P.FERNÁNDEZ
La lucha del movimiento de mujeres en el mundo avanza a pasos acelerados. Con tenacidad, paciencia histórica y mucha creatividad en la defensa de sus premisas y principios, las mujeres (y muchos hombres que acompañamos sus legítimas causas), han ido conquistando espacios, tribunas, medios, interlocuciones imprescindibles para hacer realidad la utopía de un mundo de iguales. No es poca cosa estar en pleno siglo XXI reivindicando la igualdad y equidad de derechos entre hombres y mujeres, frente a sociedades que permanecen marcadas en diferentes medidas por las taras del patriarcado, el machismo, el sexismo y la misoginia. Todas ellas, expresiones perversas de una visión del mundo y del rol de las mujeres en él, que no conoce fronteras y que hemos heredado como sustrato cultural a lo largo de siglos de imposiciones dogmáticas, traídas a estas tierras por la cultura europea occidental, y dentro de ella específicamente por la religión católica.
En días recientes, la lucha específica por el derecho de la mujer a decidir sobre su propia vida y su propio cuerpo (que es en realidad la verdadera lucha de fondo) tuvo un celebrado éxito en la República Argentina, al lograrse por primera vez que la discusión del tema de la legalización del aborto culminara en la aprobación de un proyecto de ley, en el congreso de los diputados de esa nación (primer escalón legislativo hacia la aprobación definitiva de la ley).
Este detonante ejemplarizante que llega desde el sur del continente, ha fortalecido y reactivado con fuerza la discusión del tema en tierras venezolanas. Resulta cuando menos llamativo que un país sometido por un régimen de gobierno ultra conservador y con tanta injerencia del poder clerical como lo es Argentina, logre avanzar en este asunto con tanta fuerza, mientras la Venezuela Bolivariana, inmersa desde hace 19 años en un proceso revolucionario de corte progresista y con un marco constituyente en desarrollo, aún asome con timidez esta lucha vital por los derechos de las mujeres.
Quizás la respuesta a esto la encontremos no solo en la presencia histórica en Venezuela de los mismos factores conservadores que sufre el resto del continente, con alta expresión en la derecha venezolana, sino además en las particulares formas de conservadurismo que subyacen en muchos de aquellos que ejercen distintos niveles de liderazgo en los espacios revolucionarios, pese a autodefinirse «de izquierda».
La impronta de la religión y de una moral victoriana, brotan con distintos niveles de virulencia ante la mera discusión de este tema. La construcción argumentativa desde las filas anti abortistas se nutren de frases hechas, citas bíblicas, premisas moralistas (más no éticas) y una profunda ignorancia en el abordaje del tema (al condicionar todo el debate a la educación sexual y al uso de métodos anticonceptivos, como si el aborto se tratara de eso y no de otras múltiples y profundas causas sociales). Resulta hoy apremiante sincerar en nuestras filas del chavismo militante, la coherencia ideológica y la dimensión real de ese feminismo predicado en todo momento, pero que requiere evidenciarse en el terreno de estas luchas concretas y urgentes.