Por: Franco Vielma
La subjetividad política es una de las cosas más maleables con las que se puede lidiar. Se trata de un imaginario cambiante con las circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales que se han construido o que han sobrevenido.
Se trata de un imaginario, una «forma de interpretar» nuestro relacionamiento político. La expresión más concreta de esa subjetividad es el sistema de gobierno que elegimos, el tipo de Estado por el cual votamos, el partido que preferimos, la forma en que nos organizamos. El imaginario político es una correlación desde nuestra postura particular y que confluye con muchos o pocos que piensan como nosotros.
El chavismo es una reciprocidad política, una subjetividad que ha evolucionado significativamente. Aunque hoy podríamos definirlo como una identidad política, emocional, sociocultural, bastante consolidada, eso no implica que no sufra nuevas evoluciones o nuevas etapas. La cuestión es que estas etapas pueden ser ideológicas, conceptuales y en otros casos definidas por el grosor de su base de apoyo, cuestión esta última que define a una fuerza política como «fuerte» o «débil» en confrontaciones de tipo electoral.
Identidad clara, pero de piso aminorado
El chavismo ha tenido que constituirse como una identidad política llamada así sólo luego de Chávez y su presencia física. Ya no es Chávez el que presencialmente construye y lidera el chavismo, lo que en consecuencia impone de facto que esta fuerza social pasa a ser una creación colectiva aunque en muchos ítems sea dictaminada desde el directorio chavista. Aunque una fuerza simbólica sea consolidada o poderosa por su ideario, el piso político es otra cuestión, precisamente por ser eso parte del entramado de las subjetividades políticas. Esa cosa maleable que a la hora de medir en votos es un serio problema.
Decepción, desencanto, inconformidad, despolitización, etcétera. Son algunas de las palabras que retumban sobre una parte de la base del chavismo de cara a la coyuntura económica y política actual, cuestión que pone en peligro o compromete la continuidad del proceso histórico que contra grandes adversidades hemos levantado en tiempo presente. Reconozcamos tal cuestión como problema político, pues no es para barrerlo bajo la alfombra. Hay que reconocerlo como serio problema de nuestro tiempo, pues de esto dependerá no sólo el futuro cercano, sino el destino nacional.
Las demandas poblacionales, la coyuntura y la gestión política de los descontentos
Sin lugar a dudas un piso político de apoyo se constituye como fuerte o se debilita de acuerdo a la actuación de los que lideran la gestión política. Esa es una verdad aquí y en Pekín. Pero hay otra cuestión cierta dentro del andamio de la subjetividad política y es el cómo valoran los grupos poblacionales la gestión política, en nuestro caso: el cómo aprecian lo logrado, lo reivindicado, lo conquistado, lo que se tiene, lo que se podría tener, lo que se podría lograr, dentro del camino de la dirección tomada. Creo que Chávez fue muy enfático en esto y aquí reside un problema político serio.
La política para eso que mal llamamos «electores» (cuando en realidad somos sujetos políticos) es el enfrentamiento de nuestros sistemas de expectativas signados por nuestra subjetividad.
La política y lo que aspiramos en ella es casi siempre mirar adelante, aspirar y esperar y en muchos casos construir (como ha sido en el chavismo). Por eso nuestra tendencia a no mirar el presente o pasado, sino a demandar al futuro. En el marco político venezolano actual, signado por la economía bajo asedio, la insolvencia institucional para soluciones inmediatas, la fuerte estridencia generada por los actores del antichavismo dentro y fuera del país y las propias incongruencias de la conducción chavista, el pulseo es brutal y de largo aliento. En la prolongación del conflicto, ocurre el desgaste y las demandas poblacionales gestadas en la coyuntura se vuelven descontentos.
Quiero ser enfático en esto: la dirigencia del chavismo debe asumir con mucha más consistencia el sentido de la emergencia para responder las demandas poblacionales propias de este ciclo de crisis, al mismo tiempo que son urgentes los procesos de reingeniería política que deben efectuarse en todos los espacios de la gestión política e institucional para así dar los necesarios saltos sustantivos. Hace falta mucha más voluntad política, creatividad y la superación del letargo que la inercia de la coyuntura nos impone en el atrincheramiento.
Pero por otro lado sería pertinente que las fuerzas sociales del chavismo pasemos por un proceso de revisión efectiva (no espasmódica) para sopesar nuestro sistema de valoraciones. Les pongo unos ejemplos:
- En 1999 la deficiente pseudo democracia adeca aisló sistemáticamente a mujeres, afrodescendientes, indígenas, sexodiversos, relegándolos a un ostracismo político. Queríamos una democracia dinámica que les reconociera. En revolución esa situación cambió dramáticamente. Pero ahora eso no es tan importante, pues la coyuntura nos impuso que es más importante que el Gobierno se ocupe de que los bultos de harina «Made in Lorenzo» aparezcan muchos y bien ordenados en los anaqueles, pues si no es así «la revolución no está a tono con mis aspiraciones y necesidades».
- En el pasado la renta petrolera venezolana estaba en estado de absoluta confiscación por agentes extranjeros y locales que se beneficiaron de ella casi exclusivamente, en un buen ejercicio de élite vampira. Chávez cambió significativamente eso. Chávez socializó el que siempre fue el principal patrimonio económico y social de Venezuela. Pero eso ahora no es relevante, pues el petróleo cayó de precio y en consecuencia no estamos importando y consumiendo como antes. No estamos cubriendo como antes nuestras necesidades. Ahora pasamos penurias y nos asumimos tentados a quitarle apoyo al chavismo o a la dirigencia.
No podemos darnos el atrevimiento ni el adefesio histórico de no cuidar lo logrado
- El Estado venezolano atiende hoy con un promedio de 350 mil viviendas anuales una necesidad estructural muy sentida de la población. Pero eso ya no nos concierne, pues tenemos que hacer cola para llenar la alacena de nuestras cocinas hechas en revolución. Cientos de miles de familias podrían tener nuevos hogares dignos en GMVV, pero «eso no es prioritario» ahora, porque todo está caro y no podemos cubrir otras necesidades y en esas necesidades insatisfechas centramos todas nuestras aspiraciones político-electorales.
- Durante los casi 100 años anteriores al chavismo fuimos una factoría petrolera regida por una casta tarifada que se sirvió el poder para sí misma. No teníamos aspiración a la construcción de poder real desde nuestras manos. Eso que hoy llamamos Poder Popular era una quimera. Pero hoy, aunque el horizonte sigue estando lejos y las aspiraciones, obstáculos y desafíos son muy grandes, hoy como nunca el pueblo organizado interviene y modula la política pública. Nunca habíamos estado en este nivel. Hemos avanzado mucho y podríamos avanzar más. Pero eso ahora «no tiene sentido», pues la crisis nos dictamina que todo tiene que ser como en 2012 para que la revolución tenga sentido. Si no se resuelve la comida, el papel tualé, los cauchos baratos, las baterías pal carro, los pasaportes, el cupo viajero, el todo barato a dólar subsidiado, pues el Poder Popular sirve de poco o nada. Eso «no es prioridad», dicen algunos.
- El sistema de salud pública en Venezuela tiene muchísimas dificultades, pero paradójicamente nunca habíamos tenido uno mejor que este, pues ha sido el único que se metió en los barrios y caseríos donde vive la población socioeconómicamente más vulnerable. No lo valoramos ahora. No tiene relevancia. Es «como si no existiera», pues en los hospitales es un suplicio el tema de los insumos y las clínicas privadas son impagables y especulan con nuestra vida. Para muchos ese sistema de salud no es perfectible, ni mejorable, es que «no sirve». Y desde ahí viene la afirmación de “que vengan otros y hagan uno mejorâ€.
La lista sería interminable. Mejor la resumimos en una exclamación muy vieja: «El que no cuida lo que tiene a pedir se queda». La ha repetido Maduro incansablemente en un llamado de atención que banalizamos, como si fuera una cuestión sin relevancia. Maduro hace la advertencia, en un marco de desgaste en el grosor de apoyo a la aspiración chavista tanto por razones sobrevenidas (como el sabotaje económico y la caída del petróleo) como por razones que ya estaban ahí (como el burocratismo, clientelismo y desviaciones).
La subjetividad política necesaria
Ya es tiempo de asumir con claridad, la urgencia de madurar chavistamente en todos los sentidos de la expresión. Entender que en Venezuela no se juega cualquier cosa. Se juega, para empezar, el destino nacional, que es en esencia el destino de todos y cada uno de nosotros en nuestra expresión individual y colectiva. Madurar políticamente significa que nuestra subjetividad política, aunque pueda verse vapuleada por la adversidad, no debe someterse a ella.
Que nuestro imaginario político, nuestra identidad, es capaz de componerse en momentos buenos pero también debe recomponerse en momentos malos. El apoyo a lo logrado y a lo que hoy perdura es medular para aspirar a lo que queremos y debemos construir. Mirar al futuro como una aspiración desde el camino andado, reconociendo nuestros errores y rezagos, pero determinados de que estamos en la dirección correcta.
Apoyar la aspiración chavista va mucho más allá del apoyo concreto a la dirigencia, se trata de apoyar nuestras propias aspiraciones, las de la gente común, quienes tenemos claro que no hay destino, no hay esperanzas, no hay aspiración a un genuino cambio de sociedad si el retroceso se impone con el regreso de la gendarmería antichavista regida por una élite económica que no ha descansado en 17 años en su asedio por recobrar el poder político perdido. Entiéndase el llamado de atención de Maduro. No podemos darnos el atrevimiento ni el adefesio histórico de no cuidar lo logrado.
Al chavismo el llamado es a proteger algo que es nuestro: la aspiración de Chávez para con nosotros. A la dirigencia el llamado es a entender siempre que nuestro apoyo no es un cheque en blanco. Hay demasiado por hacer y debemos asumirlo todos en todos los espacios. Los tiempos actuales nos demandan consistencia y claridad política. Son esas nuestras mejores armas para defender el futuro.