Varios escenarios están en conformación. Cada fuerza mueve sus piezas en el tablero, da forma a los asaltos que vendrán, intenta anticipar. Resulta difícil un pronóstico seguro, aunque una cosa hemos aprendido en estos años, los Estados Unidos contemplan todas las variables, trabajan en cada una de ellas en simultáneo. Su implementación depende de las necesidades y condiciones. Y lo que parecen preparar son justamente condiciones para sus próximas acciones.
Es necesario comenzar por el frente exterior porque allí reside la conducción del conflicto, el centro de gravedad del actual escenario. Esa situación se ha evidenciado desde agosto del año pasado, cuando la oposición venezolana comenzó a superponer derrotas sobre derrotas mezcladas con divisiones. La proporcionalidad no suele fallar: cuanto más golpeada está la derecha, más se desplaza la vocería hacia el frente internacional, es decir Estados Unidos/Grupo de Lima/Unión Europea y agregados. La palabra principal pasó desde entonces a manos norteamericanas, hasta llegar a los momentos más altos que se vieron en estas semanas, cuando el Secretario de Estado y el jefe del Comando Sur se desplegaron para ordenar las tropas en el continente -tropas: gobiernos subordinados y hombres en armas.
La sucesión de ataques de los Estados Unidos contra Venezuela se explica por varias razones. En primer lugar, por su necesidad de tener un control completo del continente en el cuadro de una disputa geopolítica entre diferentes potencias. Lo dijo el Secretario de Estado: el avance de Rusia y China en América Latina les es una amenaza. La batalla que se libra en varios países -con el caso paradigmático de Siria- tiene su dimensión en nuestro continente. Venezuela es un punto estratégico en esa mira, las alianzas con Rusia y China han ido en crecimiento en varias esferas en los últimos años.
En segundo lugar, por la necesidad de recuperar el manejo directo de la producción petrolera y las reservas del subsuelo venezolano. La política del chavismo, en alianza con Rusia y China -con puntos como el desarrollo de criptomonedas y compra y venta de petróleo en monedas que no sean dólar- es un obstáculo a esa necesidad. Las fusiones de intereses entre grandes empresas y gobierno norteamericano están en evidencia: Rex Tillerson, Secretario de Estado, fue director ejecutivo de Exxon Mobil entre 2006 y 2016.
En tercer lugar, por lo que representa Venezuela como proyecto popular, soberano, latinoamericanista. Ante eso buscan aplicar un castigo ejemplar. Que el costo sea alto y las palabras socialismo y Bolívar sean cenizas en las memorias populares de Venezuela y el continente. Quieren aplastar el intento, hundirlo hasta lo más hondo. Así lo han hecho con proyectos similares desde el siglo diecinueve. Esto se une además a la política de caotización de la sociedad, de la desfiguración del Estado-Nación, la política necesaria de acumulación del capital.
La cuestión es entonces centralmente internacional. Desde allí se preparan los escenarios por venir, los intentos de desenlace que buscan desatar. Estamos en un conflicto que comenzó en 1998 -enmarcado en la etapa abierta a partir del 2013- que se ha profundizado en sus variables, se encuentra en posibles puntos de inflexión que dejan entrever intentos de asalto por la fuerza y no por canales democráticos. Así lo indica el escenario principal en construcción. Para eso necesitan construir alianzas, alinear un conjunto complejo de variables y luego, dar el paso, apretar el disparo.
El escenario puede verse en varios momentos, todos en desarrollo. El primer paso reside en vaciar las elecciones presidenciales y las posibles legislativas de las fuerzas mayores de la derecha. Que peleen partidos minoritarios, y en caso de ser posible, que no lo haga ninguno, que el 22 de abril sea Maduro vs Maduro. Eso conformaría un cuadro internacional de desconocimiento del resultado -ya anunciado por algunos gobiernos- lo que daría paso a mayores sanciones diplomáticas, económicas. A su vez profundizaría la calificación de dictadura, lo que, se sabe, abre la puerta a nuevas formas de lucha. Hacia eso iban en julio, pero el peso de los votos de la Asamblea Nacional Constituyente se los impidió.
La hipótesis del vaciamiento electoral incluye varios posibles movimientos anteriores al 22. Se trata, en su táctica, no solamente de retirarse sino de construir el peor escenario. Eso significa la agudización de las variables económicas y posibles actos de saboteo, por ejemplo, a la electricidad. No se puede descartar la posibilidad de escenarios violentos que conmocionen a la población -ya se han dado algunos menores- y condiciones los votos, la participación. Necesitan, en el caso de retirarse, que participe la menor cantidad de gente el día 22. El chavismo necesita lo contrario: mayor participación otorga mayor legitimidad, y, lo que está acá sobre la mesa a nivel nacional es la legitimidad. Eso está en cambio en gran parte perdido a nivel internacional, el chavismo será presentado como antidemocrático haga lo haga.
¿Existe la posibilidad de que busquen acortar tiempos e impedir la realización de las elecciones? No se puede descartar esa hipótesis, la pregunta sería entonces a través de qué vía. Eso remite a la cuestión central en el escenario descrito más arriba: cómo sería el acto final de asalto al poder. El año pasado se vio como esa cuestión no resuelta los hizo avanzar en un escenario que no lograron resolver -se analizó entonces que necesitaban un levantamiento de los barrios y/o un quiebre de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb), elementos que no lograron desencadenar.
Se pueden intuir cuatro variables principales para una acción de fuerza directa. La primera, la intervención directa de los Estados Unidos. La segunda, la intervención de fuerzas conjuntas, con epicentro desde Colombia. La tercera, articulada a la segunda, el despliegue de fuerzas paramilitares para desatar oleadas de violencia con intento de control de territorios. La cuarta, que buscan, un quiebre al interior de la Fanb. Trabajan sobre todas las posibilidades. En vista de los últimos movimientos y el cuadro global, el escenario parece dirigirse hacia la segunda variable, combinada con la tercera. ¿Sería suficiente? ¿Una victoria rápida y asegurada? La falta de certezas, junto como factores como las próximas elecciones presidenciales en Colombia, parecen condicionar la posibilidad de que se ponga en marcha.
Existe otro escenario, que puede verse como anterior a la acción de fuerza: el agravamiento de las variables económicas como parte del plan, hecho que desencadenaría episodios de violencia popular que hasta el momento no han sucedido. Esa hipótesis parece la menos manejable por parte de los Estados Unidos, la más compleja de anticipar en vista de las profundidades de la experiencia chavista, los niveles de dificultad económica reales y crecientes, la poca certeza para conducir los tiempos del estallido. Una posibilidad es que en caso de fracasar la variable del colapso económico -por ejemplo, por un efecto positivo de la criptomoneda Petro que permita sortear el bloqueo internacional y descomprimir el peso del dólar de guerra- entonces se activen las variables de asaltos violentos. Como se ve, las variables son interdependientes.
Lo que está en juego son casi siete años más de Nicolás Maduro, es decir del chavismo -con todas sus miradas, contradicciones, errores y potencias- en el gobierno. Los Estados Unidos no parecen dispuestos a convivir ese tiempo, necesitan acelerar los pasos, lograr el desenlace. Al descartar la vía electoral se abren entonces las puertas para las otras vías. Están a la vista próximas confrontaciones en varios escenarios, posibles intentos de asalto final, al igual que ocurrió entre abril y julio del 2017. El chavismo mostró que sabe dar la pelea.
Marco Teruggi / La Tabla