España en crisis: seis claves para entender el conflicto en Cataluña

Resulta bastante complicado resumir en unas cuantas claves un conflicto que se remonta a siglos atrás, y sobre el que probablemente se hayan escrito bibliotecas enteras.

Sin embargo, sí que podemos establecer algunas ideas básicas que permitan a quien lee estas líneas hacerse una idea de los antecedentes y naturaleza de un conflicto que está copando la agenda de debate político en toda España, llegando a desplazar «el conflicto en Venezuela» de las portadas de los periódicos españoles (cosa que hasta ahora parecía imposible).

1. La cuestión nacional nunca se ha resuelto en el Estado español

La construcción histórica del Estado español, al contrario de lo que ocurrió en otros países europeos como Francia o Italia, no nace de una revolución liberal encabezada por una burguesía que construye la nueva institucionalidad sobre las cenizas del régimen feudal. Por el contrario, éste nace como fruto de una serie de uniones dinásticas medievales y guerras de conquista, que impusieron la hegemonía del reino de Castilla sobre el resto de reinos (y pueblos) que existían en la península ibérica con la única excepción de Portugal.

Esta singularidad histórica, la no existencia de una clase burguesa en el poder que impulsara la construcción de un sentimiento nacional español como base ideológica fundamental en la creación del «Estado-nación», es la que ha permitido que a lo largo de la historia hayan coexistido diferentes sentimientos nacionales dentro de un mismo Estado.

La idea de «nación española» fue especialmente impulsada y reconfigurada por la dictadura franquista. Los «símbolos patrios» que se reivindican desde esta construcción del nacionalismo español están basados en elementos netamente reaccionarios, como son la monarquía y la Iglesia católica. Se intenta generar por tanto un sentimiento nacional excluyente, con nostalgia imperial, que choca de manera frontal con los nacionalismos periféricos (catalán, vasco, gallego…etc), a los que además reprime políticamente.

2. Las dos caras del nacionalismo catalán

Si bien históricamente el nacionalismo en Cataluña surgió principalmente como expresión política de la defensa de los intereses propios de su burguesía (que siempre ha tenido intereses diferenciados pero no antagónicos con los de la oligarquía representada en el gobierno en Madrid), la situación anteriormente descrita ha llevado a gran parte de la izquierda catalana a articularse desde la reivindicación nacionalista, bajo el discurso de «autodeterminación, independencia y socialismo».

Así, las organizaciones de la izquierda catalana son las que han sido tradicionalmente definidas como «independentistas», dado que su estrategia política pasa por un proceso de ruptura con el Estado español que pueda desencadenar un proceso constituyente propio en Cataluña, y la proclamación de una república catalana independiente como paso fundamental en la construcción del socialismo.

Por el contrario, las organizaciones de la derecha solían autodenominarse como «soberanistas» o «catalanistas», dado que desde la reivindicación de la existencia de la nación catalana, nunca hasta ahora habían apostado por un proceso de ruptura con España, sino por la negociación de un mayor autogobierno que el resto de territorios del Estado. Esta había sido hasta ahora la posición hegemónica dentro del nacionalismo catalán, y que llevó a CIU a controlar las instituciones políticas catalanas de forma casi ininterrumpida desde la salida de la dictadura franquista.

El gobierno español amenaza con represión mientras la derecha catalana pasa factura política

3. El papel de la burguesía catalana en el post-franquismo

La derecha catalana resultó ser una pieza fundamental en el pacto de élites que dio lugar al régimen que se constituyó tras la muerte de Franco y el regreso de la monarquía borbónica. Partidos como CIU (ahora PDeCAT) han sido actores clave en la estabilidad del régimen político emanado de la constitución del 78, actuando como muleta de los diferentes gobiernos del bipartidismo turnista del PP y el PSOE.

Las clases dirigentes en Cataluña, lejos de sentirse oprimidas por el Estado español, han sabido hacer valer su peso político para lograr privilegios hacia sus intereses, al tiempo que ofrecían su apoyo en la aplicación del proyecto neoliberal para el conjunto del Estado. Podría decirse incluso que el gobierno catalán controlado por su derecha nacionalista, ha sido un alumno aventajado de la Unión Europea a la hora de aplicar recortes en presupuestos públicos y gasto social en educación y sanidad, aplicando las «políticas de austeridad» en su territorio y apoyando al PP en su aplicación al conjunto del Estado.

Es decir, que el nacionalismo catalán de derecha ha sido una pata más del régimen del 78, que como tal ha participado de sus negocios legales e ilegales y no se ha librado de la corrupción que infecta la práctica totalidad del sistema político, que alcanza a la monarquía, el poder judicial, los parlamentos regionales, ayuntamientos municipales, etc. Una prueba de ello fueron las declaraciones de Jordi Pujol (el presidente más longevo del gobierno catalán), que al ser investigado por una trama de corrupción por parte del gobierno español, llegó a amenazar a quienes le interrogaban diciendo «si caigo yo, caeremos todos».

4. La actual coyuntura: un desafío que se descontroló

El actual repunte del conflicto nacional en Cataluña tiene su inicio en una arriesgada maniobra política de la derecha catalana, que ahora parece no poder controlar. El presidente del gobierno catalán decidió reunirse con Mariano Rajoy para exigirle «un nuevo pacto fiscal» que permitiera a Cataluña tener un mayor control sobre sus cuentas. La negativa del gobierno de Rajoy a sentarse a conversar sobre algo que «daría a los catalanes una situación de privilegio sobre el resto de españoles» llevó a la derecha catalana a endurecer su discurso acusando al gobierno central de no reconocer a Cataluña como una realidad nacional que merece una situación jurídica diferente a la de otros territorios.

El gobierno de Rajoy se enrocó en una postura inmovilista, y el gobierno catalán decidió tensar la cuerda anunciando que convocaría una consulta popular en la que preguntaría a la ciudadanía si quería que Cataluña fuera un Estado, y que si quería que este Estado fuera independiente o federado a España. Ante este anuncio el gobierno del PP se niega a iniciar cualquier tipo de diálogo político, y amenaza con dar fin a la situación simplemente por la vía policial y judicial.

El PP ve cómo su discurso de nacionalismo español frente a Cataluña logra estabilizar su caída en apoyo electoral en las encuestas, por lo que la persecución a cualquier tipo de consulta popular se convierte en su principal caballo de batalla; al mismo tiempo, la derecha catalana (que perdía apoyo por sus recortes en gasto social) también ve cómo la agudización del conflicto le permite crecer en las encuestas.

Comienza una escalada de tensión política y amenazas, con un gobierno catalán decidido a celebrar el referéndum mientras el gobierno de Rajoy amenaza con intervenir las instituciones catalanas y ponerlas bajo el control de Madrid.

La insensatez del gobierno de Rajoy, contento con el rédito político que este conflicto le estaba dando a su partido en el resto de España, le ha llevado a generar un relato de «golpe de Estado, sedición y rebelión» para justificar la acción más autoritaria que se ha visto en este país desde la dictadura. Esta postura política ha demostrado ser una verdadera «fábrica de independentistas», dado que la exaltación de ese nacionalismo español excluyente, junto con las formas autoritarias del gobierno central, han llevado a millones de catalanes que no apoyarían la independencia en un principio a verla como la opción más deseable.

Cuesta creer que la burguesía catalana esté verdaderamente dispuesta a un proceso de ruptura total

5. Un choque de trenes que oculta el conflicto de clase

La crisis económica en España trajo consigo también una crisis política, y la pérdida de legitimidad de las instituciones del régimen del 78. Durante todos estos años hemos asistido a un clima de conflictividad social ante el recorte de derechos laborales, el mayor desempleo de Europa y el aumento de las políticas represivas del Estado. El conflicto de clase pasaba a la primera línea del debate político y se materializaba en huelgas, marchas multitudinarias y una considerable pérdida de apoyo electoral al bipartidismo. La hegemonía política de la derecha, tanto española como catalana, se encontraba en total retroceso; hasta el punto de que las Alcaldías de Madrid y Barcelona fueron tomadas por candidaturas unitarias de la izquierda.

La centralidad que actualmente ha adquirido la cuestión nacional pone a la izquierda política ante una situación de debilidad. Por un lado, dificulta establecer alianzas entre la izquierda catalana y la del resto del Estado, y dentro de Cataluña, entre la izquierda independentista y la no independentista. En Cataluña el «proceso de independencia» está siendo dirigido desde la derecha, y en el resto de España la izquierda pierde peso y se encuentra dividida y confundida, al no tener una postura clara y bien definida sobre el modelo de Estado que quiere, ni en cómo encajar en los sentimientos nacionales que existen dentro de España.

Por otro lado, las dinámicas de propaganda de guerra que están adquiriendo los grandes grupos de comunicación, y la falta de propuestas concretas que den una solución política y negociada están llevando a una situación peligrosa.

6. La represión genera un nuevo marco político tanto en Cataluña como en el resto de España

Lejos de paralizar el referéndum, el gobierno catalán ha comenzado a realizar las gestiones para su celebración, y el gobierno de Rajoy ha decidido cumplir con su palabra. Ha enviado a miles de guardias civiles, un cuerpo policial pero de naturaleza militar, con la supuesta intención de evitar que se celebre el referéndum el próximo primero de octubre. Con la excusa de «neutralizar las papeletas» ha comenzado una oleada de registros masivos a imprentas, locales sociales, sedes de instituciones catalanas y sedes de partidos políticos independentistas. No sólo ha requisado papeletas, sino también propaganda electoral y política, lo que supone la criminalización de una idea política.

Esta situación está generando un marco de ruptura y desobediencia civil de Cataluña, que está creando entre muchos la ilusión de que una ruptura real y la constitución de una república catalana independiente es posible. Pero cuesta creer que esa situación sea posible por dos cosas: la primera es que el gobierno de Rajoy está totalmente dispuesto al uso de la fuerza policial para suspender las instituciones catalanas, con una constitución heredada del franquismo que se lo permite; la segunda es que cuesta creer que la burguesía catalana esté verdaderamente dispuesta a un proceso de ruptura total, que podría llevarle a tener años de aislamiento internacional y no reconocimiento de la Unión Europea, y la repercusión que eso tendría sobre sus negocios transnacionales.

Por desgracia, el choque de trenes cada vez más parece apuntar a una situación de represión política masiva en Cataluña sin capacidad de respuesta popular, y a una cierta recomposición de la legitimidad del régimen del 78 con base al ensalzamiento del nacionalismo español, que como ya se ha explicado, a día de hoy sólo tiene una lectura por la derecha.

Al fin y al cabo, la historia desde la que se construye el actual nacionalismo español ha celebrado siempre la «represión al rebelde que se alza contra España», y esa idea se incrustó en la mente de la sociedad española durante 40 años de dictadura nacional-católica.