Hugo Chávez: la clave de la participación

No fue que Chávez se salió del molde de la política tradicional. Fue que la demolió por completo, de cabo a rabo.

Si algo definió la conducta de Hugo Chávez fue su permanente preocupación sobre el papel que juega el pensamiento en el marco de una revolución que sigue sacudiendo cultural y políticamente a Venezuela. Y no cualquier carantoña al pasado y sus manuales heróicos que se autoproclaman «pensamiento revolucionario», sino aquel que aún sin terminar de ser parido encuentra en la participación permanente en la política la clave para su constitución.

Todas las batallas libradas junto al pueblo; las victorias electorales conquistadas, los golpes y conspiraciones internacionales desmanteladas; el rescate de la OPEP para recuperar los precios del petróleo; construir una fuerte referencia geopolítica para neutralizar la política exterior de los centros de poder global; derrotar guarimbas y conspiraciones enemigas a lo interno y externo.

Ninguna de estas victorias tenían un fin en sí mismo, sino uno estratégicamente superior: construir la estabilidad política necesaria para poder pensar con qué se come eso de socialismo, cómo se construye, cuál es su teoría y su práctica, dónde y en qué condiciones territoriales debe constituirse. La política que condujo a Chávez, consistente en la intracultura de este territorio, tenía como eje central la participación de todos para el diseño de una política propia e histórica. Es el poder, en su concepción filosófica, el primer resorte en entrar en crisis en un tiempo revolucionario. Quienes hacen política en nuestra contra nos ven como estadística, mercancía para rotar y vender, minas y campos para explotar, no existimos más que para ser tasados en una balanza atornillada en Europa y Estados Unidos, donde no participamos; se diseñó teniéndonos en cuenta como cobre que se deprecia si no lo vendes ya.

Seguro aquí no faltará, y valga el inciso, aquel que se alegra interprentando erróneamente esa premisa del poder con respecto al directorio revolucionario. Los que más dicen detestar la «representatividad» aún no comprenden que Maduro y Diosdado se están jugando lo mismo que todos nosotros: la vida como país y nuestro derecho a escribir la historia de este territorio. Quemaron los barcos, sí. Pero en desagravio al escritor que mencionó esa frase, no fue para quedarse comiendo mango y catalufa, lo cual depende de donde llegaron después de quemar los barcos, si a chacopatica o a cariaco. También están en el tumulto; es esa falta de pasividad y flojera lo que los distingue precisamente de la intelecualidad clase media que sí quiere representarnos.

Es en la clave de la participación colectiva donde radica las intuiciones, los quereres y dolores de esto que somos, las preguntas sobre el qué hacer en este momento, donde brota la oportunidad de reconocernos como fuerza política a nosotros mismos, a comenzar el diseño de nuestra política a largo plazo. Hoy todos conocemos de primera mano el modelo capitalista que nos constituyó, la guerra no convencional se encargó de evidenciarlo en todo su putrefacto esplendor. ¿Causa dolores y arrecheras? Sí. ¿Es traumático y nos genera preguntas de todo tipo? Sí. Así no tenga la puesta en escena fabril y proletaria de las revoluciones del siglo XX, la participación del pueblo existe, está viva y en plena ebullición. Ya quedará para los sifrinos de la historia del arte o a los intelectuales de cualquier calaña analizar frente al espejo y a media noche si fue bonita o fea esta revolución.

Si algo tiene la política es la inexistencia de escenarios definitivos, inamovibles, imperturbables. La burguesía, nacional y foránea, es también una fuerza viva que no desiste en sus objetivos históricos. Siempre existirán ofensivas y contraofensivas, repliegues y avances, pues los que detentan el poder económico mundial también hacen política. Pero un pueblo que tiene como proyecto discutirse, planificarse, conversarse, en los aspectos más sensibles de la vida cultural como país (crianza, alimentación, vivienda, trabajo, arte, salud, transporte) está mucho más blindado ante la escasez de harina, el sabotaje de la distribución y la violencia del capitalismo. ¿Qué efecto puede tener un Ramos Allup, ícono de la representatividad adeca, en ese contexto? ¿Cuál es el quejido y la llorantina que tienen que proponernos para salir de «la crisis»? ¿Cuál es el supuesto modelo de superación y éxito personal que bachaquean?

Hugo Chávez, pensando en esa clave participativa, buscó por encima de todo fortalecer esa idea a lo interno de las fuerzas chavistas. No como profeta o mesías, para eso ya ¿tenemos? a Giordani babeando, sino como propósito político estratégico. Esta guerra busca devolvernos a la representativad, al dopaje del consumo explotador, al sueño eterno del olvido como país. Paticipar, aún en circunstancias jodidas y adversas, aún arrastrando un desgaste monumental, nos mantendrá despiertos.

Al no existir las victorias definitivas, Chávez sabía que en un contexto de deterioro del capitalismo como sistema cultural saber hacer política consiste en acumular la mayor cantidad de tiempo y estabilidad posible, marcando la ofensiva a partir del pensamiento, la creatividad, la imaginación y la audacia. A la clase capitalista mundial le conviene todo lo contrario, ya que en una situación de caos y conflictos de todo tipo se acerca más al árido futuro que le plantea a la especie humana. Su soñado mundo de mierda y muerte.

Chávez dejó de ser un político tradicional, y se convirtió en uno inédito e histórico, porque no le bastó con echonearse al exhibir índices macroeconómicos estables, anaqueles full de alimento, un sistema de educación y salud eficientes dada su característica paralela y no mercantilista, fuertes organizaciones internacionales que contrarrestaron el poder de la élite gringa y europea y vencer conspiraciones extranjeras.

Durante los años 2009, 2010, 2011 y 2012, Venezuela experimentó una bonanza económica sin precedentes. Muchos de nosotros tuvimos acceso a bienes y servicios, tanto suntuarios como elementales, rehenes de la moderna clase alta venezolana durante décadas.

Pero a Chávez no le bastó lo que a muchos políticos de izquierda le hubiera sobrado para culminar su trayecto político en paz y regocijo.

«Tenemos que estar conscientes que a nosotros, sobre todo a la generación que pertenecemos, los que ya estamos viejos, los que ya pasamos 50 años, tenemos que tener conciencia de que a nosotros nos inyectaron desde niños la conciencia contraria (a la del deber social), de muchas maneras, el individualismo, el egoísmo, el afán de lucro, tener plata, hay que tener plata, desde niños. Los medios de comunicación que tiene la oligarquía y el capitalismo se encarga de bombardearnos con antivalores, ahora, los medios de comunicación de los medios del pueblo y del Estado deben ser medios para la educación socialista, para la ética. Hay que valerse de todo, de todo. Murales, conversatorios, debajo de una mata de estas de chaparro, si es de mango mejor que da más sombra, o de mamón, o de un samán».