Julio Antonio Mella: “Te quiero, serio, tempestuosamente”

Mella y Tina, una historia de amor y lucha. Fotos: Tina Modotti.

El cansancio golpea el magnífico rostro. El saco, hecho a la medida de sus espaldas de frontón, está arrugado, con manchas en los puños y, de verlo, Nicanor, el padre, se molestaría ante este sacrilegio a su trabajo como sastre. El cuello de la camisa está sucio, con hilachas cual chillido. Del cuerpo de Julio Antonio Mella se desliza un olor penetrante.

A ella no le importa: solo se ha fijado en la fiereza de la mirada, en el pelo ensortijado que parece clamar por manos que se enreden con ternura entre las ondas, en el tipo de griego tropical del hombre que inunda con su personalidad la redacción del periódico El Machete. Tina Modotti recuerda las anécdotas oídas sobre el cubano, las proezas, los ensueños que, en parte, escucha- o adivina- en la narración modesta que le hace, con su voz de barítono, a un amigo común.

No le interesan el olor a sudor, la ropa ajada, las agrandadas ojeras: el carisma de Julio Antonio la envuelve.

Ahora, él pide perdón por la presencia y, después de una sonrisa serena, le cuenta, cual disculpa, algo más de sus andanzas últimas por este México tan querido por ambos: en tren, hasta como polizón, sin dinero, ni pensar en hotel; volar turnos de alimentación, dormir dos o tres horas sobre el piso en un establo, y el peligro tras las huellas; organizar bases del partido Comunista, formar grupos de corresponsales para la publicación, fortalecer el movimiento sindical.

Ella no deja de mirarlo: con esos grandes ojos oscuros le alimenta la timidez que lo acompaña en estos lances. No se acostumbra, aunque en docenas de ocasiones ha ocurrido. Allá en La Habana, lo oyó decir y se hizo el desentendido:

– Ahí viene…

– ¡Muchachas, corran, que llega El Tigre!

Así le nombran por su fiera belleza de mestizo: así lo nombran para hiperbolizar tanta hombría que ya muestra desde el paso atlético. Disimula, eleva la voz para organizar, luchar, convencer; su auditorio comprende y apoya, aún exiguo para tantas misiones importantes sean el Congreso Nacional Estudiantil, la formación de los Grupos Manicatos, la FEU, la revista Alma Mater, la Liga Antimperialista , y lo más trascendente: el Partido Comunista. Algún día crecerán las filas, será un pueblo martiano y socialista: lo cree y por ello batalla, rescata al Apóstol, trae a Lenin con la luz nueva tan necesaria.

No se acostumbra y eso que no pocas de aquellas jóvenes, sin dejar de pensarlo tigre, abrazaron los ideales, realizaron algo y hasta llegaron a quererlo más como líder que como besos deseados desde la boca carnosa que posee. Frente a Tina, tartamudea, no sabe qué realizar con las manos ni con las frases, se sonroja. El amigo tercia por suerte:

– Aséate y vuelve rápido para acá. Los invito a tomar café con leche en el establecimiento de la esquina. ¿Aceptas, Tina, verdad?

La interpelada responde, luego de tachar algunas palabras en las cuartillas que juntará a unas fotos tomadas por ella en la mañana:

– Claro, claro…

Él se excusa: después de bañarse y vestirse de limpio, debe concentrarse en una tarea atrasada. Sin embargo, no puede escapar.

– Vine porque se me quedó la llave y tú tienes otra; el local está cerrado y, ¿sabes? , tengo que terminar este artículo…

– Bueno, pero tómate primero un cafecito.

– Está bien, ya que estoy aquí.

Y se arregla el saco limpísimo. De nuevo hay tiernos intercambios de miradas.

Tina, mucha mujer

Cuando Mella conoce a la Modotti (1928), ya ella es mucha mujer: un poema de amor y de combate. Militante del Partido Comunista de México desde 1927, asciende de artista de la fotografía a creadora del pueblo, por el pueblo, para el pueblo y desde el pueblo. Por su sensibilidad e ideología mayores, supera al maestro, el norteamericano Edward Weston, con quien sostuvo relaciones amorosas, luego de la muerte del esposo (1922), el poeta y pintor canadiense Roubaix de L´Abrie Richey, establecido en California. Los dos hombres impulsaron los pasos estéticos de la italiana.

México la atrajo por la compleja contienda que vivía, por el arte que apoyaba allí, con tanta fortaleza, la esperanza de los pobres. En 1926, se acabó el romance con Weston, aunque quedó una amistad, y este marchó a Estados Unidos. Tina continuó en la tierra azteca con una clara visión como artista, como mujer, como política. Colabora en El Machete y defiende toda causa noble del mundo: participa en la campaña por la libertad de Saco y Vanzetti, en el apoyo a la epopeya de Sandino en Nicaragua, en las protestas por los problemas salariales de los proletarios mexicanos…

Nacida en Udine, poblado cercano a Venecia, el 16 de agosto de 1896, bautizada como Adelaida Luigia, conocía muy bien el rostro de la miseria: cuna obrera, de gente ligada al movimiento socialista. Según su hermana Yolanda: “…era una pequeña dama, con sus grandes ojos tristes en un rostro hambriento. Era la única de nosotros seis que trabajaba y ganaba algunos centavos al día. Trabajaba doce horas diarias en una manufactura de seda y, cualquiera que fuera su tarea, siempre tenía los dedos hinchados y adoloridos”.

Siguió al progenitor en la emigración, como búsqueda del triunfo sobre el hambre. En 1914, laboró en fábricas de San Francisco, California, y allí se vinculó al teatro de aficionados. Su brilló la llevó a Hollywood, donde llegó a ser actriz en varias películas. Querían convertirla en estrella, mito viviente, basada en su tipo latino. Demasiado ser humano: rompió con aquello.

Al conocer al joven dirigente antimperialista y antimachadista cubano, era revolucionaria a la altura de él. Hasta entonces, amaba al pintor comunista Xavier Guerreo, quien pasaba un curso político en Moscú. Mella la impacta; el destroza la timidez, sus lazos matrimoniales con Olivín Zaldívar están podridos, se decide. Tina contesta no a los requerimientos al principio. Por fin, decide escribir a Xavier lo que califica así: carta más dolorosa de mi vida. “He conocido a un hombre maravilloso…”, le confiesa al artista y le anuncia la ruptura de relaciones. Cuando las hojas están en manos de Guerrero, la revolucionaria se entrega en cuerpo y alma a Julio, como ella le llama: septiembre de 1928.

Julio Antonio Mella. Foto: Tina Modotti

Por esa fecha, sin abandonar su guerra contra la burguesía, pero pleno de pasión, Julio Antonio Mella escribe:

Mía Cara Tinissima:

Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas.

Tu figura no se me borrado en todo el trayecto.

Todavía te veo de luto, traje y espíritu, dándome el último saludo y como queriendo venir hacia mí. Tus palabras también las tengo acariciándome el oído. Y cuando llegué al trópico, y comenzó el festín del calor, con la selva y el cielo azul, ya sabes que me parecía ver en cada espesura su complemento: aquella espalda con aquel pelo negro, suelto como una bandera, que era mi consuelo al no poder verte. Bien, Tina, perdona que no sea largo, estoy agotado. Creo que voy a perder la razón.

He pensado con demasiado dolor en estos días y hoy tengo todavía abiertas las heridas que me ha producido esta separación, la más dolorosa de mi vida. Si ya te has serenado, escribe. Pon un poco de paz en mi espíritu. Cada vez que pienso en mi situación, me parece que estoy en la entrada de un cementerio. Te quiero, serio, tempestuosamente. Como algo definitivo. Tú dices que me quieres igual a mí. Si solucionamos esto, tengo la convicción de que nuestra vida va a ser algo fecundo y grande. Pero me repites lo de antes, que no estás dispuesta a soluciones. Por mi Tina, he tomado con mis propias manos mi vida y la he arrojado a tu balcón, cómplice de nuestros amores. Algunas veces he creído que soy un niño y me tienes lástima. Si no, explícame qué amor es este que me lleva a la desesperación. Dime cuál es la esperanza.

Si no deseas estar en México, nos vamos juntos a Cuba o a la Argentina. Tina, no está en mí suplicarte, pero a nombre de lo que nos amamos, dame algo cierto, algo que no sea humo. Conmigo no hay que temer, Allí va, no un beso, porque ya no tengo alma, pero sí un recuerdo muy cariñoso para mi madrecita. También esa lágrima que saltó sobre los tipos de la dactilográfica que tú has socializado con tu arte.

Salud, camarada

La noche del 10 de enero de 1929, los balazos destrozarían el hechizo. “Muero por la Revolución” diría el atleta de la libertad en brazos de su amada a ser herido en la esquina de Abraham González y Morelos, en Ciudad de México. Fallecería a la mañana siguiente. Los reaccionarios tratarían de hacer ver que era un crimen pasional, acusarían a Tina de “Mata Hari del Comitern”, de mujer fatal. Los infudios chocaron con la roca del carácter y la vida de la joven. Venció y continuó en el bregar contra los enemigos de los pueblos.

Tina Modotti durante la reconstrucción del asesinato de Julio Antonio Mella. Foto: Colección Archivo Casasola

Deportada de la tierra de Juárez (1930) por otra felonía de la derecha, en la URSS encontró acogida y llegó a ser la segunda jefa del Socorro Rojo Internacional. Luego, en España, es María, una de las milicianas fundadoras del Quinto Regimiento y combatió, con el fusil en las manos o curando a los heridos, por la República y contra el fascismo. Regresa a México en 1938, con su compañero, el legendario Vittorio Vidale, el comandante Carlos, jefe del Quinto Regimiento. En la capital de la patria de Zapata y Villa, murió el 5 de enero de 1942, víctima de un síncope cardiaco.

Tina Modotti, hermana no duermas…, como dijo Pablo Neruda en Tina Modotti ha muerto, porque… â€œSon los tuyos, hermana, los que hoy dicen tu nombre/ los que en todas partes, del agua y de la tierra, / con tu nombre otros nombres callamos y decimos. /Porque el fuego no muere”.

Como ese fuego fue el amor entre Julio Antonio y Tina: serio, tempestuoso, algo grande, fecundo.