¿Qué haría usted si fuera guerrillero?

Luego de una confrontación armada de más de cincuenta años entre el Estado y la que fuera la guerrilla más grande y más antigua de América Latina, los colombianos nos habíamos acostumbrado a pensar que el conflicto con las Farc era la fuente de una buena parte de nuestros problemas, así como el gran obstáculo que se interponía al desarrollo del país.

Esa impresión generalizada no nació porque sí; algo de cierto tenía. Pretender que Colombia fuese un país normal, mientras vivíamos en medio de las bombas, los secuestros, las masacres y la muerte como elemento cotidiano, resultaba utópico, por decir lo menos. Además, es un hecho innegable que las organizaciones armadas al margen de la ley, así hayan tenido la ideología o el fin político que sea, dejaron en la población un dolor de dimensiones incalculables.

Sin embargo, ese razonamiento de creer que la guerrilla es la causa de todos los desastres de nuestro país, apenas entendible en una nación que ha vivido paralizada en la tragedia y acostumbrada a los desmanes de la guerra, parte de un supuesto absolutamente equivocado. La guerrilla no es la causa de nuestros males. Es la consecuencia.

Las noticias de las últimas semanas han dejado esa realidad en evidencia. La siembra de coca está desbordada; cada vez que uno prende el televisor se encuentra con que mataron a otro líder social; los paramilitares están más fuertes y más vivos que nunca; el ELN masacra y aterroriza a la población; alias Guacho mata a tres agentes del CTI; vuelven las amenazas a periodistas;el cartel de Sinaloa abre sucursal en Colombia; y, como si eso fuera poco, ahora empiezan a organizarse las disidencias de las Farc con el ánimo de refundar la guerrilla.

Mientras tanto, en Bogotá, los políticos están pensando en el nuevo gobierno, en la conformación del gabinete, en buscar la forma de lavarse las manos y en lagartearle a Iván Duque para hacerse a un buen pedazo de la torta burocrática.

El uribismo está dedicado a encontrar la manera de desbaratar la JEP, a acabar con la participación política de los exguerrilleros, a pensar en quién ponen de presidente del Senado y a garantizar la eterna impunidad para los suyos. La derecha está en la labor de decirnos que el gobierno es el responsable de que el acuerdo de paz se esté viniendo abajo por haberlo hecho mal. Los adeptos del gobierno, por su parte, nos dicen que la derecha es la culpable de esta situación por haberse atravesado en el Congreso a todas las reformas necesarias para el cumplimiento del acuerdo. ¿Cuál es la realidad?. No lo sé…

Lo cierto es que en ese mundo de corbatas, de cuantiosos contratos, de lujosas oficinas, de posiciones de poder, de Toyotas, de desfiles de escoltas y de homenajes ridículos de los unos a los otros, se les ha olvidado que mientras ellos se dedican a ganar, a tener siempre la razón, a alimentarse los egos, a conseguir votos y a asegurar sus puestos, hay una Colombia de verdad, una que nada tiene que ver con el mundo bogotano, que se está haciendo pedazos.

El país está escandalizado con su realidad. ¡No podemos creer que la posibilidad de volver a la guerra esté a la vuelta de la esquina! ¡Pero es que no es para menos! Desde Bogotá se maneja el poder, se redactan las leyes, se reparten los cargos, se escriben los periódicos y las editoriales, se libran las disputas políticas y se decide el destino de la nación. Pero toda esta historia tiene otro lado, el que verdaderamente importa: el del campesino cultivador al que le prometieron una cantidad de maravillas redactas en la capital que nunca le llegaron; el del guerrillero que ve sus antiguos comandantes rodeados de escoltas y preocupados por sus curules mientras se olvidan de la tropa; el del colombiano de a pie que vive en el campo o en la selva y que no encuentra más opción que vincularse al mundo del crimen.

Para cualquier colombiano debería ser doloroso lo que está pasando con el proceso. Y lo peor del asunto, es que hace rato esto dejó de tratarse de la paz y se convirtió, como todo en la política, en una eterna disputa por el poder. Prácticamente nadie, ni siquiera el uribista más radical, discute que a la tropa guerrillera haya que darle garantías. Todos parecen estar de acuerdo en que el rollo gira en torno a la suerte de los llamados máximos responsables. Un puñado de tipos que en promedio debe estar por los 60 o 65 años, ya en edad de retiro forzoso. La derecha quiere verlos presos para siempre y ellos quieren saber qué se siente con eso de ser un honorable congresista.

Pero en medio del juego político, en el que ya entraron Timochenko y sus amigos, a nuestros dirigentes les ha sido imposible ponerse en los zapatos de quien está tentado a vincularse a las disidencias o de quien ya lo hizo.

Y el asunto no sería tan difícil de entender si se pensara en que todo eso está pasando porque en una buena parte del territorio colombiano el Estado no existe. No llega. Y si llega, es a prometer maravillas o a pedir votos, y ahí queda la cosa. Imagínese que usted fuese un guerrillero cualquiera que se acogió al proceso de paz. ¿Qué estaría pensando hoy?; ¿cuales serían sus alternativas?

Usted entró a la guerra porque la vida no le dejó otra opción. Se ha dedicado básicamente a echar bala y a obedecer órdenes de sus comandantes. Esos mismos comandantes que en buena hora entendieron que tenían que buscar una negociación de paz. Pero mientras usted siguió haciendo caso, mientras hizo todo lo que se le indicó, ahora empieza a ver que el Estado no le cumple; que usted no le importa a nadie, ni siquiera a sus comandantes; que el presidente que tenía toda la voluntad no pudo hacer realidad varias de las promesas que le hizo; que el nuevo que viene quiere hacer trizas los acuerdos; que la platica para los proyectos productivos no llegó; que se la roban en Bogotá; que su familia tiene hambre; que ya no hay con qué comer; y que, seguro, a usted le vieron cara de pendejo.

Entre tanto, los grupos criminales le pintan una salida. Le ofrecen plata, oficio, seguridad y comida, y si eso no le llama la atención, pues le ofrecen bala. ¿Usted qué haría?

Qué importante sería que en Bogotá entendieran que las disputas políticas y las leyes y decretos emitidos de poco o de nada le sirven al país de verdad. Hay que ponerse en los zapatos del otro antes de verlo como un delincuente que echa bala por gusto. Esas disidencias están creciendo y se están saliendo de control, no porque seamos una patria de bandidos, sino porque a esta gente, el Estado no le está dejando otra opción…

En Twitter: @federicogomezla