquella revolucionaria, despojada ya de estas taras del pasado e imposiciones del presente.

¿Qué diferencia existe realmente entre el feminismo burgués y el revolucionario? Es una pregunta más que necesaria, vital para las mujeres que buscan y luchan por una sociedad distinta.

El primero trata la problemática de la mujer desde la piedra angular de la compatibilidad con el capitalismo, está encaminado a reivindicaciones puntuales de las mujeres de clase media y alta, es un feminismo pro-institucional y es expresión de la ideología burguesa, en sintonía con la cual  desconoce la centralidad de las luchas de las trabajadoras, mujeres pobres, obreras, indígenas, campesinas, etc.; en esencia, el feminismo burgués se concibe a sí mismo como vía para que a las mujeres también se les reconozca el derecho de enriquecerse, explotar y ocupar cargos.

Para el feminismo revolucionario, por el contrario, la lucha de las mujeres es parte constituyente e inescindible de la pugna a muerte contra el sistema capitalista, para alcanzar la liberación de género en el marco de la liberación social. Su crítica del patriarcado y del machismo es demoledora en la medida en que es radical, puesto que lejos de estar adornada con retórica y sofismas, va a la raíz de las contradicciones y se nutre del marxismo.

Aclarar esta diferencia de enfoque, lleva a considerar los pilares fundamentales del marxismo. La base crítica que separa el marxismo de todo pensamiento burgués es su sustento conceptual que se desarrolla sobre tres ejes fundamentales, a saber: la teoría de la plusvalía o explotación, la teoría del Estado y la teoría de pensamiento.

La teoría de la plusvalía obedece a una estructura de explotación que funciona objetivamente. Según Marx ella consiste en el valor que genera el trabajador por encima del dinero que representa su esfuerzo laboral, que no le es pagado y que pasa directamente a manos del capitalista. Esta apropiación de la plusvalía (del excedente), a la cual se llama ganancia, está en la base de la explotación capitalista. La teoría marxista señala que la explotación existe debido a la presencia de un estado burgués que favorece la perpetuación de la misma.

La segunda analiza como el Estado burgués opera en interacción con otras fuerzas dentro del mismo, ya sean estas religiosas, el aparato jurídico-legal, los medios de comunicación, las fuerzas militares, y aplica de manera sistemática la represión en sus más diversas manifestaciones para su perduración, así como el predominio de la explotación.

Y la teoría o forma de pensamiento, entendido como el materialismo histórico-dialéctico, plantea un pensamiento diferente al burgués en la interpretación de la historia y al método idealista, siendo una herramienta decisiva a la hora de pretender cambiar el mundo.

La importancia de esta base crítica, desde el punto de vista de la mujer, es vital, puesto que estos tres ejes se sustentan en la antropogenia, que necesariamente abarca la reproducción como especie mediante el trabajo. Entonces se deriva un hecho importante a abordar, o sea que la mujer reproduce la fuerza de trabajo, y llega a ser considerada por el Estado burgués como un instrumento de producción.

Lo anterior da paso a un análisis más profundo, el cual parte de la consideración de la existencia de una dialéctica entre la producción y la reproducción, tomando muy en cuenta que la mujer es una fuerza laboral única que produce trabajo.

Si se divide el trabajo en cualificado o complejo y no cualificado, donde el primero es el que agota psicológicamente al trabajador, y  por el cual la mujer se ve en la obligación de compensar esta situación en el hogar, se plantea la necesidad de organizarse y luchar en contra de esta situación de injusticia que la sobrepasa. Recordemos también que la mujer trabajadora en general recibe un salario inferior en un 30% de promedio respecto al hombre, es decir que es rentable -desde el punto de vista del capitalista- en un 30% más que el hombre.

Por ello, cuando se examinan las problemáticas que atañen a la mujer, es preciso partir de un análisis marxista que permita considerar los elementos integradores que se han señalado para poder analizar la sociedad y particularmente el papel, los derechos y deberes de la mujer; de manera diametralmente opuesta, el enfoque burgués que aborda la cuestión de género lo hace de manera parcializada, como conjunto desordenado de fenómenos aislados, sin contradecir el andamio teórico e ideológico del sistema capitalista.

En el modelo neoliberal actual se agudiza esta desigualdad de clases que repercute con mayor fuerza sobre la asimetría de género, en la que la mujer se ve afectada tanto en su puesto de trabajo como en el hogar. En ambos contextos debe resistir a diario como trabajadora y como miembro de la familia, cuando es discriminada, asediada inclusive sexualmente, presionada, subvalorada en términos salariales, y afectada por otras situaciones que minan su estabilidad psicológica y su dignidad como ser humano, con derechos sociales, económicos y políticos.

El feminismo revolucionario no puede confundirse por tanto con el burgués, que pretende desdibujarlo. De aquí el papel que compete a las revolucionarias: profundizar en el estudio teórico de este fenómeno psicosocial, que repercute sobre los proyectos políticos de transformación de la sociedad, y aglutinar cada día a más mujeres y hombres alrededor de la lucha emancipadora.