El estruendoso entramado propagandístico que se ha construido alrededor de la «crisis humanitaria» en Venezuela fue siempre afinado para conseguir, mediante ésta, que Venezuela se colocara ante la comunidad internacional en ese escenario, y con ello promover u aceptar una «necesaria ayuda humanitaria» cordialmente patrocinada por Estados Unidos, el mismo que orquesta el bloqueo económico-financiero contra el país.
Demás está subrayar esa enorme contradicción. Podría parecer obvia para quien políticamente tengamos más de dos dedos de frente.
Sobre la «ayuda humanitaria» hay que aceptar que, por supuesto, una población vapuleada por una crisis aupada por factores dominantes en la economía en el ámbito interno y externo es susceptible a la propaganda. Ante unos indiscutibles niveles de deterioro económico que surgen como heridas de guerra, la desesperación matizada desde diversas tonalidades campea.
Sobresale en este corolario el propagandismo antichavista, que luce ahora prometiendo con mucha pompa un «mejoramiento de la situación» a expensas de la promocionada ayuda, una comparsa en la que están alineados desde los dirigentes de la MUD, algunas ONG venezolanas que reciben dólares de la USAID, y hasta los mismos promotores políticos venezolanos de las sanciones que están en el extranjero. Este último grupo es el más cínico de todos.
Léase bien: la «ayuda humanitaria» ha centralizado gran parte del discurso antichavista y se ha posicionado como una narrativa tan consistentemente pregonada, que fue una zanahoria que apareció en las «propuestas» de campaña de Henri Falcón y Javier Bertucci. Es, además, un elemento condicionante que suponen EEUU, la Unión Europea (UE) y los países del Grupo de Lima para considerar «regularizada» la situación venezolana.
Al unísono de este estruendo en medios convencionales, la réplica en redes sociales es desproporcionada. La presentación del «desastre humanitario» venezolano hace lucir a la «ayuda humanitaria» como una gran panacea urgente, algo que «aliviaría significativamente los estragos de la crisis», una especie de «contribución enorme para palear el desastre».
Esa presentación de una «Venezuela hambrienta» supone, en la manoseada «ayuda humanitaria», una «superación de la catástrofe»; se traduce en las expectativas de los consumidores de propaganda antichavista como un bistec en el plato varios días a la semana, o un resuelve al pan de cada día, o un mejoramiento integral de la situación.
A la promo de la «ayuda humanitaria» se le han sumado cifras. Recientemente EEUU, por medio de la USAID, ha anunciado un nuevo aporte de 16 millones de dólares para la «asistencia humanitaria» de Venezuela, concretamente para venezolanos que han salido de su país rumbo a Colombia. Este aporte se suma a uno efectuado en marzo de 2,5 millones de dólares en «asistencia alimenticia y sanitaria» a ese mismo grupo de venezolanos. Dando así continuidad a un programa de ayuda que ya ha gastado 21 millones de los contribuyentes estadounidenses desde 2017.
En términos prácticos, la «ayuda humanitaria» estadounidense destinada a Venezuela se ha traducido (no exagero, tengo pruebas) en un sanduchito, un paracetamol y una botella de agua mineral, que los venezolanos migrantes colocan en su maleta, que ya contiene arepas rellenas cubiertas con papel aluminio. Un avío para el viaje.
Una iniciativa de «ayuda humanitaria» por parte de la UE aportará dinero en metálico para «aliviar» la crisis venezolana y de los países que acogen a los venezolanos que han salido. La entrega de este «nuevo paquete de ayuda de emergencia y desarrollo» está calculada en 35,1 millones de euros.
Las matemáticas desmienten la «ayuda»
Más allá de la parafernalia publicitaria alrededor de la presentación de este cuadro de «desastre humanitario» y la «ayuda humanitaria» que llega como Superman, es más odioso su manejo político tendencioso, refutado por la contundencia de algunas cifras.
En suma, los aportes señalados hasta la fecha por EEUU y la UE redondean unos 60 millones de dólares, y esto obligatoriamente nos lleva a preguntarnos: ¿son significativos esos montos? ¿Qué monto en dólares puede palear significativamente las circunstancias de Venezuela? ¿Cuánto representa en términos reales el monto de la «ayuda»?
La presentación del cuadro de «hambruna» venezolana, y que sería, como dicen algunos, «superada» gracias a la «ayuda humanitaria», es sumamente artera tratándose de alimentos. Los presentadores de esa panacea barren bajo la alfombra con ellos.
Hagamos algunos cálculos. En 2017, Venezuela sufrió una caída en la rotación del arroz, esencial cuya producción en suelo venezolano el pasado año fue equivalente al 28,9% del consumo interno promedio de años anteriores. Según Fedeagro, el histórico promedio de consumo se ubica en 1 millón 400 mil toneladas al año. La producción nacional fue de 405 mil toneladas.
El precio internacional del arroz para finales de abril de este año equivale a unos 450 dólares por tonelada métrica, según el US Department of Agricullture. Si los 60 millones de dólares de «ayuda» se destinaran sólo para comprar arroz, el país podría adquirir sólo 133 mil 333 toneladas del rubro, apenas el 6% del consumo nacional.
El dinero venezolano congelado por las sanciones son recursos 27 veces superiores a los de la «propina humanitaria»
Tratándose del trigo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los precios del trigo estadounidense alcanzaron los 246 dólares por tonelada para inicios de abril pasado. Dependiendo de la procedencia del trigo, a Venezuela cada tonelada podría costarle unos 330 dólares por costes de traslado.
Si toda la «ayuda humanitaria» planteada se gastara en trigo, equivaldría a la compra de casi 182 mil toneladas. El requerimiento nacional mensual está estimado en 90 mil toneladas del rubro para que, en teoría, hubiera pleno abastecimiento. No obstante, el Estado venezolano importa a la fecha unas 60 mil toneladas del rubro mensuales desde la Federación Rusa.
En referencia al maíz, acorde a su precio internacional de 175 dólares por tonelada según la FAO, que costaría en puerto venezolano unos 250 dólares, la «ayuda humanitaria» alcanzaría para adquirir 240 mil toneladas.
En 2016, el director de Alimentos Polar, Manuel Felipe Larrazábal, señaló que la industria de harina precocida venezolana demanda 1 millón 400 mil toneladas, sólo de maíz blanco, al año. El impacto de la «ayuda» sería menos significativo si sopesamos que el maíz para consumo humano en 2017 tuvo una escamoteada rotación (por diversas variables), aún siendo la cosecha del año pasado, en 1 millón de toneladas del rubro. Unos niveles de abastecimiento aceptables (sin contar con las formas de desviación de alimentos que hemos conocido en guerra económica) podrían construirse alrededor de unas 3 millones de toneladas al año, cifra que dista enormemente de lo que podría adquirirse con la cacareada «ayuda».
Si referenciamos la «ayuda humanitaria» internacional alrededor de un combo de alimentos, supongamos, idéntico al de los CLAP, podríamos calcularlo de la siguiente manera. El Estímulo, medio antichavista, calculó el año pasado que los productos CLAP en su país de origen (México) redondean su costo por los 26 dólares. Supongamos que eso cueste, al día de hoy, unos 30 dólares.
Asumamos que EEUU comprará combos similares para Venezuela, y sumemos a ello los costos de traslado, supongamos, unos 10 dólares por caja. Es decir, un combo «CLAP Donald Trump Humanitarian Help for Venezuelan Poors» costaría unos 40 dólares. La hiperpromocionada «ayuda humanitaria» alcanzaría para adquirir, apenas, 1 millón 500 mil combos, que es significativamente mucho menos que la cobertura que hace el Estado venezolano mediante 5 millones de combos a igual número de familias, incluidas en ese programa con un rango de frecuencia variable entre 30 y 45 días.
El sobredimensionamiento de la «propina humanitaria»
A la luz de estas cifras, es indispensable destacar que la fulana «ayuda» no tendría su pregonado impacto. Sus efectos estarían muy por debajo de lo esperado por parte de quienes siguen ciegamente a los promotores de ella.
No obstante, sí hay elementos que podrían ser significativos para atender las necesidades de los venezolanos y que recaen exclusivamente en manos del gobierno estadounidense y la UE. Por ejemplo, desentrabar los recursos venezolanos congelados por la agencia bancaria Euroclear, pieza del sistema financiero alineada en el bloqueo a Venezuela. En noviembre del año pasado, el presidente Maduro denunció la congelación de 450 millones de dólares en efectivo que estaban destinados para la compra de medicinas y alimentos y que siguen retenidos por Euroclear. Además de unos 1 mil 200 millones de dólares en bonos de la República que permanecen congelados a expensas de las sanciones emitidas por la Casa Blanca.
Los 1 mil 650 millones de dólares que Euroclear le ha congelado al país son recursos 27 veces superiores a los de la «propina humanitaria» que hoy ofrecen los agresores de Venezuela.
Si la Casa Blanca suprime su orden ejecutiva del 25 de agosto, Venezuela podría volver al mercado financiero y refinanciar su deuda, que significa unos 8 mil millones de dólares al año. Dinero que sería muy útil para importar alimentos, insumos para la producción y medicamentos. Además, el país podría adquirir nuevo financiamiento y revitalizar sus finanzas, pudiendo emitir nuevos bonos que se traducirían en ingresos líquidos al país.
Si, por otro lado, EEUU permite a la empresa venezolana CITGO enviar sus ganancias a Venezuela, cosa que no es permitida gracias a las sanciones, CITGO podría transferir a la República, estimamos, unos 2 mil millones de dólares que hoy están congelados.
En suma, las sobredimensionadas referencias a una absurda y degradante «ayuda» provista por la comunidad internacional al unísono de sus propias acciones de bloqueo a Venezuela vienen aderezadas con una estridente dosis de falacia. En estas instancias, quien en Venezuela asuma seriamente que los países que bloquean al país están interesados en ayudarnos, carecen de sentido común político, no conocen la realidad que les toca lidiar y/o están enceguecidos por la propaganda artera de quien golpea con un bate y luego ofrece un caramelo