El 2016 se presenta difícil y conflictivo en el ámbito económico, el político, el institucional, el socioemocional y el internacional.
Recientemente la encuestadora Hinterlaces dio a conocer los alarmantes resultados de un estudio sobre el clima socioemocional del país. El estudio arroja que, en solo 30 días, se incrementaron los indicadores negativos: preocupación, molestia, confusión, frustración, tristeza y pesimismo. Hallazgos que tienen relación directa con la realidad económica y política, al igual que con el manejo que de ella hacen tanto Gobierno como oposición.
Políticos, medios y redes sociales nos “cuentanâ€, según la orientación política, la crisis multimensional. De espaldas al país, y en una suerte de complicidad política, juegan con la difusión, selección y ocultamiento de noticias e, igualmente, manipulan las fuentes informativas, la orientación de la selección narrativa y los focos de interés.
En un momento crítico y en el que los retos son graves tanto en el plano nacional como internacional, observamos la banalización del discurso político. Destaca un desprecio al proyecto global en aras de la coyuntura política y de la complacencia de la opinión pública, manipulada y distorsionada por medios y redes sociales. La política sigue entonces a la coyuntura y se pliega a la lógica mediática. El mensaje se torna insignificante y meramente propagandístico.
La política pasa a segundo plano ante el imperativo de eliminar al adversario. Se impone la banalización del discurso político en favor de un mensaje mediatizado que ha ido ganado terreno. Destaca la simplificación y trivialización de la política y la ausencia del debate de ideas. Suerte de política mínima que se apoya en el uso y abuso del etiquetaje, el estereotipaje, la caricaturización del adversario, de sus movimientos e inclusive de sus logros. La etiqueta, convertida en un arma de guerra simbólica, encasilla al otro, lo encajona y empaqueta bajo un rótulo negativo que lo aprisiona. Se ha impuesto la política, trivial, frívola, ligera que persigue la espectacularización tanto de logros como de peligros.
Tal política mínima horada la gobernabilidad, la institucionalidad y atenta contra la credibilidad y la legitimidad del liderazgo. Genera incertidumbre sobre el futuro y, por supuesto, incide en el deterioro del clima socioemocional.