El Salvador ha entrado en un círculo vicioso de violencia contra violencia al que nadie encuentra salida. A un lado, las fuerzas del orden, tentadas de apartarse de la ley; al otro, las maras: miles de jóvenes sin futuro dispuestos a pagar con su sangre por el espejismo de una razón para vivir. En medio, un país desangrado en el que el discurso de la fuerza conquista el voto del miedo.
Los jóvenes salvadoreños sumidos en la pobreza y la exclusión social y que, simplemente, carecen de todo y han perdido la fe en el futuro, son carne de cañón para las maras, que les brindan una oportunidad que habrán de pagar con sufrimiento y sangre. Los tatuajes con los que expresan su pertenencia simbolizan el vínculo indestructible que les une a esas pandillas.
«Entrada hay en la pandilla, pero salida ya no hay; la única salida es la muerte», explica Brian, expandillero de la mara Salvatrucha 13. El Salvador es el país más violento del mundo sin tener una guerra declarada.
Las pandillas, una gran familia
La pertenencia a la pandilla parece estar por encima de todo. «El pandillero considera que, incluso, la vida de la madre puede estar a un lado, no es prioridad», cuenta el inspector de policía José D. Cabrera. «De hecho, entrevistamos a un pandillero con su mamá y le dijo él a la cara que podía matarla hasta a ella (…) Si algún día la pandilla le pedía que asesinara a su propia madre, lo haría», añade el oficial.
«Yo entré por la pobreza que había en mi familia. Desde pequeño fui pícaro, la oveja negra. El apoyo que no sentía lo empecé a sentir en la pandilla. Me compraban ropa, zapatos: todo lo que no me daba mi familia, me lo dieron ellos», cuenta Brian.
Marisa de Martínez, directora de CINDE, una ONG para la protección de la infancia, explica que el origen de las pandillas es la pobreza, la marginación y la desigualdad. Martínez indica que los jóvenes afectados por estas circunstancias pertenecen a «los sectores populares de El Salvador, los más olvidados históricamente en el país».
Las cifras ociciales indican que alreeddor de 60.000 pandilleros mantienen a sus familias mediante actividades criminales, una enorme masa delictiva que provoca una normalización de la violencia.
¿Una guerra no convencional?
«Podría llamarse una guerra no convencional que el Estado ha proclamado contra las pandillas», indica Santiago, portavoz de la pandilla Barrio 18.
«Durante la entrevista a Santiago me dio la impresión de estar ante un líder opositor o revolucionario, más que ante un jefe de las maras: tenía que pararme a recordar los miles de asesinatos que cometen las clicas [grupos de pandilleros con alrededor de 30 integrantes] y la gente como él. Pero son asesinatos que, por otra parte, han generado un enfrentamiento brutal con las fuerzas del Estado, unos cuerpos que tampoco están exentos de haber cometido abusos y cuyas manos también están manchadas de sangre», comenta el corresponsal Gonzalo Wancha quien, junto con un equipo de RT, se asomó al infierno de las maras.
La Procuraduría Defensora de Derechos Humanos denuncia que las fuerzas estatales han realizado más de 100 ejecuciones extrajudiciales. «Te puedo decir con certeza que la Policía en su plenitud se ha convertido en un grupo de exterminio. Es una entidad que viola los derechos, que asesina y lo disfraza de enfrentamientos», sostiene Santiago.
¿Cuál es el origen de las pandillas?
Las maras surgieron en 1992, con el fin de la guerra civil de El Salvador. Entonces, Estados Unidos decidió deportar a un país devastado a 4.000 pandilleros activos del sur de California. Esas personas fueron el germen de la estructura actual y los estadounidenses siguen alimentando el ‘triángulo de la muerte’ que forman Guatemala, Honduras y El Salvador
Hoy en día, las maras son una macroestructura que adopta características de otras redes criminales o terroristas —por ejemplo, la extorsión de la mafia italiana, la jerarquía de los yakuza o el sentimiento de lealtad de los yihadistas— y que supone un supernegocio: roban 800 millones de dólares al año, un 18 % del PIB de El Salvador. En la calle, esto se traduce en extorsión, robos y violencia; en vivir bajo un chantaje que, en última instancia, te puede llevar a la muerte.