Trataba de borrar la várices de la pierna de una paciente, pero su ansiedad no facilitaba mi labor de angiólogo. Inicié una conversación para distraerla. Le pregunté, por los hijos, qué estudiaban, si trabajaba. Claro doctor, me dijo. También mi esposo y yo viajamos con frecuencia Cúcuta a comprar mercancía para vender. Le digo: y que productos colombianos vale la pena traer que sean más baratos que aquí? Bueno…salchichón, harina, pastas, varias cosas. Y todo eso es fabricado en Colombia a un buen precio?, le pregunté No, no es fabricado en Colombia. Es Venezolano, pero allá es más barato que acá. Y cómo es eso posible, le pregunté?. Bueno yo no sé, pero es así. Me sentí un ignaro. Me pregunté, como será el mecanismo de colocar productos venezolanos a bajo precio en Cúcuta y traerlos “artesanalmente†a Venezuela para venderlos a un precio superior y competir con los precios del mercado venezolano.
A riesgo de equivocarme, la única explicación que encontré, es que es la guerra en la que nos han sumergido, donde sectores de la llamada burguesía nacional que activamente impulsan una guerra contra el pueblo venezolano, parasitando la materia prima financiada por el gobierno Bolivariano a precio subsidiado, pagando el salario indispensable a sus trabajadores y entregando la cadena de distribución a otros sectores propietarios del transporte, a quienes, probablemente se alienten con la idea de que la “cosechaâ€, es cosa de ellos. Y probablemente la misma idea se trasmita a los mayoristas y éstos a su vez a los vendedores o revendedores. Es así como se produce la especulación que estrangula a nuestro pueblo, peor que una guerra con uniformes verdes y armas. Es obvio que no hay inflación. El comercio especulativo es un arma que vulnera más a nuestro pueblo que un balazo. Y nuestro pueblo resiste, combate, de una manera estoica o heroica.
En estas semanas pasadas hemos visto como un empresario, que por cierto todas o casi todas sus empresas, son canadienses, no venezolanas, establece los precios del mercado de los productos de consumo como correspondería a un ministro de economía y finanzas.
Claro, que este y otros empresarios no son los que dirigen esta guerra. Son tristes, fieles e incondicionales representantes del verdadero enemigo de nuestro pueblo: el imperialismo norteamericano. Por supuesto que mezquinamente les conviene. Nunca en sus vidas habían hecho tanto dinero como ahora.
También en noches pasadas, oí a un compatriota que explicaba que habían algunas personas que recibían dinero en efectivo y le transferían el doble a la cuenta de quien les llevaba el efectivo. Ingenuamente pregunté: Y para que quieren tanto efectivo?. Coño camarada, aunque le parezca extraño, para destruirlo. Usted no ve que cuesta conseguir efectivo en la calle. Ya no se consiguen billetes de dos, de cinco y de diez. Y vas a ver cómo van a desaparecer los de cincuenta… Increíble… respondí a la paciente. “Pero Usted no se da cuenta que cada día más la gente funciona con los verdes. Están destruyendo nuestra moneda. Créame, es la guerraâ€, me dijo con pasmosa certeza.
Son muchas las incidencias que parecen incomprensibles. Me cuesta admitirlo, pero la verdad es que la GUERRA ES PARTE DE NUESTRA COTIDIANIDAD.