Leonardo Rossiello Ramírez | Política y sociedad / LA NUEVA MAR EN COCHE
Parece ser que durante centenares de miles de años los humanos, seres por naturaleza obedientes, solo obedecieron a una ley: la Ley de la Selva. En algún momento, sin embargo, inventaron otras leyes, lo que sin duda fue un avance. Pero durante milenios los seres humanos no fueron iguales, ni ante la ley, ni a escondidas de ella. No ha mucho, sin embargo, hubo un cambio, y el antiguo régimen dio paso a uno nuevo. De pronto resonaron palabras que eran ideas: Luces, Educación, Igualdad, Razón, Fraternidad, Ilustración, Libertad. El piadoso invento recomendado por el cirujano francés Joseph Ignace Guillotin, y utilizado en Italia, Francia, Bélgica, Gran Bretaña y Suecia, dejó algunas cabezas de monarcas en su sitio original, pero la herencia formidable de la Revolución francesa es algo que nadie en su sano juicio puede negar. La segunda modernidad dio algunos frutos apetitosos: enciclopedias, sociedades científicas, diccionarios, instituciones filantrópicas. Y academias de letras.
La Academia Sueca fue fundada por un rey «ilustrado», Gustavo III, en 1786. Como esta institución debe estar constituida por 18 miembros también se la conoce como De Aderton, «Los dieciocho», en sueco. La Academia, por disposición de ese rey, tiene la figura del secretario/a permanente, quien, entre otras importantes tareas, tiene la de hacer público el nombre, cada año, de quien haya recibido el Premio Nobel.
La Academia Sueca es una «corporación pública», lo que significa que el Estado no debe inmiscuirse en sus asuntos, pero, dado que es una institución «real», tiene un «protector». Como es muy democrática, su protector es el jefe de Estado: el rey. La construcción está blindada, entre otras razones, porque el jefe de Estado, por más errores, delitos y trasgresiones que cometa, no puede ser juzgado. O sea que el Estado no puede inmiscuirse en los asuntos de la Academia, pero sí el jefe de Estado.
La finalidad de la Academia Sueca fue trabajar por la pureza, fuerza y dignidad de la lengua sueca. Bajo el lema «Genio y buen gusto», su actividad consistió principalmente en hacer diccionarios y promulgar estipendios y premios, entre ellos el Premio Nobel de Literatura. Hasta hace poco, aclaremos, porque parece ser que se ha propuesto llevar a la práctica el lema. Y, de verdad, lo está logrando: con jugadas geniales y de un extraordinario buen gusto.
Es probable que el desprestigio creciente del Premio Nobel [1], agudizado por el bochornoso otorgamiento del mismo a un músico (Bob Dylan, otro anglosajón, y van…), que además no asistió a la ceremonia y en su discurso plagió a otro, haya impulsado a «Los dieciocho» a poner en marcha la primera la primera movida genial. Consistió en crear una situación tal que cualquier cosa que hiciera la Academia solo podía empeorar esa situación.
Las condiciones estaban creadas. Una académica estaba y está casada con un guasón francés, al que la prensa dio en llamar «personalidad cultural», quien, a lo largo de innumerables veladas en uno de los locales anejos a y de la Academia (un club, Forum, que él regenteó, con ayuda económica por 126 000 coronas anuales de… la Academia Sueca), acosó y usó sexualmente a mujeres allí invitadas. Esto, hay que reconocerlo, ya tiene matices de buen gusto, si bien lo que prima es la genialidad. Resulta que algunas de las abusadas lo denunciaron; el guasón negó ser culpable y la académica (otro rasgo genial) respaldó a su marido.
Se le puso al asunto una coqueta tapa, sin considerar que era la de una potente olla a presión. Suecia es el país que más coros tiene en el mundo; el coro de la sección sueca de #MeToo entonó un canon en torno a las actividades del guasón. Una voz cantaba sus hazañas sexuales, mientras otra entonaba la historia de cómo la académica filtró durante años información al marido acerca de los nombres de quienes serían premiados con el Nobel. ¿Qué tal si el guasón usara esa información para ganar plata, filtrándola a editoriales? Otra genialidad: lo hizo.
Entonces la Academia resolvió contratar los servicios de un abogado para hacer una investigación. Cuando los resultados de esta trascendieron (dentro de la propia Academia), tres académicos renunciaron inmediatamente a sus lugares. Esto es una hazaña formidable: todos los 18 asientos son siempre «de por vida», lo que no les impidió, además del genio, el ingenio: renunciaron. Hay quienes dicen que en realidad dejaron de ejercer sus funciones. Otros matizan y sostienen que no trabajan más «de por vida».
En el medio de esta frasa grotesca trascendieron acusaciones de corrupción económica, seguida de más renuncias. ¿Y si hacemos una denuncia a la policía? Notable jugada. La hicieron. Los tortazos volaron en todas direcciones. La amable tertulia académica generó una atmósfera irrespirable. ¿Qué tal si ahora, se dijeron, nos ponemos a hacer declaraciones y acusaciones fuera de la Academia, a través de, por ejemplo, declaraciones a la prensa y entrevistas? Brillante propuesta que fue de inmediato aceptada. Uno de los antiguos secretarios permanentes declaró a la prensa que la actual secretaria permanente era «la peor de la historia de la Academia». Por esto o por náusea, el caso es que ella dimitió.
A esta altura de los acontecimientos, el desprestigio del Premio Nobel contaminó a la propia Academia. Más académicos renunciaron (ahora son once, incluida la esposa del guasón), por lo que ahora la Academia no tiene capacidad de tomar resoluciones, así que, pincelada maestra, este año no habrá Premio Nobel. El caso es que el rey en persona resolvió tomar cartas en el asunto. Anunció que iba a cambiar los estatutos. Claro, con este pequeño inconveniente: ser protector de la Academia no lo habilita a cambiarle las reglas. Hasta aquí, la primera parte del lema académico (Genio) quedó ampliamente satisfecha, porque generar una situación en la que cualquier cosa que se haga solo la empeore, no es tarea sencilla.
Faltaba acendrar la segunda parte del lema de la Academia Sueca: buen gusto. «Los once», ahora, debatieron cómo hacerlo. ¿Qué tal si ahora se filtra, y mejor aún a través de la señora Ebba Wittt-Brattström, exesposa del por entonces secretario permanente de la Academia, esto: que la personalidad cultural francesa, seguramente en plan guasón, le puso la mano en el trasero… a la princesa Victoria? ¡Gran idea! Pero eso, ¿cuándo y dónde ocurrió? En 2006, luego de un almuerzo en la casa de la Academia Sueca Bergsgården, en el barrio de Estocolmo Djurgården. ¿Y si atestigua que el amable gesto guasonil fue presenciado por el guardaespaldas de la princesa, quien le quitó enseguida la mano del lugar al francés? Y, ya que estamos… ¿Y qué tal si agrega que también el manoseo fue presenciado por el secretario permanente de la Academia Sueca de entonces, su esposo, el señor Horace Engdahl? ¡Dale! ¿Y por ella misma, que estaba ahí en calidad de anfitriona? Claro. ¿Qué le hace una mancha más al tigre?
Pero no podía faltar el testigo estelar: el padre de la princesa, el monarca sueco Carl XVI Gustaf Folke Hubertus. ¿Lo filtramos? Pues sí. Y la señora fue y declaró todo eso a la prensa. Vaya tapa y vaya hedor que ocultó, ella, su esposo y la Academia Sueca durante tanto tiempo. ¿Tanto? En realidad, no tanto. Solo doce años.
No ha trascendido la, de seguro, gentil reacción del esposo de la princesa Victoria, el príncipe Daniel, ante este gesto deferencial, qué digo, caballeresco del guasón hacia la futura reina de Suecia.
En honor a la verdad, hay que declarar que el señor Arnaud (así se llama la personalidad cultural) no se hartó de mostrar buen gusto. Sigue declarándose inocente.
[1] Véase en esta misma columna, (A)premiar el premio.
Leonardo Rossiello Ramírez
Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.