John Bolton es la más absurda de las criaturas: el recalcitrante pensador de la política exterior de la era Bush.
Ojalá John Bolton fuera sólo un payaso. El supuesto diplomático bigotudo, de paso breve por la administración Bush -e inicialmente criticado por demasiado controversial incluso para ese equipo-, ha sido ahora designado consejero de seguridad nacional. Esa posición le dará el oído en materia internacional del presidente, al igual que el control sobre otros funcionarios principales que disfrutan dicho acceso. Donald Trump prometió que si era elegido él sería un diferente tipo de presidente republicano, y lo ha demostrado: bajo la última adminstración republicana, Bolton ocupó una posición ligeramente inferior a la actual.
Bolton no es un acto de circo: es uno de los operadores de seguridad nacional más virulentos y más peligrosos en Washington. Para tomar un ejemplo, el verano pasado, Trump hizo conocer que estaba considerando salirse del acuerdo nuclear iraní, una promesa de campaña que quería satisfacer pero que fue disuadida por su ex secretario de Estado Rex Tillerson. Sintiéndola una oportunidad, Bolton escribió un ensayo para National Review explicando de manera casual (a saber, digestible para Trump) el cómo abrogar el acuerdo. La pieza está repleta de sinsentidos: en un momento afirma que en ningún momento dado hay evidencia alguna que la administración Obama creía que el acuerdo iraní era «desventajoso para los Estados Unidos». También ofrece pocas evidencias que respaldasen su afirmación de que Irán violaba el acuerdo, una aseveración que ha sido repetidamente repudiada por las autoridades del Organismo Internacional de Energía Atómica. Pero la verdad no era el meollo: el texto era para regar la semilla en la mente del presidente, para dar una opinión experta a la ardiente preferencia de Trump por revertir el acuerdo nuclear iraní.
Que Bolton haya hecho esto no debería sorprender a nadie porque así es como él trabaja: astutamente y siempre sobre el objetivo de más guerras. Como Gareth Pother lo detalló rigurosamente en un reporte para The American Conservative, durante su permanencia en la era Bush, Bolton maniobró detrás de escena para inflar un pretexto a un conflicto entre EEUU e Irán. Entre sus métodos estaba pretender que imágenes satelitales de una base militar en Parchin demostraran experimentaciones nucleares iraníes. Esa pistola de humo es citada por los neoconservadores hasta nuestros días como una de las pruebas de los sueños atómicos de Irán.
Lo que hace a Bolton único entre los operadores de línea dura es que él no siente que deba esconder ninguna de estas maquinaciones. El tipo quiere pulverizar Teherán y no tiene miedo de decirlo. En 2015, Bolton escribió un artículo para The New York Times sutilmente titulado «Para detener la bomba iraní, bombardea Irán«. No importa que la cláusula adverbial en esa oración no tuviera evidencia definitiva a su favor; fue a la guerra porque, como lo dijo Bolton, «el progreso extensivo en enriquecimiento de uranio y el reprocesamiento de plutonio revelan las ambiciones (de Irán)» (imaginen que ese estándar se aplicara universalmente). La próxima operación, prometió Bolton, repetiría lo hecho en la Operación Ópera en 1981, cuando Israel destruyó un reactor nuclear iraní, excepto que esta vez atacaría múltiples estaciones en Natanz y Fordow, y Arak e Isfahan, y…
La personalidad más belicista en Washington escaló hasta el puesto de consejero de seguridad nacional
Los detalles nunca se agregan porque no debería. La forma en que se maneja Bolton nunca toma como táctica ir al grano; es un ideólogo cuyo credo dogmatiza la violencia contra los enemigos sin importar las consecuencias o costos. Sobre la guerra de Irak, declaró en 2015: «Aún creo que la decisión de derrocar a Saddam (Hussein) fue la correcta». Sobre Libia, en 2011 antes de que la administración Obama lanzara su calamitosa intervención, Bolton recomendó que EEUU asesinara a Muammar al Gadafi. Sobre Corea del Norte, inocentemente sugirió que había un «caso legal» para un primer ataque. Sobre Rusia, no te sorprendería saber que él piensa que Trump necesita ponerse más firme, incluyendo un ciberataque que sería «decididamente desproporcionado» a cualquier cosa que los rusos han hecho. También piensa que es tiempo de reconsiderar la «Política Una-China», que previene a EEUU de antagonizar con Beijing al reconocer la independencia de Taiwán.
Hay todo tipo de giros irritantes en esos pronunciamientos. Por ejemplo, un realista en política exterior podría notar que el derrocamiento del régimen de Irak y la asunción del poder chiíta en Baghdad, que Bolton apoyó, sirvió mucho a Irán, lo que Bolton detesta. Pero, una vez más, estos matices son eclipsados por los conceptos genéricos con los que lidia Bolton, como Poder Estadounidense y Dictaduras y Fuerza. La mayoría de los gurús en política exterior, a pesar de apoyar generalmente políticas belicistas, al menos han rechazado la guerra en Irak e hicieron esfuerzos superficiales para ajustarse a sus fracasos. Bolton no, quien es la más absurda de las criaturas: el recalcitrante pensador de la política exterior de la era Bush. Él pertenece a la muestra del Museo de Historia Estadounidense, sin disfrutar de un segundo aliento en el ápice de la burocracia federal.
Pero ¡ay! el presidente ha hablado. Hay condiciones para Bolton. CNN reporta que Bolton prometió a Trump -cita- «que no empezaría ninguna guerra» si se convertía en consejero de seguridad nacional, y seguramente será una promesa que mantendrá. Bolton, después de todo, nunca ha empezado (o peleado en) guerra alguna en su vida. Lo que hará es aconsejar a Trump de tomar el curso de acción lo más beligerante posible en cada una de las situaciones. Lo primero será el acuerdo iraní, que, con Bolton ahora de consejero de seguridad nacional y Mike Pompeo como secretario de Estado, parece una certeza que habrá un endurecimiento por parte de la Casa Blanca, lo que aislará aún más a EEUU de sus aliados, como los europeos, más comercialmente enredados con Teherán que nosotros, que declinamos sobre ello.
Eso nos trae de vuelta a Trump, el insurgente que ganó la elección de 2016 prometiendo repudiar el legado de George W. Bush y mantener a EEUU fuera de guerra extranjeras. Es un show de la fuerza neocon y la impresionabilidad de Trump, quien en un mero año y medio después, la personalidad más belicista en Washington escaló hasta el puesto de consejero de seguridad nacional. Soy nuevo aquí en The American Conservative, pero aprendo rápidamente que esa parte del arreglo dice que nosotros perdemos 100 batallas por cada victoria.
Matt Purple es periodista y editor de The American Conservative, y ha publicado para varios medios estadounidense de renombre.
Este artículo fue publicado originalmente en The American Conservative, la traducción para Misión Verdad fue realizada por Ernesto Cazal.