por Eric Nepomuceno
Carece de poder de decisión; desde hoy, el relevo de Rousseff está en manos de sus aliados
Al menos cinco ex integrantes de los gabinetes de Lula y la mandataria volverán al gobierno
Ese hombre se llama Michel Temer. A partir de la tarde de hoy asume la presidencia del quinto país más poblado del mundo. Ocupará interinamente el puesto que pertenece a Dilma Rousseff hasta que termine en el Senado el juicio determinado ayer.
No tiene ninguna duda de que la presidenta no volverá, y que él gobernará el país hasta el 31 de diciembre de 2018. Por eso pasó las últimas semanas trazando lo que será su gobierno, atento también a lograr una base de apoyo en el Congreso, especialmente en la muy enredada Cámara de Diputados.
Hace días sufrió un duro golpe con la suspensión de su principal aliado, Eduardo Cunha, quien entre un juicio y otro, entre una acusación y otra, presidía la Cámara de Diputados.
Cunha, uno de los símbolos máximos de corrupción, sabría conseguir –a cambio, claro, de asegurar puestos y presupuestos en el nuevo gobierno– el respaldo necesario para posibilitar la implantación de una durísima política neoliberal que será el contrapunto a las políticas sociales llevadas a cabo por el PT de Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff en los últimos 13 años.
De la mano del nuevo mandatario llegan al gobierno los que fueron sucesivamente derrotados en las últimas cuatro elecciones presidenciales: los del PSDB, del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que se esmeró al máximo para que el golpe institucional fuera exitoso. Además, llegan políticos de la derecha más dura: el DEM (Partido Demócrata).
Temer pasó el fin de semana armando su gobierno. Los que dieron el respaldo necesario para que el golpe triunfara –los barones tradicionales del Congreso, los medios hegemónicos de comunicación, el empresariado, los que controlan el agronegocio, y el sacrosanto mercado financiero– tuvieron un papel fundamental en la elección de los nombres, aprobaron a unos y rechazaron a otros.
Serán 22 ministerios frente a los 32 actuales. El puesto clave: el Ministerio de Hacienda, el más poderoso, será entregado a Henrique Meirelles, el polémico presidente del Banco Central en los gobiernos de Lula da Silva. En ese periodo tuvo las políticas sociales del gobierno como límite a sus ímpetus de neoliberal radical Ahora, con Temer, tendrá manos libres.
No será, como se pretendió anunciar, un gobierno de notables
. Primero, porque los mejores en cada especialidad difícilmente participarían en un gobierno ilegítimo. Y segundo, porque Temer sabe que carece de apoyo popular y de poder de decisión: está en manos de sus aliados.
En sus intentos por armar el gabinete cometió deslices espantosos, como intentar tener a uno de esos autonombrados pastores electrónicos evangélicos, ardiente defensor del creacionismo y negador furioso de Charles Darwin, como ministro nada menos que de Ciencia y Tecnología. Luego quiso destinar el Ministerio de Defensa a un joven diputado de 36 años, hijo de uno de los símbolos de la corrupción en Brasil. Los jefes de las tres armas hicieron llegar a Temer un mensaje corto y seco: jamás aceptarían ser comandados por semejante figura.
Al menos cinco políticos que integraron los gobiernos de Lula y Rousseff volverán al gobierno nacido de un golpe. Tendrán a su lado nombres de políticos conocidos no precisamente por la ética y la decencia.
Gobernará a la sombra del senador Aécio Neves, que en 2014, cuatro días después de su derrota, requirió a los tribunales la impugnación de la victoria de Rousseff. Ahora, Neves lo logró, pero en el Congreso.
Gobernará enfrentando al PT y otros partidos de izquierda, y algo aún más grave: las investigaciones que corren en el Supremo Tribunal Federal contra algunos de sus actos y muchos de sus aliados.
En la noche de ayer, mientras en el Senado se consumaba el golpe institucional, miles de personas se juntaban en ciudades brasileñas para protestar contra el golpe. También había, pero en número francamente inferior, los que aplaudían la irremediable defenestración de la presidenta. En Brasilia, la policía reprimió brutalmente una marcha de mujeres que se manifestaban en favor de la primera mujer que llegó a la presidencia de Brasil. Hubo quien preguntó si la brutalidad de la policía sería una muestra de lo que vendrá con Temer.
En los últimos días Dilma Rousseff sacó del palacio presidencial sus objetos y documentos personales. Ayer fue el día de sacar sus últimos libros y las fotos de su hija y dos nietos que estaban en su despacho personal.
Este jueves volverá al Palacio do Planalto para una conferencia de prensa. Será su último acto como la presidenta que recibió 54 millones 500 mil votos y cuyo mandato fue suspendido por los senadores.
A partir de ahora se defenderá en un juicio político que transformó el Congreso en un tribunal espurio, un tribunal de excepción.
Confirmado el desplazamiento de Dilma, el jueves tendrá movilizaciones en las calles
Por Rafael Tatemoto,Resumen Latinoamericano/ Brasil de Fato/ 12 de Maio de 2016
Después de la primera votación del Senado Federal, que admitió – por 55 favorable a 22 en contra – la instauración del juzgamiento delimpeachment contra la presidenta Dilma Rousseff (PT), apartándola por hasta 180 días, movimientos populares ya
organizan protestas contra la gestión interina de Michel Temer (PMDB). La decisión fue tomada en la madrugada del jueves (12). El día comienza con un acto de apoyo a la presidenta convocado por el Frente Brasil Popular, frente al Palacio del Planalto, a las 9hs, en la capital federal [Brasilia].
Antes de dejar su local de trabajo, Dilma hará una declaración a periodistas, agendada para las 10hs. En este mismo horario, un video grabado por la presidenta será divulgado en las redes sociales.
En las calles, el clima es de desinformación sobre los motivos para el impeachment
Rute Pina, Resumen Latinoamericano / Brasil de Fato /12 de Maio de 2016
Los motivos por los cuales Dilma será temporariamente desplazada de su cargo son objeto de confusión y desinformación / Lula Marques/Agência PT
Edición: Camila Macial
Traducción: María Julia Giménez
La mayoría del Senado de Brasil aprobaría esta madrugada, pese a carecer de fundamento jurídico, el juicio político, o impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff. Ella, conviene insistir, no ha cometido delito de responsabilidad
, requisito fijado por la Constitución para abrir el juicio político. El procedimiento es tan obvia y escandalosamente grotesco que hasta la fétida OEA y su pendular Comisión Interamericana de Derechos Humanos han puesto reparos. No, claro, con el desvelo y afán de su secretario general por servir al imperialismo contra Venezuela.
Suponiendo que la presidenta hubiera incurrido en la falta que se le imputa, no pasaría de ser una pequeña infracción administrativa que no amerita una medida de la magnitud de la tomada, según opinan abogados eminentes de Brasil. Protagonistas de esta conjura atroz y decadente: una Cámara de Diputados y un Senado, cuya mayoría está formada por vividores e ignorantes, representantes no de los intereses de sus electores sino de los grandes negocios. Sean los del agribussines, los que abogan por la industria de armamentos y las empresas de seguridad privada, o la pintoresca y oscurantista cofradía de pastores y activistas pentecostales.
Casi todos ligados a grandes trasnacionales como Monsanto y Syngenta o a gigantescos emporios financieros como el de George Soros, Goldman Sachs y otros de la misma calaña, gestores –con la complicidad o el auspicio de Washington– de golpes de Estado, guerras civiles y demolición de países.
Hay que añadir una hornada de jueces venales y un Tribunal Supremo Federal que sirven, salvo excepciones, a quien mejor les pague. Otra fuerza decisiva, ésta sí verdadero estado mayor del golpe, es la integrada a escala nacional por la red multimedios Globo, la revista Veja y los diarios O Estado de Sao Paulo y Folha de Sao Paulo. A escala internacional, gran parte de la mafia mediática ha participado en el linchamiento a Dilma, Lula y los gobiernos del PT, pero se llevan las palmas los británicos Financial Times y The Economist, y el estadunidense The Wall Street Journal. Sus nombres lo dicen todo.
Conviene hacer un poco de historia. El gobierno neoliberal de Fernando Henrique Cardoso dejó al de Lula una honda crisis económica, inflación desbocada, astronómica deuda pública, desgarramiento del tejido social, desarticulación del Estado y profundización de las desigualdades e injusticias abismales que padece el país hace siglos; una de ellas, la injusta distribución de la tierra. Otra, una ley electoral que impide la participación popular. Para el sindicalista y para Dilma ha sido muy difícil gobernar.
Para hacer avanzar su agenda social han mantenido una alianza y conciliado con sectores y partidos burgueses y convenencieros y en esas condiciones enfrentado una embestida feroz de la derecha y la gran prensa oligárquica que intentó desaforar a Lula en 2005. Así y todo, la gestión del PT ha sido revalidada por los electores en tres comicios presidenciales consecutivos, incluida la muy hostigada relección de Dilma en 2014, con un margen más ajustado que los anteriores pero ascendente a la muy respetable cifra de 54 millones de votos, más de 3 millones sobre su rival Aécio Neves.
Ante el hecho consumado del golpe queda mucho por hacer. Habrá lucha como han dicho Lula y Joao Pedro Stédile y todos los referentes del Movimiento de los Sin Tierra, del Bloque Brasil Popular, Brasil sin Miedo, la central obrera CUT, la UNE y el interesante Levantamiento de la Juventud. Los golpistas carecen de consenso salvo en la lite y el sector fascista de la clase media.
Hay que aprovechar muy bien los 180 días que tiene el Senado para concluir el juicio sobre Dilma. Persuadir con movilizaciones masivas al número de senadores necesario para imponer su absolución en la votación final. Abrir un debate nacional sobre la monstruosidad en curso y el proyecto de país deseado, capaz de conducir a la derrota del golpe, pero también a una Asamblea Constituyente, con reforma agraria, reforma política y ley de medios que permitan un gran ensanchamiento de la democracia.