LA REVOLUCIÓN ARRINCONADA -J-M. RODRIGUEZ

Toda revolución es difícil pues las fuerzas adversas son poderosísimas. Es de hecho una guerra en todos los frentes. Y no se enfrenta con ajustes monetarios. Sólo se podrá detener la agresión del enemigo y redimir al pueblo de sus penurias, escalando con fuerza y sin pausa hacía el socialismo que son alturas superiores a las del capitalismo. Y mediana tontería, hacerlo sin perder la horizontalidad democrática.

Esta ha sido la única revolución electoralmente triunfante que sigue manteniéndose a pesar de los constantes ataques de la derecha de aquí y de afuera. La razón es Chávez. La gente lo entendió, confió en él y lo seguía a donde dijera, y aún muerto lo sigue. La arrogante y permanente torpeza de la derecha y su desprecio, hasta las nauseas, por el pueblo, le ha impedido entenderlo. Sin embargo, nosotros no hemos sido capaces de aportar rigor, disciplina y eficacia.

El rigor lo puso él, cubriendo nuestra proverbial ineficacia con su inagotable dedicación. La confianza y la convicción de seguir a un superdotado sustituyó a la disciplina. Pero, con su muerte la lista de desviaciones y retrocesos es asombrosa. Produce demasiada arrechera ver el reguero de consciencia colectiva en los atajos del rebusque individual. La revolución, que requiere de esa consciencia para avanzar, ha quedado en un borde saliente, amenazada de desplome.

Hoy como nunca es más evidente. Bastaba con ver las caras de desconexión de los ministros con lo que decía el presidente en la alocución del pasado jueves 29 de noviembre. No me quedaron dudas que el equipo de gobierno está fracturado. Y el presidencialismo es el peor recurso para fracturas de este tipo. No se resuelve despidiendo a los ministros, ni podemos cambiar al presidente. El Comando  Central del partido debe tomar una decisión heroica: formar un equipo de iguales, una especie de politburó de siete jefes que, identificados con el único plan revolucionario que tenemos, el Plan de la Patria de Chávez, lo pongan en marcha sin dilación y con fuerza. Seguro estoy que nuestro pueblo lo acogerá.