El Último Round/ Entre “perreras” y “chirrincheras”

Miércoles. 8:00 pm. Mi clase solía terminar a las 9:30, pero la inseguridad (y esa soledad que se ha apoderado de las noches caraqueñas) aunado a la falta de transporte me hace recortarla cada vez más. De 26 estudiantes, el trimestre pasado, pasé a tener solo 8. A veces me siento arando en el mar, una especie de predicadora en plaza pública.

El hecho es que ese día la cola para abordar transporte crecía sin parar, la noche tenía ganas de llorar (lluvia) y yo también: las camioneticas no aparecían, y mi cerebro se debatía entre caminar decenas de cuadras para llegar a casa o seguir esperando.

Mis ansias se incrementaban al recordar que, tras cinco días sin agua, justo esa noche enviarían media horita (de 9 a 9:30 pm) para despedirnos totalmente de la reserva existente en el tanque.

Supongo que mi expresión, y mi maña de mantenerme en constante movimiento (así sea en círculos), motivó el acercamiento de uno de los vigilantes: “Paciencia, el lunes unos policías vinieron y obligaron a los chóferes a cobrar 2 Bs y aceptar pasaje estudiantil. Entonces, los camioneteros decidieron no pasar más por acá. Anoche estaban recogiendo estudiantes, a 5 y 10 bolos, pero en la parada de allá abajo”.

En eso, un transporte frigorífico se paró frente a la Universidad: “5 bolos, hasta el metro”. Los integrantes de la fila se miraron las caras, pero sin moverse demasiado de sus lugares. En cambio, mi desesperación y yo, íbamos entregadas, hasta que un estudiante me detuvo en seco: “Profe, ¡no! Eso es completamente cerrado, allí adentro es oscuro, no hay de donde agarrarse… la roban, la violan, la asfixian, se la llevan, cualquier cosa, y nadie se entera”.

Él tenía razón. Así que, finalmente, nos fuimos caminando, y yo solo alcancé a escuchar el agua danzando en las tuberías de mi casa por unos escasos 5 minutos. Me dormí… sudada, hambrienta, arrecha.

Tan solo un par de días después, rumbo al trabajo, iba escuchando al periodista (y amigo) Luis Guillermo García en su programa radial “Gente despierta”, decir, con la voz quebrada, que Mérida amanecía consternada por la muerte de 11 personas (incluyendo un bebé, 2 niños y 3 adolescentes) tras el volcamiento de una “perrera” en el sector Los Azules de Lagunillas.

Al llegar a la oficina, leí que el Comité de Usuarios del supuesto Transporte “Público” registraba al menos 25 fallecidos y más de 35 personas heridas por utilizar las ya famosas “perreras”.

Esa mañana, en mi rostro, si llovió.

Le comenté todo a un compañero. Pero, él, sin ningún ademán de sorpresa, me dijo que, por los Valles del Tuy, a algunas perreras les han amarrado banquitos y a otras hasta les soldaron una especie de barandas: “Tipo normal”.

Luego supe que, en algunos lugares del país, como en Maracaibo, el alcalde Willy Casanova, anunció un censo, para legalizar las “perreras” y “chirrincheras” (camiones de carga pesada, tipo pick up, grúas, rústicos, etc.) que cumplan con las “condiciones básicas” de seguridad para el traslado de pasajeros, en rutas urbanas, interurbanas y extraurbanas.

Mientras tanto, el antiguo ministro de transporte, pero actual presidente de Yutong, Carlos Osorio, decía por YVKE Mundial, que a las perreras solo había que ponerles “vigilancia de funcionarios del INTT”. Y, la alcaldesa de Caracas, Erika Farías, anunciaba que transferiría las competencias del transporte (¿cuál?) al Poder Popular:

“Uno de los grandes problemas que tiene nuestra ciudad el día de hoy es el transporte y tiene varias aristas: hay una guerra que nos impide comprar a tiempo los insumos y repuestos que el sector requiere para mantener las unidades, en Caracas hay cerca de 5 mil camionetas, y se han visto muy afectadas (…) Y cómo nos dijo Chávez, siempre hay que hablar con la verdad, aunque la verdad sea dura y fuerte: Este es un problema que no tiene solución en el corto plazo, pero vamos a ir haciendo todos los esfuerzos. Más de un 50% de las unidades que prestan servicio en Caracas, hoy están fuera de servicio”, expresó Farías.

Todo este tema me recordó una anécdota personal: Hace unos dos años yo me mudé a un viejo y pequeño apartamentico en el oeste de la ciudad. El lugar tenía muchos “detalles” por reparar, el más grave de ellos: montones de fugas en el fregadero. Yo, como pude, fui llenando todo de Teflón y haciendo un montón de amarres con franelas viejas. Además, coloqué un tobo (el más feo que conseguí) debajo, “para aguantar” hasta conseguir la plata.

Durante ese tiempo, mis pocas visitas me decían “mamita, pero ¿por qué no cierras el mueble para que no se vea el tobo?” Y yo, con la terquedad que me caracteriza, les respondía siempre lo mismo: “Es que yo necesito ver ese desastre todos los días, recordar que está ahí y que está mal, que debo conseguir las lucas y repararlo pronto, no me puedo dar el lujo de empezar a adornar el pote y terminar pensando que de repente no es tan grave que eso siga así”.

Los más relajados se reían, los más intensos se iban reflexionando mi respuesta o acusándome de “masoquista”. Quizás lo fui. De hecho, por muchas semanas, ese tema, esa vista, me atormentaron, pero también me auparon a resolver ese peo en cuánto pude.

Hoy, ese mismo pote, reposa en la ducha, recogiendo agua para subsistir durante las inmensas temporadas que Hidrocapital me deja sin servicio, y la verdad: tampoco quisiera acostumbrarme a verlo allí.

Entonces, una se pregunta: ¿Será que eso de ponerle sillitas, hacer censos, colocar fiscales del INTT, etc., no nos llevará a normalizar la existencia de “perreras” hasta que un día nos parezcan buenas porque “gracias a ellas llegué a la casa”? ¿Esta es, realmente, la única alternativa posible?

De ser así, de no haber otra opción, como si yo nunca hubiese podido conseguir la plata para reparar el fregadero pues, ¿no nos tocaría, al menos, sincerarnos? Es decir, revisar de forma exhaustiva que más nos ha impedido avanzar en la resolución del conflicto.

Por ejemplo, ¿Ha servido la entregadera de repuestos y autobuses? ¿Cuántos Yutong hay en Venezuela? ¿Están todos en funcionamiento? ¿Sí? ¿No?  ¿Por qué? ¿Qué pasa con ese montón de buses que uno siempre ve en la carretera Petare-Guarenas, en La Paz, o en Caño Amarillo? ¿Qué pasó con la primera Planta de autobuses Mixta Yutong, única en su clase en América Latina y el Caribe, ubicada en el estado Yaracuy, con capacidad para ensamblar 3600 unidades por año? ¿El bloqueo también ha afectado nuestras relaciones comerciales con China?

De no atacar de raíz el problema, corremos el riesgo de que se prolongue en el tiempo bajo distintos rostros. Algo similar a lo que ocurrió con la caja CLAP (independientemente de la opinión que usted posea en torno a ella): una medida coyuntural que pronto será constitucional.

De todas todas, a estas alturas está bien pero bien jodido que nos exijan entender lo que ni siquiera explican.