Por: Néstor Francia |
Para acercarnos al tema de hoy, es bueno que sepa el lector que han continuado los asomos de sutiles coacciones y presiones que tratan de limitar mi libertad de pensamiento y expresión, provenientes todos de individuos vinculados a los aparatos pesuvistas y gubernamentales. Muchos que han sufrido estos procedimientos han terminado por saltar la talanquera o convertirse en «disidentes». Yo no voy a hacer cosas tan deshonrosas o inútiles. A estas alturas de mi vida no voy a borrar mi historia personal lanzándome a los brazos de la derecha, ni voy a juntarme con grupúsculos que aspiran al poder político sin aptitudes para alcanzarlo. En primer lugar, porque quiero mantenerme al lado de quienes integran la minoría más numerosa y activa, que apoya a Maduro a pesar de los pesares, la mayoría de los cuales son gente patriota, luchadora, honesta, decente, amorosa, agradable. Es en esa gente, y no en el Gobierno (donde muchos de ellos trabajan), ni en el PSUV (donde muchos de ellos militan), ni en la derecha, ni en los «disidentes», donde anida la esperanza de mi país. En segundo lugar, porque no aspiro a ningún liderazgo político, me basta y me sobra (de verdad, a menudo me sobra) la pizca de poder social que he alcanzado y que ha permitido que un artículo escrito por mí me convierta en uno de los protagonistas de debates impostergables. De manera que yo no me voy de este lado, seguiré pegado a la Revolución Bolivariana como una ladilla china.
Para terminar este introito, diré que al fin y al cabo la absoluta mayoría de quienes me presionan con distintos niveles de sutileza, son más jóvenes que yo (lo cual es cada vez más fácil, mientras el tiempo pasa), así que me asumo como un tío fastidioso que debe lidiar con unos queridos sobrinos que deberían aprender a controlarse. No voy a impacientarme por vainas de muchachos. Paciencia es la palabra clave.
Bien, ahora vamos por el lomito. Existe un instrumento virtual y muy latoso que se llama el «chavómetro», con el cual se intenta determinar, desde distintas ubicaciones, quien es más o quien es menos chavista entre los mortales. Cuentan con el auxilio de algo que es denominado el «legado de Chávez», un plato que cada quien adoba a su gusto. Hay quienes dicen ser los auténticos hijos de Chávez, mientras los demás no somos más que unos bastardos. Yo, que no quiero que me sigan poniendo en medio de toda esta pendejada, voy a decirlo de una vez, a ver si me dejan quieto: yo no soy chavista, aunque sí soy chavista. Se preguntará el lector: ¿qué le pasa a este tipo? ¿Es no es? ¿Está confundido o quiere confundirme? Y tendrá razón, así que me voy de explicación.
Yo creí ser muchas cosas en la vida. Creí ser marxista, leninista, maoísta, fidelista, guevarista, douglista (fan de Douglas Bravo), chavista. En algún momento, no hace mucho, fui comprendiendo, en la medida en que supe que me restaba menos de la cuarta parte de mi existencia (hoy menos de la quinta parte) que debía ajustar cuentas conmigo mismo y aprovechar cada segundo que me quede para vivir intensamente y a plenitud, y sobre todo REALMENTE mientras pueda. Esto hizo que mi mente se fuese abriendo al mundo externo, a lo que está fuera de mí. Ha sido un proceso progresivo, difícil, en el que he tenido que contradecirme, desdecirme, negarme y empequeñecerme. Entre las cosas que he asumido está la convicción de que ningún sistema de ideas (ninguna ideología) es capaz de abarcar la infinita complejidad del universo, de la sociedad, del individuo. Ningún «ismo» intelectual está libre de error, de limitaciones, de imposibilidades. Mucho menos si ese «ismo» es referido a un individuo, por más grande y admirable que este sea. Marx predijo eventos que no ocurrieron (como que la revolución se daría primero en países altamente industrializados, como Alemania e Inglaterra en el siglo XIX), las ideas de Lenin no pudieron evitar lo que ocurrió después de su muerte en la Unión Soviética, Mao vio como su heredero designado, Hua Kuofeng, fue defenestrado poco después del fallecimiento del aquel líder histórico chino, el Che falló en sus predicciones sobre la guerra de liberación en América Latina, Chávez erró en unas cuantas cosas (no lo digo ahora, lo dije en artículos críticos que escribí durante sus mandatos y que conforman una lista, y que están a la orden de quien esté interesado), Fidel reconoció públicamente los aspectos erráticos de la Revolución Cubana. Dejé de último a Fidel porque quiero valorar una de sus instrucciones finales, que rubrica su grandeza y hace honor a su visión de la vida: que no se pusiera su nombre a nada en Cuba, ni a una escuela, ni a una calle, ni a una barriada, y que no se inundara a Cuba con su imagen. Una manera de poner en su justa dimensión el papel del individuo, por más relevante que este sea en vida. Por supuesto, el pueblo cubano no lo olvidará, pero tampoco lo adorará como a un Dios ni fundará una religión «fidelista». Deberá seguir adelante con sus propias mentes y fuerzas, asumiendo sus propios y cambiantes desafíos, no se escudará en un nombre para vivir de un dogma estigmatizador. Eso es al menos lo deseable.
Ahora bien ¿existe el chavismo? Claro que sí, pero no es una ideología sino una cultura. No es un sistema cerrado de ideas sino un conjunto abierto de valores espirituales, una forma profunda de ser. Chávez basó sus propias ideas no en un recetario individual ni en un sistema hermético, sino en una multiplicidad de pensamientos y conceptos entreverados: Bolívar, Zamora, Robinson, Cristo, Marx, Mariátegui, Fidel, el Che, en un transcurso en el que su pensamiento fue transformándose y a veces contradiciéndose (llegó a promover intensamente, en los inicios de su mandato, un libro prescindible: El oráculo del guerrero).
Es chavista el honesto, no el corrupto, así este tenga un guardarropa atiborrado de camisas rojas. Es chavista el humilde, no el prepotente que se cree más poderoso que los demás así grite a diario «Chávez vive, la Patria sigue». Es chavista el inconforme, no el comodón que se aferra a los pequeños logros y a las mieles del poder así no se pierda un acto de Maduro. Es chavista el creativo, no el que ata su mente a ideas fijas y a frases hechas así tenga enmarcado su carnet del PSUV. Es chavista el amoroso, no el que irrespeta a su compañero (a) y a sus hijxs así se sepa de memoria el Plan de la Patria. Es chavista el estudioso, no quien se conforma con titulares de prensa y discursos repetidos así vea todas las semanas «Con el mazo dando». Es chavista el demócrata participativo, no el burócrata así se pase todo el día viendo VTV. Es chavista, por supuesto, el patriota, no quien dice defender la Patria y acumula dólares en secreto aunque ondeé la bandera nacional cuando asiste a una marcha.
Pero en esa cultura tampoco sirve el chavómetro, porque también persiste la vieja cultura, la cultura adeca, conviviendo con la nueva cultura, y este conflicto vive también al interior de cada uno de nosotros. He visto Constituyentes coleándose en una fila: vivarachismo adeco. He visto chavistas botando un vaso de plástico en la calle, vive-la-pepismo adeco. El chavista que se roba un lápiz de su oficina, el que ofende a su mujer porque él es macho, el que bachaquea «por necesidad», el que se cree el más chévere del mundo y no acepta una crítica, todos manejan valores de la cultura adeca. Los valores adecos bullen en nosotros y estamos en lucha todos los días para defender y hacer crecer el chavismo verdadero, incluso dentro de nosotros mismos: el chavismo cultural, el que nos pertenece a todos y no a algún grupo en posiciones de mando, por más poderoso que sea, ni a algún partido por más fuerza de masas que tenga.