El salvador ante la cataÌstrofe (un modo de disponerse ante los problemas)
“La comunidad en peligro†(un objeto a preservar)
El profesional de la salud comunitaria realiza su trabajo avalado por las instituciones que regulan y garantizan el buen funcionamiento de la comunidad, y dispone de un saber o un conocimiento sustentado por ellas y aprendido en ellas. Cuando un profesional de la salud va al hospital, a un consultorio, a un barrio, etc., lleva consigo un bagaje de conocimientos, teoriÌas, ideas, saberes, lleva una posicioÌn y un tiÌtulo que lo autorizan para actuar, lleva una hipoÌtesis sobre coÌmo es la realidad y queÌ hacer con ella. Si lo que encuentra el profesional no responde a esa idea previa de comunidad, de salud, de organizacioÌn, etc., entonces orientaraÌ su trabajo en el sentido de transformar lo que hay en la direccioÌn de ese ideal. Es usual “enviar†profesionales a “ordenar lo que estaÌ desordenado» en las poblaciones –ya sea su salud, su salud mental o su queja–.Y en esa situacioÌn el trabajador de la salud, antes de ver «queÌ hay», antes de dejarse tocar o informar por lo que sucede en esa situacioÌn, ya «sabe» queÌ «deberiÌa haber», y entonces el diagnoÌstico veraÌ los defectos de lo que hay en comparacioÌn con esa concepcioÌn sobre queÌ deberiÌa haber; y su tarea consistiraÌ, desde esa perspectiva, en intervenir para que las cosas sean como deben ser.
Pero en el mundo contemporaÌneo, el trabajador de salud mental (TSM desde ahora) que se situÌa de ese modo se encuentra frente a problemas que sus conocimientos a priori no contemplan. Frente a esas dificultades se queda sin herramientas, sin coÌdigo. Cuando el Estado sustentador y dador de sentido de las instituciones –y traveÌs de las cuales existe– modifica sus fundamentos, tambieÌn se modifica la legitimidad y caraÌcter de esas instituciones. Y cuando las instituciones se alteran, los conocimientos que instituiÌan pierden su coherencia y sustento. “Entonces corre peligro el buen funcionamiento de la comunidad todaâ€. «Es necesario salvarla de la cataÌstrofe» dicen los TSM. AsiÌ convertimos a la comunidad es un objeto a preservar, a rescatar. Hay que salvarla a ella, a la comunidad que aparece ajena a situacioÌn. Entonces, con la mejor voluntad, la mejor intencioÌn y avalados por el espiÌritu de servicio a la comunidad –que formoÌ parte sustancial de su formacioÌn profesional–, respaldados por los valores maÌs elevados (el bien, la comunidad), empuñando la flamiÌgera espada de la justicia ante la cataÌstrofe en ciernes, los TSM nos disponemos a salvar a la comunidad. La subjetividad heroica funciona como un recurso sobre el que se sostiene el TSM para apagar el incendio.
¿QueÌ es esto de la subjetividad? ¿Y por queÌ heroica?
¿QueÌ es esto de la subjetividad y a queÌ nos referimos especiÌficamente cuando hablamos de subjetividad heroica? Se habla de la subjetividad, pero no siempre resulta faÌcil definir con claridad de queÌ se trata.
La subjetividad es una maÌquina para pensar y no un sistema de ideas. Es una disposicioÌn y no una conviccioÌn. Su condicioÌn de enunciacioÌn nunca es absoluta. No se puede enunciar, pero se ve en los enunciados y en las praÌcticas: uno la puede deducir mirando. Y no soÌlo se ve en las praÌcticas sino que estaÌ instituida por viÌa praÌctica. La subjetividad no forma parte del curriÌculum de la formacioÌn de nadie. Tiene una cierta opacidad para sus portadores, que no la pueden nombrar. Es eficaz porque es secreta. Y ademaÌs es compartida.
La subjetividad no es un estado fijo sino que ocurre por momentos: se puede pasar de una subjetividad a otra. La subjetividad no es una estructura de caraÌcter sino una modalidad de ser, de hacer, de estar, de pensar, de sentir, que puede cambiar.
La subjetividad heroica es entonces un modo especiÌfico de situarse ante un problema. La subjetividad heroica es una forma que adopta esa maÌquina de pensar y hacer que es la subjetividad, es una forma de pensar y de pensarse cuando la comunidad «no es lo que deberiÌa ser».
El discurso de los valores elevados (no deja pensar)
El heÌroe estaÌ avalado por los valores maÌs elevados, porque trabaja por «el Bien… de la comunidad», porque viene a salvar lo que es bueno, y eso le da una autoridad moral indiscutible. El heÌroe es solidario, «da todo»; su entrega, su espiÌritu de sacrificio, su compromiso con los valores lo situÌan en un lugar de «plena verdad», y por lo tanto no se lo puede criticar: es indudablemente bueno –y susceptible de ofenderse ante la menor sospecha de impureza–. En su discurso sostiene que lo que hace es «por el bien del otro». «Yo no importo porque lo importante es el otro. Lo que hago no es para miÌ, es para los demaÌs». Ese discurso de sacrificio otorga un valor y una posicioÌn al heÌroe por sobre los demaÌs. Y con esa autoridad enfrenta la situacioÌn desde un lugar omnipotente.
El eliminador de problemas (una loÌgica entre la omnipotencia y la impotencia, de heÌroes y viÌctimas)
Desde su omnipotencia, el heÌroe cree que no hay dificultad que no se pueda enfrentar con buena voluntad y esfuerzo. Todo problema debe ser resuelto. Para la subjetividad heroica, los problemas podriÌan no existir; entonces es claro queÌ hay que hacer frente a un problema: eliminarlo. Todo lo que no se puede entender lo explica en teÌrminos de falta, de carencia, de limitacioÌn: falta capacitacioÌn, o falta formacioÌn, o faltan conocimientos, o falta tiempo, o dinero, o recursos, o presupuesto, o etc. Y habitualmente todo junto. Y el problema se soluciona eliminando la falta con maÌs trabajo, maÌs recursos, maÌs conocimientos, maÌs… Si hay un problema es porque hay algo diferente a lo que deberiÌa haber. Si hay un elemento en la situacioÌn que no deberiÌa estar, hay que eliminarlo. Si debiera haber algo que no hay, si falta algo para que las cosas sean como deben ser, hay que añadirlo y eliminar la falta.
La urgencia, esa tramposa
La subjetividad heroica no necesita pensar queÌ hay que hacer… ya sabe. Y si el tiempo apremia, no hay tiempo para pensar: se necesita un heÌroe. Para la subjetividad heroica, los problemas se presentan de un modo tal que urge una resolucioÌn. Y ademaÌs, el heÌroe sabe coÌmo se debe resolver esa urgencia, monta su discurso en la urgencia: no hay tiempo para pensar, hay que actuar ya –es preciso apagar el incendio–. La subjetividad heroica siempre tiene que llegar a tiempo. Y en ese ir de urgencia en urgencia no deja tiempo para reflexionar, planificar o programar. En el heÌroe prevalece la accioÌn directa y la repeticioÌn de una liÌnea de conducta. El heÌroe no se otorga ni otorga a los demaÌs un tiempo en que sea posible pensar. No estaÌ permitida la reflexioÌn; la urgencia lleva al acto compulsivo porque «no hay tiempo». No hay tiempo para las necesidades singulares. AsiÌ, la subjetividad heroica se situÌa en un lugar de saber; y otorga una excusa para no pensar –ni dejar pensar–: la urgencia.
El heÌroe es el salvador que siempre sabe queÌ hacer. Y como no hay tiempo que perder, los otros, los del problema –que no saben queÌ hacer (si no ya lo hubieran hecho)– no tienen nada que aportar a la resolucioÌn del problema: quedan como meros objetos del accionar de la subjetividad heroica.
HeÌroes y viÌctimas
La contraparte del heÌroe es la viÌctima. El heÌroe necesita que la viÌctima no se mueva de su lugar de viÌctima: debe permanecer viÌctima porque si no, el heÌroe dejariÌa de ser heÌroe, perderiÌa todo su valor y pasariÌa a ser «uno maÌs». Si la viÌctima se hace fuerte, deja de ser una viÌctima. Y el heÌroe deja de ser un heÌroe. Dejar enclavado al otro en la posicioÌn de viÌctima impide el crecimiento, la transformacioÌn; pero no soÌlo del otro sino de ambos: viÌctima y heÌroe. HeÌroes y viÌctimas son un par. HeÌroes y victimas se confirman mutuamente. Y en cambio, en la relacioÌn entre yo y tu, uno se desconfirma, se descontituye. Lo cual es mucho maÌs saludable para la viÌctima, pues puede abriÌrsele un camino para salir de esa posicioÌn. Pero resulta terrible para el heÌroe pues se cae de ese lugar elevado. Es la subjetividad heroica la que constituye a las viÌctimas como viÌctimas al ponerse en esa posicioÌn, al no mezclarse con ellas. La subjetividad heroica hace cosas por los otros, y de esa forma se suprime al otro como sujeto y tambieÌn a siÌ mismo: tanto el heÌroe como el salvado quedan abolidos como sujetos.
La imposibilidad de decir “no puedoâ€
El heÌroe quiere ofrecer lo que percibe como carencia en el otro en lugar de potencia de accioÌn. No percibe que el “dar sin pensar» resta en vez de sumar. No percibe que avanza sobre la dignidad del otro –y por lo tanto sobre su potencia–. El salvador ante la cataÌstrofe le da al otro todo lo que supone que necesita, pero no le deja espacio, le quieta su potencia.
El heÌroe mismo no puede negarse a nada porque eÌl mismo es un objeto: «un objeto de servicio». Para ser sujeto hay que poder pedir ademaÌs de dar. Hay que construir reciprocidad. Hay que poder armar un sistema en que “dar y recibir†sean equivalentes. Hay que establecer las condiciones para conectar con el otro de igual a igual. TambieÌn el heÌroe pierde su potencia como sujeto.
La subjetividad heroica expresa la imposibilidad de aceptar que yo o el otro tenemos limitaciones. Dejar de suponer que el otro es «un pobrecito», es acordar que tiene la misma posibilidad de relacioÌn con la libertad que yo tengo. Si uno ve al otro como objeto y no como sujeto, si no tratamos al otro como persona en toda su dignidad, si al otro lo miramos como «no ser», es probable que el otro se comporte como un «no ser». Si uno hace algo por el otro, lo ubica como objeto. Si uno hace algo con el otro, lo situÌa como sujeto. Hacer algo con el otro requiere pensar coÌmo situarse como par, y poder decir «no puedo» si es necesario.
Lo que se pierde: las potencias de la situacioÌn
Omnipotencia y la impotencia son las dos caras de la misma moneda. Ante la impotencia por la falta de teoriÌas, de saber, se erige la subjetividad heroica omnipotente. Pero la omnipotencia genera impotencia, paraÌlisis. Y una fuerte exigencia sobre el resto del equipo y de la poblacioÌn: el heÌroe centraliza el poder, es omnipresente. Con esa pretensioÌn de omnipotencia, siempre desconfiÌa de algo de los otros durante las intervenciones. Lo individual predomina por sobre lo grupal. No puede delegar ni compartir. «Como yo, ninguno». «No cualquiera puede hacerlo». Y cuando el heÌroe no sabe, queda en la impotencia; y esto paraliza, angustia. Este discurso omnipotente a veces queda tapado por un discurso de «yo no puedo pero igual hago el esfuerzo», «aunque me cueste, lo hago». Lo opuesto a omnipotencia es potencia, y no impotencia; la omnipotencia es tan impotente como la impotencia, son la misma cosa.
Lo que se pierde aquiÌ son las potencias, los posibles de una situacioÌn. No se trata soÌlo de que la subjetividad heroica opera tapando el problema y no resolvieÌndolo, sino que ademaÌs puede ocurrir que no opere, que sea radicalmente impotente. O peor auÌn, que su impotencia inhiba las potencias de los demaÌs. En este sentido es que la subjetividad heroica puede ser un serio obstaÌculo para el trabajo comunitario: desde la omnipotencia, y con la excusa de la urgencia, no deja pensar. La subjetividad heroica impone en la situacioÌn un discurso en el que siempre falta tiempo, y entonces hay que someterse a la omnipotencia de su saber, y asiÌ paraliza las situaciones en el estado en que se encuentran.
Un obstaÌculo para pensar
La subjetividad heroica no permite que un problema sea una situacioÌn-problema, un momento en un proceso de pensamiento. Los problemas se le presentan como un muro o un vaciÌo, como algo a ser suprimido y pierden su potencia y su fecundidad. La subjetividad heroica no resuelve los problemas sino que los priva de su riqueza informativa y, en su afaÌn de eliminarlos, los encubre. Si convertimos a la comunidad es un objeto a preservar, a rescatar; nunca es algo a pensar, alguien con quien pensar. Los demaÌs son objetivizados como viÌctimas, quedan descalificados 6
porque no sienten, no piensan ni actuÌan como eÌl. El heÌroe se situÌa como el «salvador» que llega desde afuera, y sin pensar con los otros. En la praÌctica crea desacuerdos y malestar porque enfrenta, sabotea o no reconoce la subjetividad del otro. Hace algo por la comunidad pero no con la comunidad. No forma parte de ella en ese momento: la rescata desde fuera.
El heÌroe aparece permanentemente como el bueno de la peliÌcula y con esto enmascara su autoritarismo. Con una sutil humildad se considera a siÌ mismo valioso, pero a la vez con cierta soberbia: para el heÌroe, eÌl es el mejor. Su discurso es manipulador para conservar el caraÌcter catastroÌfico de la situacioÌn (¡y no se le puede discutir!); asiÌ preserva su identidad como salvador. AsiÌ es que el heÌroe puede resultar soberbio y generar un cierto malestar, lo que predispone mal el trabajo comunitario. Pero maÌs allaÌ de esa molestia que genera, el punto es que por la posicioÌn en que se ubica a siÌ mismo y a los demaÌs, la subjetividad heroica se constituye en un serio obstaÌculo para el trabajo comunitario en tanto no deja lugar para pensar.
Cuando el profesional de la salud encara subjetivamente su trabajo con esa omnipotencia del saber que tiene la posicioÌn heroica, entonces para resolver el problema no necesitaraÌ pensar. Pero, ¿por queÌ es tan importante pensar? Los problemas que se le presentan hoy al trabajador comunitario son problemas frente a los cuales situarse desde una posicioÌn de saber vuelve impotente para intervenir. Si consideramos que hay un modo en que «deberiÌa ser» el espacio comunitario, cerramos toda posibilidad de pensar, de pensar con los demaÌs, de que la comunidad se piense, de construir la comunidad, esa particular y uÌnica comunidad con la que estamos en relacioÌn.
¿Por queÌ es importante pensar? (en los restos del naufragio hay que operar sobre el obstaÌculo)
¿A quieÌn salva el heÌroe en realidad?
El heÌroe se sostiene en oposicioÌn polar con la subjetividad burocraÌtica: siempre en lucha con las instituciones, se coloca como representante de los pobres frente a las instituciones y como representante de las instituciones frente a los pobres. Le pide a las instituciones que cumplan bien con su deber. Esta es una escena repetida: el heÌroe que no puede todo lo que podriÌa, todo lo que deberiÌa, todo lo que planeoÌ y pelea, se enoja, se indigna con su institucioÌn. Y asiÌ, en vez de cuestionar el esquema lo refuerza. Es el uÌltimo bastioÌn para defender a la institucioÌn. Las praÌcticas de la subjetividad heroica sostienen, apuntalar las instituciones. Si las instituciones efectivamente organizan el buen funcionamiento de la comunidad, cuando algo falla viene el heÌroe, salva el problema, y todo vuelve a su normal funcionamiento. Si hay un modo de ser comunitario instituido en las praÌcticas, admitamos que tiene alguÌn sentido el acto heroico: salva a la institucioÌn. Al hablar de institucioÌn, no hablamos soÌlo del centro de salud, de la salita, del hospital, en tanto lugares fiÌsicos. En tiempos de estados nacionales, la institucioÌn representa una concepcioÌn de la buena sociedad en su conjunto, y es esta concepcioÌn lo que el heÌroe salva, auÌn sin saberlo.
Esa concepcioÌn es sosteÌn de praÌcticas e identidades. Al trabajo comunitario siempre se va desde una institucioÌn. La institucioÌn asegura y legitima esa particular praÌctica. Hay una subjetividad y unas praÌcticas institucionales dadas. Cuando estaÌn en peligro, segregan subjetividad heroica como reaseguro. La subjetividad heroica seriÌa un contraseguro, una afirmacioÌn. A su vez, la subjetividad heroica reasegura esa institucioÌn que es la que otorga identidad; en ese sentido, permite consolidar alguna identidad. Alguna identidad, cualquiera, «la que sea…â€. Aunque no sea una identidad profesional, es al menos una identidad moral, poliÌtica, etc. La identidad del que debe salvar a las viÌctimas.
Pero las instituciones han caiÌdo de la funcioÌn para la que fueron concebidas cuando cae la forma de Estado que las sustenta. Por ejemplo, cae la escuela disciplina para formar ciudadanos. ¿Hoy queÌ sentido tiene formar ciudadanos? No es necesario que alguien se considere miembro de la ciudadaniÌa si soÌlo tiene que consumir para pertenecer. El sosteÌn ya no es el Estado sino el mercado.
Las instituciones caen en tanto aparatos ideoloÌgicos de ese Estado. El ciudadano que se formoÌ en una ideologiÌa de servir –el meÌdico, el maestro– tiene que salvar ese lugar de las instituciones. Y todo esto ocurre sin que nadie lo organice; las instituciones no son conscientes de su ser institucioÌn; el heÌroe no hace eso concientemente sino que hay un entramado entre eÌl, su identidad de profesional y la identidad de pertenencia a la institucioÌn (de salud, de educacioÌn, de justicia, etc.)
Las instituciones caen y lo que hace la subjetividad heroica es reforzarlas, perseverar en esa subjetividad institucional instituida; la subjetividad heroica ve a la institucioÌn en peligro y se empeña en repararla, sostenerla, emparcharla, no percibe la impotencia, la ineficacia de ese tipo subjetivo institucional ya sin relacioÌn con su antiguo dador de sentido. El heÌroe es el encargado en uÌltima instancia de rescatar lo irrescatable.
No aclares que oscurece (¿queÌ comunidad?)
Freud en una carta a Fliess le deciÌa «PermiÌteme introducir un poco de oscuridad en tu claridad». La subjetividad heroica es un modo de lectura que no permite ver los obstaÌculos: Los profesionales sostienen un barco que creen que se hunde, un hoy mirado desde un ayer, desde lo que fue como ideal y modelo. Pero cuando estaÌbamos en el ayer, lo que ocurriÌa entonces, aquel presente para aquellos actores, aquello era «terrible», y hoy la evocacioÌn lo transforma en completo, en modelo, en adecuado. Esta mirada no les permite preguntarse si es «un barco» que vale la pena salvar o si las condiciones de navegacioÌn, los tripulantes y el destino hariÌan necesario construir otra cosa. Es una mecaÌnica de «piñata»(agarrar lo que se puede y no moverse para no perderlo). La palabra «comunidad» ya no dice lo que queriÌa decir o lo que deciÌa entonces; hoy aparece como un exceso. No dice lo que tiene que decir. PerdioÌ el color, su significado. Se usa porque tiene un valor de estandarte, pero ya no quiere decir lo que creemos que quiere decir. La estrategia de resistencia, como uÌnica estrategia, paraliza haceres y miradas: se trata de no perder lo que se tiene y no de construir, y es una estrategia que soÌlo es activa a corto plazo y luego se torna deprimente y desvitalizante pues impide avanzar. Toni Negri deciÌa: «en la caÌrcel soÌlo resistir, me hubiera matado»
Entonces surge una pregunta: ¿queÌ resistencias oponen las teoriÌas que portan los profesionales psi impidiendo mirar sus intervenciones cuando del espacio comunitario se trata?
Un ejemplo. En relacioÌn con quienes concurren al hospital puÌblico ha ocurrido un pasaje en su nominacioÌn silenciosamente, ahora ya no son usuarios, son clientes, un pasaje gradual pero inexorable de una medicina publica a una medicina privatizada. Un paciente en un sentido es un ciudadano enfermo, y en otro es un cliente. ¿La salud es puÌblica para el conjunto, o se trata de conseguir clientes a los cuales se les vende salud? Es una visioÌn diferente, una organizacioÌn muy diferente. Hay muchos lugares donde se ven funcionando hospitales perifeÌricos y hospitales generales con una estructura de salud puÌblica. Entonces aparece una veladura, con una caÌscara de Hospital puÌblico hay una organizacioÌn de Hospital de gestioÌn. Parecen ser usuarios pero son clientes. Pobres pero clientes. Cuando eran usuarios, el hospital los atendiÌa porque correspondiÌa por su lugar como institucioÌn de un estado nacional. Pero en el pasaje ha quedado el envoltorio, la carcasa de hospital publico devorada por dentro por la loÌgica de gestioÌn empresarial, por la loÌgica de la rentabilidad. Los profesionales que trabajan en ellos estaÌn formados en la universidad de los ciudadanos, de los usuarios. La praÌctica psicoanaliÌtica que tiene que ver con la clientela, toma al hospital como absolutamente privado; y los trabajadores sociales toman el hospital puÌblico como absolutamente puÌblico. Y el hospital ya no es ni puÌblico ni privado, sino una mezcla a veces donde los porcentajes de uno u otra cambian, pero siempre confuso en las relaciones entre sus loÌgicas y su organizacioÌn y sus discursos. Los psicoanalistas que piensan que estaÌn abaratando su condicioÌn de tales porque atienden media hora a los pacientes, gastan su energiÌa en vano. Ya que desde las pequeñas parcelas de poder teoÌrico pierden la posibilidad de pensar modos de trabajo distintos en funcioÌn de esta realidad. Y los trabajadores sociales pretenden hacer un trabajo comunitario y grupal cuando no hay ninguna estructura hospitalaria que tenga organizada ni prevista ni loÌgica ni presupuestariamente esta salida a la comunidad. Hay, como vemos, varias loÌgicas funcionando al mismo tiempo. Entonces, el psicoanalista atiende maÌs horas, no cobra, en vez de armar grupos o hacer psicodrama en los corredores del hospital. AquiÌ entra en juego la subjetividad heroica para defender los estandartes –teoÌricos– de la comunidad o la familia: todos estos problemas se compensan con voluntad, sacrificio. Pero el «parche» no permite armar algo distinto, nuevo.
En los restos del naufragio (hay que armar las condiciones para pensar) (¿para queÌ estaÌbamos aquiÌ?)
En el consultorio, la identidad del profesional estaÌ definida por el encuadre, el lugar, la institucioÌn, por el que viene a consultar –que se dice enfermo y requiere una atencioÌn–. En el barrio, en cambio, es el TSM quien tiene que definir cuaÌl es su rol y a quieÌnes atender, pero para ello necesita un cierto grado de claridad, que no le estaÌ dado por las instituciones. Cuando pensamos en los que trabajan en el aÌrea comunitaria, nos encontramos con los problemas, tan frecuentes, de desdibujamiento del rol profesional, nos encontramos con las preguntas sobre las caracteriÌsticas, precisiones y liÌmites de su tarea y su lugar profesional: no saben si son psi, asistentes sociales, buenos vecinos, etc. Las instituciones de salud, entre otras, son un entramado en los restos de un naufragio, donde se siguen realizando unas praÌcticas pero no se sabe bien por queÌ. ¿Para que? ¿Para quieÌn? Por ello las acciones a veces, muy a menudo, poco tienen que ver con los objetivos declarados, que son aquellos de los Estados nacionales. Algo cambioÌ, algo sustancial y entonces algo se desfasoÌ. El meÌdico teniÌa como objetivo reparar la fuerza de trabajo –los hospitales nacieron como modo de reconstruir del modo maÌs barato posible a la fuerza de trabajo. Sin embargo, hoy existe la maÌquina hospital pero se perdioÌ la respuesta concreta (siempre quedan las respuestas en general) ¿Para queÌ era que habiÌa que curar a la gente? ¿Es por la necesidad estatal de tener votantes satisfechos? ¿Es por el gusto individual de sentirse sano? ¿Es por la necesidad de generar nuevas formas de consumo: la salud y la masa enorme de empresas asociadas (los laboratorios medicinales son una de las maÌs poderosos industrias multinacionales)? ¿Es para dar ocupacioÌn a un grupo de trabajadores, los de la salud?
Las diferencias en coÌmo se responde a cada una de estas preguntas modificariÌa significativamente los modos de asistencia de la salud en cada uno de los paiÌses o situaciones sociales o geograÌficas. CambiariÌan tantas cosas!!! Por ejemplo, por nombrar unas pocas: la posicioÌn en el parto, las cesaÌreas, las modas de las cirugiÌas: la apendicetomiÌa, operaciones de garganta, adenoides, etc. etc ligadura de trompas, las muertes solitarias en los hospitales, la ruidosa terapia intensiva, la cuasi prohibicioÌn del grito, de la queja, del dolor en las salas de los hospitales, etc. Y todos conocemos cientos de ejemplos donde las formas de la organizacioÌn asistencial poco tienen que ver con las necesidades de salud y felicidad de la poblacioÌn asistida. (La institucioÌn de salud maÌs centrada en ella misma que en sus usuarios: horarios, formas de atencioÌn, lugares, idiomas, etc.)
AsiÌ, para el trabajo comunitario se plantean dos estrategias: desde el saber o desde el pensar. Las dos son posibles. Es una cuestioÌn de decisioÌn. Para la posicioÌn de saber, la subjetividad heroica es el uÌltimo bastioÌn. Es una posicioÌn de trascendencia; es situarse respecto de un ideal. Si se piensa desde un ideal se percibe la falta o la carencia como determinacioÌn. Y en esa loÌgica, el conocimiento es lo que da poder. Pero situarse desde el ideal anula la posibilidad de pensar en teÌrminos de situacioÌn concreta, no permite recurrir a los posibles de la situacioÌn porque no se los puede percibir. Para la posicioÌn de pensamiento, no hay un objeto sobre el que se sabe sino sujetos, hay subjetividades. La comunidad no es un objeto: es un sujeto. Desde este punto de vista, se ven obstaÌculos, no carencias. Y el tema de este trabajo es sobre uno de esos obstaÌculos. No soÌlo se muestra un obstaÌculo para pensar, tambieÌn se da cuenta que a traveÌs de una estrategia de pensamiento en situacioÌn se pueden ver otros. La subjetividad heroica es una ocasioÌn para ver el obstaÌculo como una posibilidad de trabajo y de pensamiento. Incluso podriÌa cambiarse el tiÌtulo del artiÌculo y poner: «un obstaÌculo: la subjetividad heroica». La palabra obstaÌculo es lo importante. Un problema puede ser planteado en teÌrminos de falta y determinacioÌn de la solucioÌn seguÌn saberes previos, seguÌn un ideal; o puede ser pensado como un obstaÌculo que requiere armar las condiciones de pensamiento de la situacioÌn.
Operaciones sobre el obstaÌculo
La subjetividad heroica es un obstaÌculo desde una manera de leer la intervencioÌn. La subjetividad heroica no es un problema de la comunidad. Aparece en el que va a intervenir. Define una praÌctica, una mirada, y tambieÌn define «algo» como comunidad. Define los problemas y las formas de intervencioÌn. Un punto de vista estatal y a veces acadeÌmico sobre el trabajo comunitario, veriÌa en la subjetividad heroica aquello que viene a suplir una carencia. SeriÌa lo «bueno». Desde esta lectura seriÌa un recurso saludable. Pero para pensar resulta un obstaÌculo. Si ya sabemos queÌ es la comunidad, no tenemos que pensar en ella. Pero entonces, ¿coÌmo definimos cuaÌl y queÌ es el problema desde el pensamiento si para pensar es necesario “no saberâ€?
Es una necesidad «no saber» para poder pensar. Pero por otro lado, tambieÌn es una necesidad responder a las necesidades del mercado de trabajo: cada profesional tiene que mostrar y demostrar a los colegas, directivos, pacientes, alumnos, instituciones, que es el mejor, que domina teÌcnicas y teoriÌas eficaces. Todo esto para ser un especialista y poder vivir de eso. Y no amenazar al conocimiento instituido y por ende no ser amenazado con el rechazo y la expulsioÌn de la «tribu». Estas dos necesidades entran en contradiccioÌn. Por eso es necesario legitimar como parte del trabajo del TSM las operaciones de favorecer, acompañar, nombrar, generar en los que llegan la subjetividad pertinente para habitar esa serie de situaciones de conexioÌn azarosa que es la vida de cada uno en el mundo que tenemos. Por lo tanto no se trata de conocer maÌs y maÌs teÌcnicas y teoriÌas para intervenir eliminando los problemas, sino de legitimar el trabajo de construir una subjetividad comunitaria. ¿De queÌ se ocupan los que estaÌn en esa situacioÌn, como estaÌn dispuestos, desde doÌnde trabajan y para queÌ, coÌmo pensamos esa subjetividad pertinente, coÌmo la leemos, coÌmo la reconocemos, coÌmo la nombramos, coÌmo la facilitamos o la descubrimos o la construimos?
PraÌcticas de nominacioÌn (liÌmites del diagnoÌstico)
Las praÌcticas de diagnoÌstico se desarrollan asumiendo a la comunidad como preexistente a la intervencioÌn. La imagen es que la comunidad «estaÌ ahiÌ», y entonces la tarea consiste en hacer un diagnoÌstico y luego intervenir. Como si la comunidad fuese homogeÌnea y no algo que es necesario construir. Los diagnoÌsticos suponen un ente que existe. La demanda de la comunidad a los centros de salud se ha alterado, en estos uÌltimos tiempos en Argentina: se pide una funcioÌn maÌs de asistencia general que de salud. Al mismo tiempo se produce una suerte de reversioÌn desde la asistencia social: se espera que el otro traiga el problema codificado para seguir haciendo lo que se aprendioÌ. Y no que se tenga una herramienta que pueda usarse en situaciones diferentes. Se dispone de un conocimiento profesional sobre queÌ es ese diagnoÌstico en la lectura y soÌlo resta ir y operar. Esto es el deber ser profesional. Pero en estos momentos rol profesional esta maÌs fragmentado, y menos claro. El diagnostico supone el encuentro con una parte de esa comunidad, que seraÌ delimitada despueÌs de decidir la frontera en la cual yo intervengo. Y ahiÌ, desde el trabajo conjunto, habraÌ que ver queÌ herramienta y no queÌ deber ser puede servir para operar en esta situacioÌn. En el trabajo comunitario se tiene que definir el problema y su rol desde lo que se puede y sabe hacer. Y esto tiene que ver con la mirada comunitaria. Pero entre el diagnoÌstico y lo que verdaderamente pasa hay una distancia: no hay que confundir diagnoÌstico con verdad. En cada intervencioÌn, nominar requiere una lectura particular, una subjetividad particular, por parte de los profesionales –ser capaces de una mirada, de un proyecto propio.
Lo que impide que haya salud mental son los obstaÌculos para pensar y no la falta de definiciones, de teoriÌas, de teÌcnicas. La idea de solucioÌn es diferente a la de respuesta. El que viene no siempre tiene que llevarse una respuesta-solucioÌn. La solucioÌn puede ser sencillamente mirar el problema, aportar una ampliacioÌn en la mirada sobre coÌmo son las cosas. A veces se piensa que dar una solucioÌn es resolver el problema tal como uno lo definioÌ. Pero tal vez la solucioÌn sea hacer una redefinicioÌn del problema.
Pensar es sostener el problema
Hay que sostener el problema. Sostener el espacio donde aun no se ha producido, sostener el espacio de problematizacioÌn. El problema es ineÌdito, es singular. El no saber genuino es una viÌa de subjetivacioÌn, es un dato de la situacioÌn no un defecto del personal. Para eso, la metodologiÌa consistiriÌa en transformar las determinaciones en condiciones; interrumpir el sistema de representaciones heÌroes / viÌctimas; salir de la serie, del encanto de la representacioÌn, del saber. Se trata de armar dispositivos es armar las condiciones praÌcticas que impidan que opere el obstaÌculo sobre el pensamiento. Se trata de interrumpir materialmente la repeticioÌn de los sistemas heroicos. Y tambieÌn se trata de redefinir dispositivos para no entrar en un proceso de pura reaccioÌn. La subjetividad heroica se nutre en la urgencia. Por eso, hay que introducir tiempo, armar dispositivos que impidan la repeticioÌn y estorben los haÌbitos. El acto de pensamiento introduce tiempo, necesario para ver queÌ se produce en esa duracioÌn.
Una subjetividad sin supuestos: pensar con otros a partir de lo existente
Suele asociarse «pensar» con actividad mental, y no con acciones concretas. Pensar no es soÌlo reflexionar, es realizar praÌcticas en comuÌn, ponerse a dialogar como semejante. Pienso que lo que tenemos que hacer los TSM en las praÌcticas cotidianas es favorecer (acompañar, nombrar, etc), ayudarnos a construir la subjetividad pertinente para habitar el mundo que se nos viene, para habitar esa serie de situaciones de conexioÌn azarosa que es la vida de cada uno. Por lo tanto la idea es ponernos a nombrar el problema ahiÌ con ellos. El problema no es conocer maÌs teÌcnicas y teoriÌas para intervenir, sino nombrar, mirar de queÌ se ocupan, coÌmo se posicionan, desde doÌnde trabajan y para queÌ, queÌ es esa subjetividad pertinente que tienen que ayudar a construir, coÌmo construirla, o leerla, o facilitarla, o descubrirla, o nombrarla, o reconocerla, o…, o… Pensar con otros tanto ese problema en esa comunidad en ese momento como pensar con los otros profesionales los impliÌcitos de sus practicas teoÌricas. Hacer con otros consiste: En el placer de hacer. En la necesidad que yo tengo de los otros. En la condicioÌn de un problema compartido. Y sin pensar no se puede hacer con otros. Pensar con otros es hacer una «subjetividad en comuÌn» ponerse en comuÌn con otro, compartir un problema. No consiste en identificarse con el otro. La subjetividad sin supuestos es posible si se abandonan dos posiciones dominantes: la resignacioÌn frente a lo instituido y la idealizacioÌn de lo que deberiÌa ser. La subjetividad sin supuestos parte de lo existente (no del ideal), pero va maÌs allaÌ de lo existente. ¿QueÌ significa esto? Que parte de lo existente para investigar los posibles de una situacioÌn.
La comunidad como construccioÌn
Si la existencia de la comunidad no se puede suponer, no preexiste a la intervencioÌn, entonces un modo de relacioÌn con las instituciones no asistencial, es dar por sentado que el otro es tan otro como uno es uno, y lo uÌnico que se pude hacer es ponerse a dialogar. Salud mental es valorar las praÌcticas compartidas, es construir un nosotros –ellos y nosotros como comunidad de pensamiento. Entonces ya no se trata de salvar a la comunidad sino maÌs bien de pensar coÌmo leer, coÌmo mirar a la comunidad, coÌmo constituir comunidad con la mirada, con la intervencioÌn. La comunidad no es necesariamente geograÌfica. Una comunidad puede ser una zona, pero tambieÌn puede ser la comunidad escolar. Una comunidad es el recorte de una realidad social mucho maÌs amplia. Hay una diferencia entre saber coÌmo debe ser una comunidad como un gran todo y pensar la comunidad como algo que se construye localmente.
La intervencioÌn comunitaria
Se trata de habitar el trabajo comunitario, pensar la comunidad como comunidad de pensamiento. ¿Que operaciones propias del dispositivo o la situacioÌn –el hospital, el centro de salud, el barrio– facilitan o impiden pensar lo comunitario, pensar la intervencioÌn comunitaria? ¿Cuales son las capacidades subjetivas que se requieren para habitar esos dispositivos? El ser del problema, el punto central es situar los obstaÌculos para que se constituya una subjetividad una comunidad de pensamiento capaz de habitar la situacioÌn existente.
Potencias del gesto heroico (notas finales)
Para nosotros, la mayor produccioÌn de la subjetividad heroica es probar su propia impotencia: no se puede hacer nada por otros – y la operacioÌn subjetiva es la de hacer con otros y precisamente hacerse con otros. Los otros desaparecen en el hacer por otros y adquieren presencia en el hacer con otros. Lo que provoca que haya otros. «Si hago por otros estoy protegida, si hago con otros soy vulnerable. Si hago por otros, hago yo; si hago con otros, ya no soy yo el que hace: hacemos nosotros.»
La subjetividad heroica remite a una identidad y la confirma: uno estaÌ constituido; los otros estaÌn constituidos. Si el trabajo comunitario consiste en hacer por otros, implica hacer con un objeto constituido. Hacer con otros remite a lo maleable de la identidad propia, a la posibilidad de ser transformado por mi hacer –la no permanencia, la no identidad. La operacioÌn es el pasaje de hacer por otros al hacer con otros.
Ya planteamos queÌ pierde la comunidad con la subjetividad heroica. Pero tambieÌn pierde el heÌroe. Pierde su capacidad de transformarse, de hacerse. La vida es movimiento; y si uno no se transforma, muere. Es tan sencillo como crecer o morir. Y el TSM suele ser alguien inquieto y preocupado por la realidad y por la transformacioÌn. Cuando el TSM se situÌa subjetivamente en posicioÌn de heÌroe, ¿queÌ le pasa? ¿QueÌ gana? ¿QueÌ pierde? ¿QueÌ se juega? ¿QueÌ apuesta? Pierde una posibilidad de riqueza: ser modificado por las praÌcticas es un lujo, no una peÌrdida. El otro siempre es otro que me refleja. Si se estaÌ trabajando con alguien y ese trabajo le da fuerza, el trabajador tambieÌn se fortifica; se aprende a sacar fuerzas de la dificultad.
Cuando se trabaja con desocupados, y en vez de sentir que son viÌctimas y darles cosas, se trata de ver coÌmo pensar maneras de resolver, aclarar, transformar la idea de que el trabajo es la uÌnica forma de tener una identidad en este mundo, esto lo transforma tambieÌn a aquel que interviene. Por ejemplo en el trabajo con desocupados, el TSM sufre tambieÌn la desocupacioÌn sin haber quedado desocupado. En ese sentido, su intervencioÌn puede darle la chance de entrar a una situacioÌn y salir de ella transformado, fortalecido. Si se entra a una situacioÌn y no sale transformado de alliÌ, entonces en rigor no entroÌ, permanecioÌ impoluto, ajeno y tambieÌn pobre de posibilidad. Se gana, con la implicacioÌn, elasticidad, fuerza, confianza. Y esto es importante para quien hace este tipo de trabajo. Esto es algo que le importa a la gente que se dedica al trabajo comunitario, ya que suelen ser trabajadores a los que les importa la transformacioÌn, que quieren que las cosas cambien. MaÌs allaÌ de la teÌcnica con que trabajen, la intencioÌn, el movimiento no es egoiÌsta sino realmente hacia el otro.
Potencias de la subjetividad heroica
Se revaloriza entonces la subjetividad heroica. ¿QueÌ es lo bueno, cuaÌl es su potencia? Esto es importante porque hay gente que funciona asiÌ y tiene un valor. Por eso este trabajo apunta a ellos: porque son trabajadores que tiene una voluntad y una energiÌa que hay que aprovechar. Y la intencioÌn aquiÌ es llamar la atencioÌn hacia una forma de trabajar que desgasta sus energiÌas, que le hace el juego a la urgencia, que orienta el intereÌs hacia otro lado menos eficaz, una forma de trabajo que hace perder el placer del trabajo. La subjetividad heroica genera un cierto grado de malestar porque lo que se hace nunca termina de estar bien del todo. Nunca se cumplen los objetivos, no se disfruta el trabajo que se transforma en algo pesado porque siempre hay algo que falta; tambieÌn aquiÌ se resuena en clave de carencia Resulta tremendamente frustrante que nunca nada alcance, que nunca nada sea suficiente. Y asiÌ resulta difiÌcil tambieÌn valorar las propias potencias por no poder dar un final acabado al problema.
Lo heroico tiene valor de potencia si se lo destraba de la moral, del Bien. Lo que tiene de potencia es algo del exceso, de poder ir mas allaÌ de lo dado, de lo que esta bien, de lo que es tolerable, tiene algo de despropoÌsito. Tiene un lugar de margen, de trinchera, tiene -con relacioÌn al conocimiento-, una posibilidad de produccioÌn nueva, ya que, ademaÌs, no es un lugar codiciado (lo comunitario) desde las instituciones profesionales y acadeÌmicas. Esto propicia formas de libertad. La no codicia tiene un lado negativo: la descalificacioÌn, el desconocimiento y uno positivo: permite la creacioÌn, innovacioÌn porque hay menos «texto escrito» ya sagrado o modelos de lo que debe ser, de lo que se desea y espera. El gesto revolucionario es siempre negar lo que hay en nombre de lo que deseariÌamos que haya. Y pareceriÌa que el nuÌcleo productivo de la subjetividad heroica no seriÌa negar lo que hay en nombre de «lo que debe haber» sino en nombre de lo que puede haber.
(1) Este texto nace a partir de lo producido para una charla que dimos con Ignacio Lewkowicz, el 7 de julio de 1999, en el Hospital Durand. En esa charla trabajamos sobre la transformacioÌn del rol del estado y sus efectos en las instituciones, sobre la intervencioÌn comunitaria en este contexto y el desarrollo pertinente de los profesionales para asumir un nuevo rol incorporando nuevos instrumentos, y sobre nuevas estrategias que posibilitan una mirada que incorpore lo social y las poliÌticas en salud mental. AsiÌ surgioÌ la idea de la subjetividad heroica como un serio obstaÌculo en el trabajo con la salud mental comunitaria. Desde entonces nos reuniÌamos de tanto en tanto con Nacho a discutir los sucesivos borradores. Y yo quedeÌ a cargo, despueÌs del uÌltimo borrador, de la redaccioÌn final, sobre la que luego Nacho dariÌa o no el visto bueno, pero sucesivos viajes fueron postergando esa redaccioÌn. La muerte de Nacho, el 4 de abril de 2004, me obligoÌ, con el dolor y la tristeza a cuestas, a cumplir lo acordado en memoria y compañiÌa suya. Para ello conteÌ con la ayuda de AdriaÌn Gaspari, quien trabajoÌ mucho tiempo con Nacho y conoce bien su estilo y sus costumbres.