Por: Marco Teruggi
Teníamos que ganar y lo hicimos. Por cuarta vez en menos de un año. Se dice fácil, se vive heroico. Lo que sucede a estas horas era lo previsto: el frente internacional multiplica ataques, amenazas, insultos, desde el Grupo de Lima, los Estados Unidos hasta la Unión Europea. Sabíamos ayer que el 21 sería más difícil que el 20, que cada día por venir seguramente lo sea más. Ganar tiene un costo alto cuando se está bajo asedio de una guerra que ha entrado a nuestras casas, calles y subjetividades. Una victoria significa un redoble de violencia que anuncian públicamente con impunidad.
Eso estaba en el imaginario de los días anteriores a la votación, durante todo el día de voto. Tanto en el chavismo como en los escuálidos y opositores. En el primer caso como elemento central para no rendirse, no entregarle el país a quienes sin haber tomado el poder político ya han demostrado hasta dónde son capaces de llegar -y es solo el inicio. En el segundo caso, y en particular de quienes llamaban a la abstención, como un mal necesario. Han llegado a la conclusión que la única manera de terminar con el chavismo -que reducen a un gobierno y una masa de pobres sumidos en la ignorancia y las dádivas- es a través del colapso económico y la intervención extranjera.
Sabíamos entonces que hoy vendrían, como suceden, nuevos anuncios desde el frente internacional. Los han venido preparando desde que decidieron que su estrategia sería vaciar las elecciones. Es seguro que acrecentarán el bloqueo económico como ya lo ha anunciado el gobierno norteamericano, queda por ver cómo se traducirá el no reconocimiento internacional a la victoria más allá de la retórica, y si buscarán nuevos asaltos finales. El anterior, entre abril y julio, les dejó un saldo de derrotas que todavía los mantiene en crisis.
¿Por qué ganamos el domingo? Por razones de política y clases sociales. Fuimos como fuerza unitaria con candidato único, con un discurso democrático coherente con la historia chavista, con la presencia de Chávez, la dimensión de lo que estaba sobre la mesa, y una base social que se estima en un tercio de la población. En esto último entra la cuestión de clase, que el día de ayer pudo graficarse nuevamente. Pondré como ejemplo un recorrido en La Vega, barrio popular de Caracas que tiene a los pies de su cerro zonas de clase media: cuanto más arriba, es decir, más humilde, más votantes, cuanto más abajo, menos votantes, hasta las zonas aledañas de clase media de El Paraíso, que eran de mucha soledad. A las cinco de la tarde había colas en la parte alta del cerro, desde donde Caracas parece una ciudad ajena. El corte de clases fue nítido, el chavismo como identidad se asienta sobre todo en sectores populares: retaguardia y vanguardia.