Colombia / Obstáculos para la Paz: Guerra y Estrategias de Opinión / Una visión desde el ELN

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por Alberto Grimaldos Barón / Resumen Latinoamericano/ 23 de Nov. 2016.-

 
La dimensión estratégica
Las estrategias en las guerras cambian conforme los enemigos se adaptan a ellas. De ese modo, se obtienen ventajas, se perfilan nuevas posibilidades y se conquistan logros decisivos. Pero no toda estrategia surge expresamente para el campo de batalla, probando en el teatro de operaciones lo mejor de sí. Los estrategas saben que la consecución de la derrota militar de la contraparte no constituye el único objetivo del planteamiento estratégico; de ser así, la combinación de técnica y recursos, con un número elevado de combatientes, sería más que suficiente. Las guerras irregulares y de resistencia han reevaluado este modelo y sugieren no reducir la confrontación al aspecto bélico, mientras adaptan este último a circunstancias de desventaja.

En Colombia, la guerra llega a su estado actual, atestiguando los cambios estratégicos en ambas partes. Guerrillas y Establecimiento nos enfrentamos en circunstancias que aprovechamos diferenciadamente. El Establecimiento ha hecho frente a la guerra de guerrillas con la integración operativa de las Fuerzas Armadas, la organización de grupos paramilitares y el fortalecimiento del pie de fuerza para copar zonas con presencia insurgente; modificaciones que, pese a generar mayor efectividad, no han dado lugar a nuestra derrota.

Si bien en el campo de batalla la estrategia es adaptada a condiciones específicas del contendiente, fuera de él, las modificaciones se producen como exigencias de “aceptación” y “simpatía”, rigiéndose por los patrones sociales convencionales. La guerra se libra, entonces, en los campos de la “opinión pública” y la “legitimidad”. Por una parte, las guerrillas pervivimos porque contamos con el apoyo de la población en zonas apartadas de la geografía y con la aprobación de sectores de la sociedad que vitalizan nuestro pensamiento y nos permiten la incursión, ampliando nuestro espectro de influencia; el Establecimiento, por su parte, se vale de los medios masivos para infundir ideas que enaltecen la actividad de sus FF.AA y reducen el campo de actuación político de las guerrillas.

Las FF.AA incorporan el calificativo de “héroes”, y la referencia a la “gloria” y el “honor”, es integrado a los lemas de las campañas que presentan radio y televisión. Los guerrilleros, que en las décadas pasadas fuimos llamados “bandoleros” y “chusmeros”, ahora somos calificados como terroristas; en parte, debido a los hechos acaecidos en los EEUU el 11 de septiembre de 2001, con los que la actividad beligerante y de oposición a los intereses norteamericanos, recibieron tal denominación genérica, o de un “cabe todo”. Pero también se ha desviado el carácter político de nuestra actividad al atribuirnos los títulos de narcotraficantes y criminales; en algunos casos, han optado por llamarnos “narcoterroristas”.

La intencionalidad de los ataques y retaliaciones en la opinión pública busca negar componentes de la política y carácter insurgente. Se evita declarar que, si bien somos opositores de quienes concentran las riquezas y orquestan medidas en contra de las mayorías, no los consideramos objetivo directo de nuestra operatividad militar. Se omite afirmar que nos guiamos por Códigos de Guerra, los cuales incorporan elementos concordantes con el Derecho Internacional Humanitario. A su vez, se evita diferenciar el tipo de retenciones que realizamos; no se discierne entre las aprehensiones en combate, de aquellas retenciones de carácter económico; no se habla de las garantías, ni el trato que reciben los cautivos; mucho menos se atiende al perfil de los capturados, ni existe preocupación por sus expedientes; en su lugar, se opta por tachar la conducta, mientras se exonera al Establecimiento del trato denigrante que reciben nuestros compañeros y otros detenidos políticos en cárceles y prisiones.

El contraste es evidente en las estrategias de opinión. Las Fuerzas Armadas, bajo el manto de la “heroicidad”, se autoproclaman “víctimas” del accionar guerrillero; el sufrimiento de sus familias y allegados es retratado con minucia y en detalle en las emisiones estelares de los informes noticiosos. Los guerrilleros son ultimados, y aunque se produzcan bajas en situaciones de indefensión, a nadie debe importar. Interesa el resultado. El cadáver retratado en los periódicos y la figura denigrante e inhumana, tras una acción de bombardeo, es el morbo que consuma la victoria de una operación.


Causa y consecuencia

Dado que las estrategias de opinión se crean con el propósito del aniquilamiento o la destrucción, a través de la negación del carácter político de la insurgencia, hoy constituyen un impedimento mayúsculo para superar el enfrentamiento. Se ha logrado una imagen favorable del Estado y sus instituciones, y un rechazo patológico de la insurgencia. Una negativa que impide un tránsito no traumático a la política partidista, como lo promueve el Establecimiento bajo el denominado proceso de “finalización de la guerra”. Se ha dejado a las guerrillas sin posibilidad de disentimiento y “sin voz”, ante el desafío de buscar el reconocimiento más allá de sus influencias directas, pero sin garantía alguna. ¿Qué ha de motivar el abandono de la guerra, si la transición a la política en condiciones de legalidad supone una desventaja de antemano?

Desde nuestro momento fundacional y durante años hemos sostenido que la exclusión política es uno de los motores de nuestra persistencia. Esta exclusión no sólo se expresa en las limitaciones del sistema electoral vigente; lo es también en las circunstancias que posibilitan la difusión de planteamientos, posturas y programas. Los guerrilleros somos marginados al desconocer los rasgos políticos de nuestras estructuras y decisiones.

Cuando en la guerra, las categorías de desprecio han sido insertadas en la conciencia colectiva de ese modo, es sencillo, incluso, ganar adeptos para oponerse a una salida concertada del conflicto; conductas que no encuentran dificultades auténticas o de relevancia. No es de extrañar, entonces, que masivamente se afiance la exclusión, impidiendo que los guerrilleros “cambiemos las balas por votos”, en condiciones de “equidad y participación” como lo pretenden los discursos del Establecimiento.

Cuando lo aparentemente lógico sería que la población y los sectores políticos se volcaran a la finalización de un conflicto que ha costado miles de vidas, la consolidación de posturas contrarias y lo significativo del “choque” entre quienes promueven la salida concertada, con aquellos que insisten en dilatar las posibilidades de un acuerdo entre las guerrillas y el Establecimiento, se explica, en gran parte, por estas estrategias de opinión.

Si se nos pregunta a los guerrilleros las razones de nuestra desconfianza para establecer un Acuerdo de Paz con el Establecimiento, sin duda seguiremos hablando de exclusión política.

Una crítica necesaria

Conviene, por lo dicho, señalar lo que supone la decisión de efectuar la conversión al movimiento político de la fuerza insurgente, asumiendo las condiciones de exclusión que impone la guerra. Si bien este tránsito puede darse mediante el “ocultamiento” de los postulados iníciales, si se quiere ideológicos, con los que se emprendió el conflicto, las consecuencias no son favorables, aunque de estrategia se trate. El encubrimiento de ideas, o su omisión deliberada, es una conducta conveniente al Establecimiento para desdeñar de la solidez de la organización rebelde, en lo que para algunos puede ser un proceso de “cooptación” por parte de éste. Ese “todo vale” para conquistar la legitimidad, entraña una apertura para la continuación de la estrategia enemiga: imposibilitar la actuación política insurgente, a través de la debilidad ideológica del movimiento político resultante del tránsito a la “civilidad”; por tanto, bajo un proceso que admite ser llamado como “muerte política”.

Conformar una estructura política para insertarla en las lógicas del sistema, corre el riesgo de abandonarse a la suerte de lo “más aceptado” y atreverse a “negar” su propia historia. En últimas, desdibujando su sentido y carácter.

Lo cierto es que la efectividad del logro político de este tránsito no puede medirse por los niveles de concesión que da a los valores impuestos por el Establecimiento, en lo que para Antonio Gramsci constituye la hegemonía. Mucho menos debe ceñirse a las encuestas o a los índices de popularidad, para los que las palabras más “soft –suaves-” y “light –ligeras-” son requisitos de aprobación discursiva.

El tránsito de un cuerpo en armas a un movimiento político responde a un proceso de continuidad, consecuente con la actuación de las guerrillas a lo largo del desarrollo de la guerra. Es la expresión de un proceso que no surge, nace o aparece, sino que avanza en razón de la legitimidad conquistada en sectores de influencia y con el protagonismo de la sociedad; el cual, signado por un proceso de diálogo y solución política, persigue abrir los causes políticos y democráticos, excluyendo las armas para la conquista de los objetivos; representa, por consiguiente, la promoción de los valores de oposición, sin afán de aval por los sectores antagónicos; exigiendo, en su lugar, el irrestricto respeto y cumplimiento de lo acordado, en concordancia con las demandas sociales.

En contraste, la preocupación de aceptación y la moda por el “centro” en la actividad democrática, exculpa la actuación de los medios masivos y otorga confianza al Establecimiento para su efectividad estratégica.

La reafirmación

Aunque el camino de reconocimiento se da en desventaja, los medios masivos deben acatar el planteamiento de “finalización de la guerra”, posibilitando la apertura política. Proseguir la exclusión es ser útil a los enemigos de la paz. La continuación de estrategias de opinión que desdeñan de la insurgencia y ocultan su realidad, comprometen el destino, tanto de una negociación que inicia, como de la implementación de un Acuerdo de Paz.

Sin duda, la sociedad debe ser decisiva. En su demanda y presión al Establecimiento, reposan las garantías de superar el conflicto y las aspiraciones de conquistar, por vías no violentas, los objetivos políticos de un nuevo gobierno de equidad y justicia social que han sostenido la actuación guerrillera. La participación protagónica de la sociedad en un proceso de negociación es, por consiguiente, una opción de índole estratégico para superar el enfrentamiento y cimentar las bases de un nuevo consenso social.

Los guerrilleros seguiremos buscando las posibilidades de actuación política, ampliando el concurso social y cerrándole el campo a la negación impuesta, defendiendo nuestros principios y códigos internos; sobre esa base hemos edificado nuestra legitimidad y, con ella, haremos frente a la muerte política que teje la estrategia enemiga; a su vez, enemiga de la paz.