Es poco probable que las iglesias cristianas se conviertan en una nueva mayoría electoral, pero es casi seguro que serán el fiel de la balanza en una sociedad polarizada.
Dios nos dio una victoriaâ€, dice la pastora de una Iglesia evangélica en Cartagena. Lo dice con visible emoción y se refiere, por supuesto, al triunfo del No en el plebiscito. Es claro que los cristianos tampoco esperaban la mayoría de 53.000 votos que le dijo al presidente Juan Manuel Santos que no puede implementar el acuerdo firmado con las Farc.
Pero están muy contentos. Al día siguiente de la jornada electoral, el presidente Santos recibió a un grupo de pastores que habían votado por el Sí o habían optado por la neutralidad. El gesto molestó a otras Iglesias, que posiblemente reúnen a 90 por ciento de los cristianos de Colombia que habían votado No y que solo después han sido incorporados a la maratón de negociaciones y diálogos que se han llevado a cabo después del plebiscito para buscar acercamientos entre el Sí y el No. Este grupo mayoritario suscribió el 12 de octubre un manifiesto, Pacto Cristiano por la Paz, en el que expresan 44 observaciones que cuestionan el acuerdo con las Farc y plantean criterios para su renegociación. A finales de la semana, tres reconocidos pastores, Héctor Pardo, John Milton Rodríguez y Eduardo Cañas, viajaron a La Habana para intercambiar opiniones con la delegación de la guerrilla para los diálogos de paz.
Los cristianos están de moda. Los analistas políticos consideran que las Iglesias jugaron un papel definitivo para hacer posible el inesperado triunfo del No. Aunque no existen cifras precisas, el cálculo sobre el número de votos que pudieron aportar los evangélicos por el No puede haber estado entre 1 y 2 millones. Con un resultado tan apretado –la ventaja fue de 53.000 votos, 0,45 por ciento de la votación total– la participación de las Iglesias fue crucial. Y ahora todas las miradas se dirigen hacia los pastores en busca de respuestas a dos interrogantes cruciales que quedaron en el aire: ¿qué harán frente al limbo en el que quedó el proceso de paz con las Farc?, y ¿se organizarán en términos políticos para llegar a 2018 con un candidato competitivo?
El impacto de las Iglesias evangélicas en la política no es solo una moda colombiana. En Brasil, en México y en varios países centroamericanos también es un fenómeno creciente. Eduardo Cunha, el poderoso político que lideró la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, es evangélico. También Marina Silva, la socialista derrotada por Dilma. Y el actual presidente, Michel Temer, ha invocado con insistencia a los feligreses para que lo apoyen, para fortalecer su cuestionada legitimidad.
En Colombia ha habido Iglesias que han participado en causas electorales y hay partidos que de forma abierta acogen los postulados de la fe cristiana. César Castellanos y Claudia, su esposa, ambos de la Misión Carismática Internacional, han alcanzado altas votaciones –cercanas a los 200.000 sufragios– y han acompañado a candidatos de diversas fuerzas. En la actualidad Jimmy Chamorro, de La U, con trayectoria en el movimiento cristiano C4, y el partido Mira son los casos más exitosos en combinar creencias religiosas y campañas electorales. Y entre los nombres de miembros visibles de organizaciones cristianas que han ocupado altos cargos públicos figuran la exfiscal y senadora Viviane Morales, el excandidato a la Alcaldía de Bogotá y exgerente del Fondo Nacional del Ahorro Ricardo Arias, y el actual embajador de Colombia ante la Unión Europea, Rodrigo Rivera.
Plebiscito, la gran oportunidad
Ninguno de estos antecedentes sería suficiente para prever que el voto evangélico alcanzaría la relevancia que tuvo en el plebiscito del pasado 2 de octubre. Y la mayoría de los pastores consultados por SEMANA considera que ese resultado no fue producto de una estrategia, sino la acumulación de coincidencias que se alinearon en el apoyo al No. Aunque desde 1950 existe una federación (Cedecol: Consejo Evangélico de Colombia), la mayoría de quienes han tenido más protagonismo en el debate posplebiscito no se conocían o apenas se habían cruzado un par de veces. El triunfo del No ha servido de convergencia y hoy están más cercanos que nunca antes.
Varios fenómenos se fueron uniendo. El famoso debate de las cartillas es mencionado como un factor clave para despertar el activismo reciente de las Iglesias. Si bien desde hace años el Ministerio de Educación venía trabajando en campañas de instrucción en los colegios para implementar prácticas no discriminatorias, la versión 2016 generó más reacciones. Las declaraciones de la diputada de Santander Ángela Hernández en el mes de julio para denunciar que las cartillas del Ministerio de Educación incentivaban comportamientos como la homosexualidad, se convirtió en una chispa que encendió un gran debate en medio del polarizado clima del proceso de paz con las Farc.
Y el hecho de que en los acuerdos con la guerrilla se haya incluido un enfoque de género para resaltar el impacto que había tenido la guerra sobre minorías como la mujer y la población LGTBI, presentado como una campaña para promover la homosexualidad, desató también la ola explosiva entre las Iglesias. Para los pastores, en ambos aparecía el mismo ingrediente inaceptable: la denominada ideología de género que supuestamente pone en peligro el concepto tradicional de la familia. Cartillas y plebiscito quedaron unidos en una sola imagen, consolidada por la presencia de Gina Parody, reconocida gay, responsable como ministra de las cartillas, y nombrada por el presidente Santos como coordinadora de la campaña por el Sí en Bogotá.
Hay creencias y símbolos en la fe evangélica que son poco conocidos por la opinión pública y que también impulsaron el rechazo de las Iglesias hacia el Sí. El factor Cuba, por ejemplo. El hecho de que los diálogos tuvieran lugar en La Habana implicó una asociación, entre los cristianos, del proceso de paz con un sistema político que, para ellos, ha reprimido la libertad religiosa y ha perseguido a las Iglesias. Hay pastores que llegaron a creer que en vísperas de la firma del acuerdo final en Cartagena, el 26 de septiembre, vinieron santeros cubanos a atentar contra su fe. En el manifiesto de propuestas para la renegociación con las Farc, los firmantes evangélicos piden en forma abierta que los diálogos no sigan en la isla.
El protagonismo de Cuba en el proceso de paz reforzó la idea de que el comunismo estaba detrás de todo y que el acuerdo final podría hacer viable en Colombia un régimen totalitario. Porque las objeciones de los evangélicos no se limitan al asunto de la ideología de género. La extensa lista de observaciones incluidas en el Pacto Cristiano por la Paz también considera puntos cercanos a los del Centro Democrático en contra de que los jefes de las Farc que hayan cometido delitos graves puedan participar en política, y a favor de que sean castigados.
El expresidente Álvaro Uribe también contribuyó al auge del voto cristiano en el plebiscito. El mismo día de la pomposa firma del acuerdo Santos-Timochenko, Uribe apareció en Cartagena de la mano de Miguel Arrázola, uno de los pastores que salieron a la luz pública en la campaña por el No y en la coyuntura posplebiscito. Lidera una Iglesia de 25.000 fieles en la Heroica.
Sin embargo, las relaciones entre los evangélicos y Uribe no habían sido tan cercanas. El expresidente buscó el apoyo de la Misión Carismática Internacional, de los esposos Castellanos, y durante su mandato fue cuestionado por entregarles propiedades raíces que estaban en manos de la Dirección de Estupefacientes. También se le vio en ceremonias religiosas, con los ojos cerrados y las manos extendidas, en tiempos de campaña. Pero esos acercamientos no eran más que esfuerzos por ganar sus votos, que también han hecho otros políticos. En 2010, en la competencia entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus, los cristianos prefirieron al primero luego de que el exalcalde de Bogotá declarara su ateísmo en público.
Alrededor del proceso de paz y del plebiscito, sin embargo, las evidentes simpatías hacia Uribe, entre pastores y feligreses, se exacerbaron. Ya en las Iglesias recordaban con gratitud el despeje de las carreteras, en los tiempos de la Seguridad Democrática, que permitió llevar labores pastorales a zonas que habían estado vedadas por la violencia. Pero el discurso del exmandatario durante la campaña para el plebiscito aumentó las simpatías, porque encajaba exactamente con los sentimientos de las Iglesias hacia lo que estaba ocurriendo. Lo mismo se podría decir del exprocurador Alejandro Ordóñez. Sus posiciones interpretaban a las Iglesias, que no vieron la competencia entre el Sí y el No como una disputa entre personas o candidatos, sino como una opción sobre la dirección del país que ponía en peligro principios sagrados para ellos.
¿Se ‘conservatizó’ Colombia?
Más allá del significado del triunfo del No para el proceso de paz con la guerrilla, el evidente empeño que pusieron en él los cristianos y los conservadores abre el interrogante sobre si la sociedad colombiana se ha ‘conservatizado’ en los últimos años. Desde 1991 el país había avanzado en el campo de los derechos ciudadanos. De la mano de la Constitución y de la jurisprudencia de la corte, Colombia ha modernizado sus costumbres y ha fortalecido la tolerancia frente a la diversidad.
Las propias Iglesias cristianas resaltan el aporte de la Carta Política para establecer la pluralidad religiosa, desarrollada en una ley de libertad de cultos que lideró Viviane Morales en el Congreso. Pero los fallos sobre el libre desarrollo de la personalidad, garantías para la comunidad LGBTI, la eutanasia o la dosis personal se interpretaban como parte de un rumbo de largo plazo adoptado por el país, basado en los principios acogidos por la Asamblea del 91 e impulsado por su criatura más preciada, la Corte Constitucional.
Ahora, a raíz de las controversias generadas por los diálogos con las Farc y manifestadas en la campaña por el plebiscito, algunos piensan que que ese rumbo no era tan firme ni duradero. Al respecto se pueden plantear tres hipótesis: 1. El país se ha derechizado por fenómenos como el crecimiento de la clase media –que tiene más que defender– y por al auge de las Iglesias evangélicas. 2. Colombia siempre ha sido conservadora y tradicional, y lo que ha sucedido ahora es simplemente que ese rasgo de su carácter salió a flote y se hizo visible en el plebiscito. 3. Desde 1991 coexisten ambas tendencias, la tradicional y la progresista, que hacen que el país avance en la modernización de una manera gradual por el uso alternativo del acelerador y del freno. Pasos adelante, pasos hacia atrás.
Las grandes decisiones que ha tomado el país desde 1991 se han dado en el seno judicial y no en el campo político. Para los progresistas, la corte llenó el espacio que dejaron unos partidos desgastados por el clientelismo, la falta de ideas y su manipulación por parte de individuos. En la otra orilla, los conservadores, y ahora, las Iglesias, piensan que la corte se ha extralimitado en funciones y ha impuesto decisiones sin discusiones amplias y bajo el cuestionable supuesto de que el país es más liberal de lo que realmente es.
Es un hecho que las instituciones políticas se han debilitado y que han cedido espacios. La imagen del Congreso y de los partidos, y de la actividad política misma, es la peor en muchos años, según todas las encuestas. Y las decisiones que emanan de órganos no representativos, una corte, en vez de un Congreso, tienen menos capacidad de vincular a sectores amplios. Y se dan con menor debate y en un círculo cerrado.
Lo anterior es una realidad política que no significa que los fallos de la corte sean ilegítimos, ni de menor calidad. De hecho, lo que está ocurriendo en Colombia no es un fenómeno único, sino forma parte de una tendencia mundial. Y hay indicadores que demuestran que el país sí tiene una tendencia modernizante. Según el Observatorio de la Democracia, a la luz de los resultados del Barómetro de las Américas, con una muestra nacional en 2014, existe una relación positiva entre mayores niveles de educación y tolerancia política. La homosexualidad, por ejemplo, tiene mayores niveles de aprobación entre personas con mayor educación y menor edad. En comparación a otros países americanos, Colombia no aparece entre los más liberales ni es el más conservador: ocupa el séptimo puesto entre 24 en términos de aprobación, por ejemplo, del matrimonio de parejas del mismo sexo.
¿Fiel de la balanza?
No está comprobado, en consecuencia, que el auge de las Iglesias evangélicas esté cambiando la estructura de la opinión política de los colombianos.
Es un hecho, eso sí, que están creciendo. Su existencia data de muchos años, pero su apogeo se ha producido en los últimos años. Tiene que ver con la desesperanza que invadió al país en los años noventa, y de las secuelas que dejó la guerra de los carteles de la droga. También es una respuesta al descontento de la gente y a la desprotección que perciben los colombianos por parte del Estado, incluso en el terreno emocional y afectivo. Las cifras sobre el número de militantes también varían mucho, pero la que menciona César Caballero, de Cifras y Conceptos, con base en sus encuestas –un 15 por ciento del total de la población: cerca de 8,25 millones– puede ser realista y está en un punto medio entre otros cálculos menos sustentados.
Es un volumen considerable. Y puede ser un verdadero fortín político. En un electorado tan polarizado como el que se expresó el pasado 2 de octubre, dividido en dos mitades casi iguales, los cristianos se convierten en una fuerza decisiva. Son el fiel de la balanza. Sobre todo si en la agenda del debate público se mantienen asuntos cercanos al corazón de los conservadores, como la composición tradicional de la familia y los derechos de las minorías LGBTI. Y, también, en la medida en que los partidos y los escenarios políticos sigan dejando de lado la formulación de propuestas sobre los grandes temas de la sociedad.
Nadie puede saber, ni ellos mismos, qué estrategia seguirán los pastores de cara a las elecciones de 2018. La unidad en torno a un candidato, propio o no, es poco probable, porque hay diversidad de matices y de criterios sobre cuál debe ser el papel político de las Iglesias. Si en algo están todas de acuerdo, es en que su misión es más bíblica y pastoral, que electoral. De cualquier manera, los ojos de los aspirantes a cargos de elección popular están puestos allí, y los líderes religiosos ya han comenzado las llamadas de precandidatos que “quieren ser escuchadosâ€.
Así lo reconoce un pastor consultado por esta revista, que con una sonrisa enorme responde a la pregunta sobre cuál será su futuro inmediato en la política: “Lo único que sé es que todos nos van a llamarâ€, dice.