«El hombre, mis hijos, es como un río. Tiene barranca y orilla. Nace y desemboca en otros ríos. Alguna utilidad debe prestar. Mal río es el que muere en un estero».
Augusto Roa Bastos. Hijo de hombre
Marc defendió el título, y le ganó, contra un tumor cerebral en una contienda de nueve años. Fue después que por la baranda apareció un contrincante mucho más joven contra un campeón con casi una década de victorias sobre el ring.
Y de hecho fue el cuerpo el que no pudo más: picó alante y su güiro se mantuvo en pie hasta el último segundo. Ninguna de las dos oraciones anteriores son retóricas: el joven contrincante también perdió, pero por knock out técnico.
Sólo servimos como individuos para muy pocas cosas: cuando te dijeron que para ser militante por una causa tenías que ser activador de base, comunero profesional, intelectual orgánico, antropólogo decolonial, artesano, vegano, guerrillero urbano, espía de los servicios rusos/chinos/cubanos y segunda base de los Tigres de Aragua, te mintieron.
Ocúpate en dejar una sola huella bien pisada y que ni el puto cuerpo te pare con sus guarimbas post-industriales. Primera (dura) lección que le proceso a Marc Villá ahora que se fue.
Segunda lección: Marc dejó obra. Y es robusta: varias de sus piezas por muchas razones echan luces distintas ahora en relación al momento en que Marc las realizó. No hace falta caer en la acrobacia retórica de turno por eso, ahí están sus piezas accesibles para entender de qué va el comentario.
Y voy a hablar sobre algunas de ellas. Pero esto no es una reseña. Prefiero escribir en caliente, de memoria, porque en primer lugar se la debía, y en segundo sólo puedo hacerlo dando una suerte de testimonio intelectual de su trabajo.
La chamba de esa naturaleza se la dejo a quienes con más propiedad para hablar tienen sobre el cuerpo completo del trabajo que deja (hecho, y en proyectos).
Hablo de un amigo al que admiré y esto no es más que un ejercicio de admiración y mi testimonio personal de por qué esto es así. Y al grano pues:
Breve paneo de algunas de sus películas*
El rescate del cerebro de PDVSA, pieza que si le hicimos caso a él, se trata de su ópera prima individual (ya había realizado La alegría de la tierra con Eduardo Viloria), de la que hablaba como un bloque de investigación compacto, pesado y pelúo al momento de realizar, tenemos la primera crónica del primer ciberataque como acto de guerra contra Venezuela, tema que es hoy que anda cobrando un sentido demoledor a propósito de los peligros concretos de la guerra cibernética y la militarización traumática de la Inteligencia Artificial.
Pero luego de ver esa primera capa, que es la investigación propiamente (con todas sus claves específicas y episódicas), tenemos también la descripción de una clase dominante que dejó constancia y evidencia de sus prácticas criminales, además de su absoluta necesidad de perpetrarlas para existir. ¿Qué dice eso ahora, sobre este momento?
Esta fue una de las claves esenciales de Venezuela Petróleum Company. Trabajo que en su momento, por cierto, si mal no recuerdo, tuvo una recepción mezclada y perturbadora, así por encima mucha gente se desgañitara hablando maravillas, pero por otro lado, un lote de «buenas consciencias» no sólo no agarrara el mensaje sino que cargaría en su contra por no ser más evidente, explícita y formateada en versión para dummies.
«Quise hacer una historia de la dominación», respondió Marc, acentuando otro dato: la forma importa. La forma también es política y está politizada así no te lo digan (no te lo dicen porque alguien quiere preservar ese monopolio, precisamente). Y hay que renunciar a la paupérrima psicología de nota de prensa que a veces aparece en el cine documental. Hay que hacer que el cómo se cuente también sea mensaje, y mientras más abarcante, mejor. Una trama abierta y reconstruible. Cine político.
Forma que el propio Marc extremó con Yo soy el otro con un estilo de montaje bastante arriesgado que realizaron él y Lucía Lamanna. Un complejo juego simultáneo de historias que confluyen sobre el plano de la contienda por parar la muerte a partir de testimonios directos (en Corea, Venezuela, Ecuador, Italia y la República Saharaui) de lo que hoy se puede entender como el Sur Global, y que en ese momento en tanto concepto no era tan claro.
El otro lado del retrato de la dominación. Y hete ahí otro dato: Marc fue un intérprete de Globalistán en su primera hora, la del «otro mundo posible», muy distinta a la de ahora. Pero sobre ese momento que lo tocó específicamente lo registró, se involucró (le dio clases a saharahuis y venezolanos, aquí y allá), le apostó y constó en acta.
Contrastando caso por caso podemos problematizar el qué pasó diez años después (es de 2008), pero fuera de sus particulares, nadie en Venezuela le agarró el nervio al espíritu de ese ciclo, a ese movimiento general en ese momento determinado de la historia, ni en el cine documental ni en nada, como la vislumbró él. al menos sin quedarse atascado en la cursilería colateral.
Porque Marc fue también un zapatista en toda regla. Creo que fue una matriz esencial para todo lo que vino después: qué diferencia con los demás que se proclamaron como tales.
Tercera lección, consigna piche se tumba es con trabajo (y a veces ni así): no con un nuevo festival de categorías postmodernas más confusas que la mierda y unos modos de representación que tienen más que ver con los identity politics de la Clinton que con lo que pueda decir lo que esa gente llama «el sujeto subalterno». Es decir, la gente normal.
Entonces a la veta Globalistán le vino siempre de la mano las memorias perseguidas venezolanas junto a la perturbadora y avasallante Venezuela profunda. El aparato circulatorio de la historia de la patria desde donde «no se decía nada», la Venezuela descalza e insolada de pobreza (y aquí su obra se entrecruza con una sólida tradición del documental venezolano). Y pienso en los reportajes biográficos sobre Alfredo Maneiro y Argimiro Gabaldón.
Otro momento prolijo. A la biografía testimoniada de Chimiro (con escenas de corazón abierto extremadamente difíciles de registrar, de llegarle) se le suma la música del Taparo Linárez, el tamunanguero político víctima del TO3 en El Tocuyo.
Y en la de Maneiro registra otro momento imposible: el último segmento de algo parecido a lucidez en Pablo Medina. Y este cuento dice bastante de las tensiones que también produjo la obra de Marc de forma puntual: el docu sobre Maneiro no tuvo la promoción merecida precisamente, por los mediocres de toda hora, porque aparecía el susodicho Medina.
Pero Medina fue muy cercano a Maneiro, a la evolución de la Causa R, etc. Que después sea el caso más descriptivo de cómo se te prende la coctelera política ya es otra cosa. Lo de respetar las declaraciones a Pablo Medina son lealtad al dato histórico, y cuando es así no complace. Y escandalizarse con eso, la miopía del funcionarito ño pernalete.
Si te eres leal en tu obra, eso te puede o te va a pasar. Cuarta lección.
Un pre «detrás de las cámaras» a propósito de Crónicas extraordinarias
En su remoto comienzo, el seriado que luego lanzó La Célula en TVES, en 2010, fue concebido como largometraje. Y creo que fue ahí que comenzó a demarcarse el punto de no retorno en su batalla campal contra la enfermedad. Sin embargo, también registró un momento de imaginación salvaje, y también, el primer knock out contra el precipitado rumbo de su cuerpo. Tal vez precisamente por eso: eran la misma pelea.
«La sabana se muestra en todo su esplendor. Imponente, solitaria, predomina la polvareda y la resolana. Vemos cruces de antiguos cementerios. Un burro va a pasitrote frente a un palo de guásimo seco. Cae la noche. El aullido del viento da pie a una narración en off tomada de la Autobiografía de José Antonio Páez, exactamente el capítulo III del I tomo, apartado dedicado al ‘Ejercito de animas’.
Dos soldados realistas montan guardia, distraídos. Sobre la base de música patriótica del siglo XIX, una serie de ilustraciones animadas recrean la llegada de un extraño grupo de personas.
Escuchamos choques de sables y machetes, pasos unísonos y voces, gritos de dolor y hurras de victoria. Alarmado, uno de los centinelas interpela al grupo que se acerca con el ‘¡Alto, quién vive!’, a lo que le responden: ‘¡América libre, soldados de la muerte!’. Los soldados españoles huyen despavoridos, mientras que, en la capilla que defendían, salen liberados (un grupo de llaneros) detenidos».
Tomo eso directamente de la primera sinópsis que escribimos juntos, en 2008. Solamente modifiqué algunos errores de concordancia que venían del .doc y el «un grupo de llaneros» entre paréntesis para asegurar el sentido. Queríamos narrar la fuga de Páez de su detención según su propia pluma (lo dice).
Recuerdo la pea que le dio forma a esa introducción, estrenando un disco de La Estancia del enorme trabajo que Diego Silva Silva y Belén Ojeda hicieron para reconstruir himnos y canciones de la guerra de independencia compuestas por los republicanos (desde la Conspiración de La Guaira), lo que incluía versiones tempranas del himno nacional y una bestial oda a Bolívar, además del «viva viva tan solo el pueblo/el pueblo soberano/mueran, mueran los opresores/mueran los partidarios» con el que el disco abría volteándole el güiro a nerds como nosotros.
Y eso ocurría mientras yo pasaba por un rato crítico extremadamente difícil por lo encandilante, y él también: estaban comenzando a aparecer los síntomas del tumor. Pero lo mío resultó que eran white problems; lo de él, la batalla de su vida. El envión con la escribidera fue saboteado por la guarimba de los primeros exámenes. Y mi proverbial desorden también.
Pero no el de Marc. Quinta lección, que me la dijeron Tatiana y Roberto: no importa el estado o calidad de una idea, se ejecutan hasta el último milímetro. Y le cueste a quien le cueste. En eso llegó a ser hasta implacable el Marc.
Ahora muchos podemos ir entendiendo por qué: o lo haces o lo destruye el tiempo, así no te guste, así pretendas detenerte en pendejadas colaterales, así a veces duela. Pero las cosas sencillamente se hacen.
Pero volviendo a ese momento de Crónicas (que al final muchos convendrían conmigo que tuvo varios). Vean los informes que salieron en su momento en TVES para yo ahorrarme algo de camino. Y porque tengo que jode ganas de celebrar ese momento de mister Villá.
Porque fue arrechamente luminoso. Creo que todo lo involucrado en su proceso a todos les dejó una marca, a los que lo ejecutaron de cerca, y a los que como yo, terminó cumpliendo un papel muy marginal.
Marc, me da la impresión retrospectiva, admirador de la música de Gino, quería que la luz que te dejara ciego no fuera la que te obligara a ponerla bajo sospecha. Aquel «si la luz te deja ciego sospecha del que te alumbra» de la trinidad del Cayapo: Ramón, Gino y Carlos.
Porque andaba alumbrado, picao de culebra, vuelto loco con la memoria intersticial de Venezuela, y sé que la entendía como un camino rocambolesco y tal vez por eso aún más pertinente como vía para revisitar la patria. La patria alucinada y alucinante. Extraordinaria.
Todas las historias, las que se realizaron y las que se fueron quedando en el camino, ahora cuentan eso de Marc. Y yo celebro que sea a tanto nivel.
Ibrahím, sombrerúos y Fear and Loathing in La Sierra de Falcón
A mí me tocó ser «baquiano» (subráyese las comillas) de la primera investigación de campo de dos de esos capítulos, ambos con epicentro en el estado Falcón. Una sobre los duendes en la Sierra y otra sobre Ibrahím López García (quien pasaría a ser una figura central de las investigaciones de Marc para siempre).
En un punto de ese viaje, concentrados en la investigación sobre los sombrerúos de la Sierra, que era responsabilidad de Luis Enrique Belmonte, armamos un combo de guías compuesto por un niño de siete años (Tony), hijo de los amigos donde nos estábamos quedando, un cazador montaraz de cincuentialgo (Hermes), y un campesino del Cerro Galicia de ochentitempranos (Celestino).
El otro integrante de la expedición era Nelson Chávez (el diablo no me lleva a mí solo), que se encargaba de la de Ibrahím (otro día les juro que escribiré sobre el cerebro científico más revolucionario de la historia reciente del país).
Lo cierto es que, para resumir el cuento, es casi un núcleo, una tendencia, que una duende o un duende, por la razón que sea, se lleve a alguien a su territorio y su mundo, sea una persona, un perro de caza o algo parecido. A veces por enamoramiento, a veces por retaliación por maltratar a un animal del monte que se encuentra bajo su protección. El extraviarse es parte del castigo, provocación, consecuencia o saludo, y así.
Nosotros lo estuvimos, mientras nos llevaban a hablar con gente, como siete horas. De empezar arriba en el Cerro Galicia, en la parte alta de la Sierra, por arte de magia terminamos enfilados hacia Churugura, vía Lara, bajando. Error que por cierto resolvió el chamo de siete años.
Al culminar la jornada, haciendo el balance, nos dimos cuenta de que la tripulación fue, precisamente, lo más parecido a los propios duendes. A gente que llevaba ese misterio si es que no tenían relación directa con los sombrerúos propiamente. Esa también se la debemos a Marc.
Y creo que explico bien las situaciones que podía provocar esa imaginación que andaba on fire en ese momento.
Wrap it up o roperó
Hay una sexta lección implícita en aquello de más arriba, que no creo que sea descubrimiento de Marc sino una suerte de común denominador de quienes terminan de la forma que sea sumergidos en la conciencia de nación y, sobre todo, en sus vericuetos históricos. Borrachos de savia.
La lección es que todo en este territorio porta la historia completa de la patria. Y por sí mismo la narra mejor que nadie, desde su propia individuación, y desde ahí es imposible no confiar en la fuerza esa indescifrable que evita que en este momento del tiempo histórico no seamos una bomba de gasolina con lavadora de lujo, gobernada por el equipo de producción de Sábado Sensacional.
Séptima lección: jamás puedes dudar de eso. No importa cuánto ruido le pongan de por medio. Y esto no es un mensaje altivo, al contrario: acepta los motivos que te arrechan, no los sueltes, pero no olvides que el horrible tablero es más grande, y que sólo achicamos juntos el poder descarrilar la decisión administrativa de la Casa Blanca. Tomen esto último como quieran, pero cada quien que se haga cargo.
Una octava lección (en este caso más personal): Marc sabía involucrar a la gente a la hora de darle forma o camino a una de sus ideas. Siempre deben someterse a prueba no importa el estado en que se encuentren: si sobreviven, son. O crecían o morían, según la prueba que daba el paso de una idea hacia el exterior.
La constancia, sospecho, sería la novena lección. «‘El valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna’, había sido una de sus máximas. El valor moral se entiende: la osadía de recomenzar desde los cimientos cuando todo lo construido se viene abajo; el denuedo de considerar austeramente la vida como un eterno aprendizaje que debe soportarse sin desfallecimientos», citando a Augusto Mijares citando al Libertador.
La décima me parece que nos la deja al irse: nunca desaproveches, nunca, el chance de ver a la gente con quien puedes inventar. Sobre todo si son mayores o su estado de salud señala claramente que viven en tiempos prestados. No subordines tus tiempos aunque sea un par de días y más bien dáselos al tiempo de ellos. Que después lo que queda es sombra.
Que como dice la vidala argentina, debe cuidarnos mucho.
*En este apartado y en lo sucesivo quedan claras dos cosas: 1) armo una secuencia de memoria (repito) por lo que es bastante probable que incurra en algún error o imprecisión, 2) apenas estoy en condiciones de hablar de un período de su trabajo que fue el que mejor conocí. Tanto para lo primero como para lo segundo, cualquier corrección o error que se me pueda señalar es totalmente bienvenido, bien sea personalmente o en la caja de comentarios de esta nota.