Lo que no nos calamos más en el partido

Quinto Malo

Por: Iván Padilla Bravo 

Ernest Mandel, un marxista de origen Belga y tendencia trotskista, entra en diálogo público con Louis Althusser, a mediados de los años 70, del siglo pasado, y como consecuencia del estremecimiento por el que pasaban los partidos comunistas en el mundo, en Europa, en Nuestramérica y también en Venezuela. Althusser venía de publicar una serie de artículos reflexivos y polémicos, especialmente en contra del burocratismo, la acumulación de poder en pocas manos y el «desprecio» por las bases en el Partido Comunista Francés.

Con el título de Ce qui ne peut plus durer dans le parti communiste, Louis Althusser los recopiló y publicó, despertando una polémica que, desde Venezuela tradujimos (en una edición que asumimos, desde la prisión militar del Cuartel San Carlos, un grupo de revolucionarios presos) como Lo insoportable en el partido comunista, y que también se pudiera expresar, en lenguaje de calle, como «lo que no nos calamos más en el partido».

Nuestra edición, en un esfuerzo por enriquecer el debate político de las izquierdas marxistas en aquel momento, fue prologada por el venezolano Rigoberto Lanz, revolucionario e intelectual orgánico de clase, quien venía de obtener su doctorado en Ciencias Sociales en Francia (La Sorbona) y, pese a su crítica al estructuralismo característico de los planteamientos filosóficos de Louis Althusser, lo secundó en un debate que por estas latitudes se expresaba con el tema de las tendencias y su vigencia en las organizaciones políticas marxistas y, puntualmente, comunistas.

Mandel da la bienvenida a las críticas de Althusser en contra del «centralismo burocrático» porque éste desmonta los mecanismos de un «aparato de cuadros completamente separado de la clase obrera y de la sociedad civil (…) sin otros medios que los que extrae del propio aparato, con una dirección que manipula a la base por medio de este aparato y que se garantiza su propia supervivencia por cooptación a través de este aparato». Se anota Ernest Mandel entre quienes desean un partido de nuevo tipo en el que se pueda dejar atrás «el sustrato ideológico de la estructura burocrática» que se sustenta en «el mito» de tener «siempre la razón» o de que «el comité central nunca se equivoca».

Dos soluciones o «remedios» plantea entonces Ernest Mandel para enfrentar el centralismo burocrático, en el seno del partido. El primer remedio se lo atribuye al propio Althusser y dice requerir «una teoría y una práctica política diametralmente opuesta a la de las burocracias estalinianas y reformistas, basadas en la desconfianza y el miedo que sienten por las masas trabajadoras», argumentando que «la emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de los propios trabajadores», o algo así como lo que hoy enarbolamos por estas latitudes, como parte del poder popular: «solo el pueblo salva al pueblo».

En el segundo «remedio» que plantea Ernest Mandel para enfrentar al burocratismo centralizado en las cúpulas del partido, considera a Althusser como si «después de matar a la fiera le tuviese miedo al cuero». Se trata de la respuesta organizativa y tiene que ver «con las garantías de democracia obrera en su seno», asunto que no aborda el filósofo francés en sus críticas esbozadas y expuestas en Lo insoportable en el partido comunista.

El militante trotskista de origen belga que guía su polémica con Althusser a propósito del partido como organización de clase con responsabilidad en la conducción de la revolución proletaria contra el capital, se pasea por una muy fértil polémica de la cual hemos querido extraer las enseñanzas más puntuales que nos pudiesen resultar de utilidad, no para evitar repetir la historia padecida «como drama» sino para ni siquiera alcanzar a imaginarla «como farsa».

Es así como Ernest Mandel se pregunta si «¿Es posible pretender ‘transformar gradualmente al capitalismo’ sin al mismo tiempo hacerse cargo de la gestión del capitalismo?» y a lo cual responde poniendo en entredicho al «gradualismo» y añadiendo que «si se quiere llegar al gobierno sin destruir la economía capitalista ni desmantelar el Estado burgués, no hay alternativa». Ante lo cual concluye que «¡hay que hacerse cargo de la gestión de la economía tal como es!».

Más adelante, en su argumentación frente a Althusser, Mandel expresa que «los socialistas y los comunistas que han optado de una vez por todas en favor de este «gradualismo» (…) tarde o temprano, se verán obligados a convertirse en los honrados gestores del capitalismo (honrados respecto al capital, por supuesto; pero no respecto a los trabajadores, estafados, frustrados, decepcionados y sobre todo esquilmados)». Le faltaba a Louis Althusser, en su crítica al «aparato ideológico» aludido cuando cuestiona al PCF o a su secretario general de entonces, George Marchais, «cuestionar la opción gradualista» de éste.

«Los partidos, los políticos, los líderes sindicales, los intelectuales que se reclaman de la clase obrera o que simpatizan con su causa pueden, según la actitud que adopten y la influencia que ejerzan, facilitar o dificultar la lucha de la clase proletaria», puntualiza Mandel. Si no se modifican las estructuras de dominación capitalista, si durante el aludido gradualismo «la economía sigue siendo capitalista y sigue estando sometida a los imperativos de las leyes de provecho», no se habrá avanzado en la consecución de los fines de clase del proletariado.

Finalmente, en aquella relativamente «distante» polémica en torno al PCF, Ernest Mandel se apoya en la iniciativa cuestionadora de Louis Althusser en sus críticas al partido por «insoportable» y propone un «relanzamiento, un contenido de clase y una dinámica anticapitalista», lo cual considera «tarea de los marxistas revolucionarios». Tan sólo sobre esta línea de acción puede progresar, hoy y en el futuro, la construcción de una nueva dirección revolucionaria, de un verdadero partido comunista».

El pretendido partido de la revolución proletaria, el partido comunista es, desde el Manifiesto de 1848 y también más tarde con la teoría y práctica recogida por Lenin, el llamado a servir de guía organizativa y teórica de la clase obrera, del campesinado, del poder popular. Esa es una insustituible razón de ser del Partido, el de ayer, el de todas las revoluciones, el de ésta también.