¿Por qué no hay guarimbas en los barrios de Venezuela?

Gustavo Borges

Cerrar calles, paralizar el Metro, incendiar transporte urbano, atacar edificios de instituciones públicas y hasta privadas, hostigar comercios, escuelas y hospitales, «aterrorizar» sectores populares con el hampa nocturna contratada y pagada a modo de mercenarios.

Por los lados del este de la ciudad caraqueña, minúsculo sector pudiente de las manifestaciones escuálidas (opositoras) y por donde sucede todo esto, la cotidianidad es un caos en medio de batallas campales de ese mundillo de elites alzado contra los pobres. Con máscaras de gas en todas sus formas, periodistas, fotógrafos, camarógrafos con cascos, chalecos antibala, dirigentes opositores, diputados, alcaldes y gobernadores de la contrarrevolución dando órdenes, bombas molotov (incendiarias) van y vienen, se entrecruzan en el aire con las lacrimógenas, capuchas, escudos tipos templarios cruzados, guantes para devolver bombas lacrimógenas, barricadas, árboles tumbados, incendios, enfrentamientos contra policías y guardias nacionales bolivarianos a los que se les ha prohibido el uso de armas y la violencia. Las cámaras tratan de conseguir la foto donde la imagen sea un país en guerra.

Este mismo escenario se repite en puntos seleccionados en diferentes estados del país. Aún con toda esta puesta en escena, en la agenda terrorista de la oposición algo no está dando resultado, no está funcionando. Los miles de barrios, cerros y sectores populares a todo lo largo y ancho del territorio nacional siguen en su cotidianidad atentos a lo que sucede en aquel mundillo tipo Hollywood de clase media alta y sus desclasados jugando a la guerra total que ya ha cobrado unos 40 muertos y centenares de heridos al país. Aquí los asesinados y heridos no son extras. Son de verdad.

En el barrio 23 de Enero, oeste de Caracas, unos 200 mil habitantes se levantan en medio de ese sabroso bululú diario de los sectores populares. Aquí no hay bombas incendiarias ni lacrimógenas. Carajitos pa la escuela, guarderías, franelas azules y beige (de uso escolar) toman las calles para llegar a los liceos. Vagones del Metro a reventar hasta donde lo permita la violencia del otro lado de la ciudad. Pequeños y medianos negocios empiezan a abrir sus santamarías y puertas. En los cientos de consultorios médicos populares ya empiezan a haber colas para ser atendidos. Unas seis mujeres de los concejos comunales pegan sendas convocatorias en papelógrafos escritos a mano en las paredes avisando la reunión nocturna para organizar el CLAP, donde se lee el monto a cancelar y número de cuenta.

Motorizados y parrilleros activan su chamba diaria. Los camiones de frutas y verduras ofrecen la mercancía por sus parlantes. Ventas de empanadas, arepas y jugos, talleres, peluquerías y abastos, líneas de taxi y camionetas abarrotadas de obreros, maestras, funcionarios, estudiantes y otros que se dirigen a las diferentes concentraciones de hoy, madres con sus hijos, o simplemente trabajadores de todos tipos. La mayoría comenta la película del día: en el este del este pa los laos de los ricos están jugando con mierda.

El barrio está activo

Lo mismo sucede en otros barrios cercanos: La Pastora, Catia, Lídice. Más allá en San Agustín, Mamera, Petare, El Cementerio y en otras ciento-y-pico de parroquias y municipios populares. Unas 6 millones de personas solo en Caracas. Esto es lo que no está funcionando o dando resultado en los planes de la oposición y su escalada terrorista focalizada. Los millones de habitantes de los barrios no le hacen el coro.

Lo mismo sucede en todo el país. En vez de esto en varios sectores las personas salen a las calles a proteger y defender sus instalaciones como en este cuento de lo sucedido en un barrio del interior del país (Barinas): «Aquí no van a vení a saquear, no joda, aquí no van a vení a hacé los desastres que le hicieron a las panaderías y ferreterías y farmacias de La Cardenera». La arrecha mujer barinesa, echá palante, machete en mano lideraba a unos cien vecinos que armados con palos, tubos, machetes, bates, salieron a enfrentarse con los guarimberos opositores que en semanas pasadas habían acabado con la mayoría de los negocios de urbanizaciones aledañas. La alarma se había corrido en la noche por todo el barrio a punta de cacerolas, mensajes de texto y llamadas de «vienen los guarimberos». Ahora venían por todos los equipos de la inmensa cancha de paz «tipo b» (gimnasio y más vainas), entregada por la Revolución al barrio Francisco de Miranda, construido e inaugurado por el mismísimo Chávez. La vaina se pone tensa. Los guarimberos, sifrinos revueltos con chamos de barrios y malandros que venían en grupo como de a 30 a trancar vías y calles, y a saquear y prenderle candela a la cancha de paz del barrio, ahora retroceden. La vaina no está fácil con aquel vecinero feo en las calles dispuesto a echar coñazos pa defender su vaina que les dio Chavez. «Se van de esta mierda, aquí no van a venir a joder», «fuera, fuera, fuera, fuera». Mierrrr. Machetes, bates, palos, tubos, picos, se mueven amenazantes mientras gritan los míos. Jajaja, qué vaina más buena. Los guarimberos retroceden: «Vamos a buscar refuerzos a Los Corozitos, no joda, vamos a quemar toda esta mierda, malditos chavistas». «Veeengan, escuálidos pajúos, terroristas, aquí los esperamos, fuera, fuera, fuera, fueeera, no joda».

«Esa noche nadie durmió. Ellos nunca volvieron», dice la pure.

Los únicos, los que sí cuentan con la fuerza tanto numérica como fúrica, bolas y ovarios para incendiar este país están trabajando, organizando, discutiendo el llamado a una Constituyente. Y defendiendo en la calle cuando es necesario. Una muestra de fuerza que pasa desapercibida por la mente de los que quieren una gran coñaza civil, una guerra: el mantenerse tranquilos, no salir a entrompar aun sabiendo que la contrarrevolución que está en las calles del otro lado de la ciudad no soportaría la irrupción de estos barrios en su escenario violento. Esto es una titánica muestra de fuerza.

Mientras los sectores opositores pudientes del país ejecutan su película de «quiero libertad», los que tienen el verdadero poder están activos. El barrio está activo.