Earle Herrera.- Si Trump dice que el sol es frío, Europa lo cree. Los países alfombrados y emperrados en la OEA -Kuczynsky dixit- van más allá: lo asumen como un dogma. Es la verdad imperial del nuevo Vaticano con sede en Washington, pues el de Roma ha visto magullada su infalibilidad por el bochornoso y carnal asunto de la pedofilia y algunas posiciones progresistas de Francisco. Bush afirmó que Irak tenía armas de destrucción masiva y después de un millón de muertos, el candidato Trump lo desmintió. Nada pasó.
Desde que EEUU aprobó la aplicación de la tortura que el mundo condenó a Hitler, el cinismo ante el crimen es solo un exceso de sinceridad. En el caso de Venezuela, ya no se molestan en maquillar la mentira con la disolución de las fuentes. Un diario en Miami monta una olla, replicada en Madrid por la TVE, con rebote en una revista de Bogotá y relanzada por un periódico en Caracas. Al final se ignora de dónde partió la “noticiaâ€. Ese purismo comunicacional se acabó. La embajadora de EEUU en la ONU asegura que la droga que llega a Europa no la envían los carteles del Golfo o Medellín, sino Diosdado Cabello desde El Corozo o Caripito y santa palabra. Nadie le cree, nadie aplaude, pero nadie le pide una prueba. Una sola.
Nikki Haley, que así se llama la interfecta, proclama: ¡El periodismo soy yo! Y si el periodismo es el imperio, la verdad le pertenece, al menos, la verdad mediática, que es la que cuenta a la hora de bombardear pueblos, destruir países y apropiarse de los recursos de las naciones destruidas, con la bendición rentable de los medios.
Europa, la ONU y la OEA han aceptado la “verdad imperial†como divisa que hoy tiene bajo su mira a la República Bolivariana de Venezuela. Pero los pueblos no comulgan con esa tóxica rueda de molino y a la credibilidad del imperio no le dan, como dijo un heroico visionario, “ni tantito asíâ€. Nikki Haley sabe de sobra de dónde sale la droga que llega a Europa y a quién beneficia el negocio. Su auditorio de Naciones Unidas también lo sabe, aunque finja estar trono y alucine con Trump, un engorilado intrauterino y tal vez post mortem.
Earle Herrera
Profesor UCV