Uno de los países más ricos en minerales de África es una síntesis de lo que hacen los grandes poderes globales del capitalismo anglo-europeo cuando un liderazgo político no les conviene. El punto de inflexión fue el asesinato de Patrice Lumumba, pues las consecuencias fueron más caóticas que favorables a la población congoleña y el país en general, ahora sumido al ébola, los minerales de sangre, las emergencias humanitarias, las guerras civiles fabricadas.
Antes de que los europeos llegaran a África, esa región estaba habitada por numerosas tribus y no tenía un nombre determinado, salvo el que le daba uno de los grupos étnicos más grandes del mapa: los bikongos. Pero la tierra vino a ser arrasada por las potencias europeas, en busca de materias primas para sus maquilas metropolitanas y esclavos para su brutal comercio en el Caribe, y con el tiempo, vino a ser cedido el territorio, de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados, al rey Leopoldo II de Bélgica como bien personal para exploración y explotación.
Así, uno de los territorios con mayores recursos en la región africana pasó a ser, ni siquiera colonia, sino atributo de una dinastía llamado «Estado Libre del Congo». Esto en pleno siglo XIX. El marfil y el caucho fueron los ítems más explotados bajo la égida de un ejército mercenario de 16 mil hombres que hicieron de las masacres, la esclavitud, los trabajos forzados y las mutilaciones el pan africano de cada día durante 23 años. Se calculan unos 10 millones de hombres, mujeres y niños asesinados por la barbarie europea.
La tragedia del Congo, que más tarde pasó a ser colonia belga, se extendió hasta 1960, cuando declara su independencia. Al principio el incipiente país estuvo conducido por Patrice Lumumba, uno de los líderes africanos más importantes del siglo XX, quien fue asesinado por los servicios de inteligencia belgas y estadounidenses, con la CIA de protagonista.
Magnicidio en el Congo
Lumumba supuso un factor de cohesión social y política en un país que tenía regiones lideradas por otros actores políticos con diferentes programas de pensamiento y acción, unos a beneficio de un gremio, poder global o tribu en específico, y otros con el panafricanismo como bandera. El partido político de Lumumba pertenecía a éstos últimos, por lo que resultó ser un gobernante muy popular en sus pocos meses al frente del Estado congoleño como primer ministro.
Mientras hacía ejercicio de poder, Lumumba vio cómo la provincia de Katanga, la más rica en minerales del Congo Democrático, se independizó bajo el auspicio de mercenarios apoyado por transnacionales mineras, ante la posible nacionalización congoleña de los recursos. Al mismo tiempo, Bélgica invadió militarmente el país luego de que el ejército nacional se disputara entre el bando de Lumumba y los factores extranjeros, minados de por sí en el sector castrense.
Hay que recordar que África no estaba exenta de ser un campo de batalla de la llamada Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en el que Lumumba representaba, para Washington y Londres, un personaje enclave de la influencia comunista en el Congo. La geopolítica del panafricanismo coincidía con la política exterior del Kremlin en puntos importantes, pero el componente anticolonial del líder congoleño se imponía en sus acciones como cabeza del Estado. El individuo representaba una amenaza directa a los intereses corporativos de Occidente.
Todo estuvo a punto para el golpe de Estado, y Lumumba así decidió fugarse pero fue apresado y, posteriormente, torturado, descuartizado, fusilado y vertido su cuerpo en ácido, para que no quedara rastro físico del líder, en un acto también simbólico en el que, el individuo que representaba el paradigma de conciliación nacional y avance en los derechos fundamentales de los congoleños en particular y de los africanos en general, frente a la impronta colonial e imperial, desapareció sin dejar rastro a punta de fuego y sangre.
Devino entonces la inestabilidad política en el Congo del Este (como también se le conoce), con más golpes de Estado y conspiraciones de la mano occidental para hacerse, mediante un intermediario a su servicio, de los recursos económicos y naturales de ese país africano. La dictadura de Mobutu, apoyada por Estados Unidos, trajo consigo violaciones sistemáticas a los derechos humanos y un nuevo nombre: República de Zaire.
Desde entonces, con el aval de Mobutu, quiense mantuvo en el poder hasta 1997, las corporaciones y el gobierno estadounidense hicieron de Zaire un país dominado por la enfermedad, la extrema pobreza, la esclavitud velada y la «balcanización», esto es, una fragmentación de facto de su territorio que hace de los grupos mercenarios, fuertemente financiados por las corporaciones occidentales, sus principales gobernantes. La figura del presidente poco poder tiene ante los múltiples grupúsculos que extraen recursos y energía de las poblaciones bajo la ley de la sangre y el fuego.
Ese punto de inflexión debe servirnos de ejemplo con relación a nuestro contexto, pues la muerte de Lumumba fue la del Congo como nación, en el que la población fue la más vapuleada de las partes.
El reciente intento de magnicidio (frustrado) del presidente Nicolás Maduro pudo haber torcido la historia de Venezuela hacia un camino más caótico aún en la disputa por los recursos mineros y petrolíferos, pues como Lumumba, el venezolano representa en estos tiempos el único actor que garantiza un proceso de unificación de factores a favor de los intereses venezolanos, y no del neoliberalismo estadounidense que busca a toda costa exterminar el chavismo.Una guerra mundial africana o el legado de la destrucción
Pero veamos qué trajo consigo el asesinato del líder panafricanista. Luego de Mobutu hubo una proliferación violenta por hacerse con el poder de la República Democrática del Congo. Esa guerra se llevó por delante la vida de casi unos 4 millones de congoleños, tipificado por la ONG Comité Internacional del Rescate como genocidio.
En general, cuatro grandes grupos se enfrentaron entre sí por el control del poder congoleño, que significaba el control y la explotación de los recursos minerales insertados naturalmente en el territorio, y que representaban a diferentes poderes regionales y transcontinentales. Los tutsis (fuerzas regulares de Ruanda y Burundi), los hutus (rebeldes de Burundi y milicianos locales), los ugandeses (fuerzas regulares de Uganda y grupos de ese país) y el gobierno de Kinshasa (capital congoleña) fueron los principales beligerantes, que hicieron del cotidiano una continua muerte por enfermedades, hambre y violencia.
Cada uno de esos grupos estuvo respaldado por ciertos intereses corporativos, ya que a fin de cuentas el control del territorio aseguraba su fiel explotación. Esto a pesar de la población bajo crímenes de lesa humanidad y de guerra, según lo tipifica el Estatuto de Roma, como reclutar niños soldados por decenas de miles.
Los refugiados internos alcanzaron la cifra de 3.4 millones, mientras que cerca de 2 millones más se exiliaron forzosamente en los países vecinos de Burundi, Ruanda, Tanzania y Uganda, justamente los países cuyos gobiernos tienen intereses en el Congo.
Este conflicto fue llamado como «segunda guerra mundial africana» por tratarse de una conflagración beligerante multinacional, con diferentes factores detrás de los recursos minerales. Entre ellos, el poder corporativo de las compañías de teléfonos celulares (o móviles) y aparatos electrodométicos como General Electric, Siemens, Alcatel, Nokia, que tienen en el coltán su principal activo natural y son los principales financistas de las guerras entre grupos étnicos y políticos del anteriormente llamado Zaire.
Uno de los principales conglomerados detrás de los gobiernos de Ruanda, Burundi y Uganda es la minera American Minerals Field Inc., con sede en Arkansas, que declaró en 2002 que buscaba monopolizar los recursos mineros del Congo Democrático por sobre la competencia sudafricana Anglo American Corp.
Se ha documentado que estas guerras por los recursos minerales comenzaron en una reunión en Uganda con Londres y Washington de principales pujadores del conflicto. El proyecto de balcanización vino con el decurso de los acontecimientos, pues los grupos no lograron dominar unos sobre los otros, y por lo tanto había que asegurar el negocio de las transnacionales de la tecnología.
En un documental de Frank Poulsen, la responsabilidad corporativa se hace evidente a medida que el autor se adentra cada vez más en las minas africanas de coltán. Sangre en el celular concluye, entre otras cosas, que el deseo occidental de consumir es el principal motor del crimen organizado internacional. Es por ello que la República Democrática del Congo -con 80% del coltán global en su territorio- ha vivido uno de los conflictos más sangrientos de los últimos tiempos.
El legado de un magnicidio tan importante como el de Lumumba debe traerse a colación por las consecuencias trágicas que llevaron al Congo a lo que es hoy: un país destruido por los intereses corporativos, tal como en Venezuela la amenaza de golpes, intervenciones directas e indirectas (qué son entonces las sanciones y los embargos no declarados) y asesinatos políticos están a la orden del día.
Aquel gesto de «si no me obedeces, te mato» que los poderes globales occidentales ejercieron sobre Lumumba y el pueblo africano en general, tiene la misma naturaleza de los hechos ocurridos el sábado 4 de agosto en la avenida Bolívar de Caracas. Pues aquellos elementos pertenecen a un modelo de exterminio, con objetivos claros sobre un territorio aún repleto de recursos como lo son el Congo Democrático y Venezuela.