Ojo!: Lean esto, jóvenes venezolanos, para que nunca vayan a ser felices sin saberlo…

1.-Los cursis e ignorantes como Laureano Márquez y Aníbal Nazoa, acuñaron esa frase: “Cuando fuimos felices y no lo sabíamos”…, un cuento en el que ellos, durante la cuarta república, fueron felices porque jalaron bastante caña de la buena y de la cara, viajaron a costa de los gobiernos como reyezuelos, amados y celebrados como muy cómicos y sesudos por los ridículos adecos y copeyanos. Una época, en la que fueron muy requeridos por sus bazofias “culturales”, en medio de un mundo de politiqueros cobardes, idiotas y vendidos. “Éramos felices –dicen- porque existía RCTV y sus telenovelas, y los Cisneros, con Venevisión, agasajando con largueza a los políticos de partidos como si fuesen misses o payasos…”. Vayan tomando nota, jovenes venezolanos que hoy tienen entre quince y diociocho años…

2.- Yo recuerdo muy bien aquel país de Narnia, nítidamente, y me viene a la memoria el día en que destituyeron a Carlos Andrés Pérez, CAP. Ocurrió en 18 de mayo de 1994. Yo me encontraba en el Taller de Literatura de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes, dando una charla. Se vivía una euforia extraña, confusa y en ocasiones bochornosa, y en ese momento Laureano Márquez y Aníbal Nazoa estaban de juerga en un bar de Sabana Grande, celebrando, como siempre. Celebraban porque venía un GRAN CAMBIO y se dejaría de trabajar por varios días, de nuevo, y porque la borrachera de ignominia seguiría su curso así como venía desde que Juan Vicente Gómez gobernaba a Venezuela, a carta cabal. Había un ambiente de bochorno, de lánguidas e indefinidas estupideces con los permanentes shows con los políticos de partido recorriendo los canales de televisión para hablar de la terrible crisis en la que nos pudríamos. Todo el mundo soltaba como una gran vaina la palabrita “REFLEXIÓN”. Había que reflexionar como los metales a los que les llega algo de luz. En la que la luz choca y se va para el carajo. Vayan tomando nota, jovenes venezolanos que hoy tienen entre quince y diociocho años…

3.- La gente en general, recibió el fallo de la Corte Suprema de Justicia sobre el Ante-juicio al presidente de la república como si hubiese sido el triunfo de la Vinotinto contra Argentina. Todo el mundo salió a celebrarlo, jóvenes de Venezuela que hoy tienen entre quince y diociocho años. La celebración era en parte totalmente artificial pues en el fondo mucha gente que detestaba a CAP era idéntica a él: El hijo predilecto de Rómulo Betancourt había sido «depuesto» por ladrón. En el fondo CAP llevaba una vida de capo mayor con conexiones con narcotraficantes. El narco Rodríguez Ochoa le había regalado, entre otras lindezas un caballo de pura raza. Vayan tomando nota, jovenes venezolanos que hoy tienen entre quince y diociocho años…

4.- Doblaban las campanas y no se sabía exactamente por quién… Muchos adecos pronosticaron que doblaban, en consecuencia, por el CAUDILLO, Luis Alfaro Ucero, padre de don Henry Ramos Allup, y quien era el escogido para suceder en el poder a Carlos Andrés Pérez. Porque Ramos Allup, que toda la vida fue grandísimo traidor de su propia gente, salió a celebrar la caída de CAP, sépase, porque éste aspiraba a ser ministro de Alfaro Ucero, pero… cuando Alfaro Ucero se fue a un foso, por el repunte de la candidatura de Chávez, vino don Henry y le dio una puñalada trapera al último caudillo de AD…. Vayan tomando nota, jovenes venezolanos que hoy tienen entre quince y diociocho años…

5.- El país procuraba entender la sorpresa de la decisión de la CSJ, pues habían sido treinta y cinco años viviendo bajo el engaño, los acuerdos secretos, la prepotencia de los «dirigentes» adecos y copeyanos, la desidia y la indiferencia ante el caos de la mayoría de la población. Treinta y cinco años donde un presidente había sido una especie de semidios; con sus abusos incontrolables, sus decisiones indiscutiblemente infalibles, delincuenciales, criminales. Era tan elevado su poder que muchos expertos constitucionalistas llegaron a carecer de elementos jurídicos para condenarlo. Hasta el último minuto antes de tomar la Corte Suprema de Justicia su decisión, la gente seguía creyendo en el fondo que todo era una farsa, como… en efecto habría de suceder. Demasiado pesaba sobre nosotros la lápida del pasado. Hasta el último minuto antes de producirse aquella decisión, se pensó en un autogolpe, en recurrir al manido efecto de la suspensión de las garantías constitucionales, en un toque de queda, en los inventos sobre una subversión en marcha, en saqueos, argumentos tan usados entonces por el poder para reprimir. Se esperaba cualquier trampa, pues, que en urdiéndose a espaldas del pueblo se pudiese seguir con las trácalas de siempre, porque así habían gobernado Rómulo Betancourt (el mago de los rumores y el ejecutor implacable de las mentiras creadas por su gobierno) y el otro, el jesuíta harto hipócrita de Rafael Caldera.

6.- Con la determinación de la Corte, nos quitamos una pequeña carga de encima, pero seguía gravitando sobre nosotros lo peor: la torpeza y las estafas diarias de los carcamanes, y por ello, como seres mutilados, poco a poco, seguiríamos a la deriva, ciegos y miserables en manos de la ruín esrtructura político-militar montada por los adecos y copeyanos.. Vayan tomando nota, jovenes venezolanos que hoy tienen entre quince y diociocho años….

7.- Para entonces el Congreso de la República se había convertido en un mercado persa: A pocas horas del fallo, el Congreso se erigió en la sombra de CAP. Algunos señores elegidos por ese sistema, para ciegos e ignorantes, implantado por las normas del mismo Congreso, seres anodinos, flojos, pedantes, intolerantes e incultos, pasaron a ejercer las presiones para dictaminar que el presidente no podía ejecutar ningun mandanto desde su palacio. Todos los puñales adecos y copeyanos corrían de una bando a otro. Todos querían gobernar aplastando el cadaver aterido ya de traiciones del Gocho. La primera medida fue la de procurar impedir que los medios de comunicación trasmitieran en vivo la «histórica sesión». Era la sombra de CAP que se había negado (por decisión de los cogollos) a ofrecer la salida de un referéndum, el cual habría evitado este trauma. Era la sombra de CAP, que había impedido la reunión de una Constituyente; la sombra, que en todo momento se negó a que el presidente renunciara.

8.- Y por ello pudimos ver por televisión, con esa concha inalterable, el momento en que el diputado Pedro París Montesinos, ausente del debate, sacaba unas cuentas, en su calculadora; vimos al senador David Morales Bello, el de la Tribu de David, fresco, sereno, engulliendo cacahuetes; vimos a Ramos Allup, sonriente y bromista, ironizando porque la reunión se estaba haciendo demasiado larga. La gente no había cambiado nada. Era mentira que entrabamos en otra etapa pues el Congreso altamente penetrado por la figura y el estilo de Lusinchi y CAP era quien estaba recibiendo la misma banda presidencial. Había un ambiente de feria. Un aire de despreocupación brutal. Risas, chistes, aplausos infamantes a palabras idiotas, voces por doquier mientras los parlamentarios se dirigían a las Cámaras. Por la impresión que se obtuvo de las palabras de Octavio Lepage todos nos llenamos el corazón de un helado desconsuelo. Aquel hombre débil, dando manotones al aire para justificar sus ideas en el bullicio de aquel mercado persa (después tienen la audacia de hablarnos de la «magestad del hemiciclo»)…; su inseguridad, su vaga risotada forzada; desconcertado, gris, lleno de dudas y procurando hacerse ingenioso al estilo de las zancadillas retóricas del viejo Rómulo; el cuadro de la Venezuela que aún pesaba horriblemente sobre todos nosotros, y que el Congreso había comenzado a ejercer. Hubo un momento de desvergüenza colectiva, no sólo por las palabras de Lepage, sino también por una locuaz y ordinaria respuesta de la senadora Lolita Aniyar de Castro. Esa mención de «Cuéntame un Chiste» como dijo ella, fue algo más horrible que los dislates del triste Lepage. Pésimo fue su discurso, lleno de retruécanos y ditirambos poéticos, malamente estructurados, sin fuerza, insincero, vago y cansón. La decepción que produjeron las palabras de Lepage se confundieron desvergonzadamente con las de Lolita Aniyar de Castro.

9.- ¿Por qué le costaba tanto al venezolano empinarse sobre sí mismo y ser de veras grande? ¿Por qué la vulgaridad ejercía sobre nuestros partidos un dominio tan formidable? Pues, sencillamente porque hacía falta un hombre como Hugo Chávez, y todavía no había aparecido. Era, pues, la sombra de CAP pesando sobre la senadora, porque el discurso de la señora Lolita Aniyar de Castro fue un discurso profundamente pedestre y adeco. ¡Qué falta de imaginación en un momento crucial de nuestra historia! Pero es inútil, no se puede dotar a nadie de lo que por naturaleza carece. Y Caldera que no había estado presente en la sesión del 4 de febrero de 1992, cogió el toro por los cachos para hacer su papel de candidato presidencial eterno, y habló con su típica mezcla de ansiedad y dureza partidista. Como un Napoleón recién salido de la isla de Elba, como un caimán en boca de caño, mostró sus fauces e hizo temblar a sus enemigos. Había que decir cosas muy por encima de la aciaga diatriba de los partidos. Pero es que no se puede ser grande cuando pesa sobre ese ser sombras criminales que datan de hace treinta y cinco años… No se le puede pedir a un gobierno unidad nacional, porque el ya preclaro sucesor de CAP, don Rafael Caldera, era peor; era el adeco más verde de todos, de los adecos preferidos por Lusinchi (el sultán de uno de los gobiernos más infames e infamantes que había padecido Venezuela). Allí estaba una gran tranca. Una nación rodeada de elementos negativos como Marcel Granier, por ejemplo, que a pocas de haberse encargado Lepage como presidente, decía que ya se comenzaban a sentir los ESTRAGOS por haber sacado del poder a CAP, y que todo parecía haber sido efecto de venganzas políticas. Que nada había cambiado ni nada cambiaría. Estos son los señores que envenenan el ambiente con alarmas artificiales; que viven jugando a la desconfianza, al horror de los enfrentamientos, al caos, a las mentiras, porque pareciera ser allí donde prosperan sus negocios. Este señor, artífice y director desde una planta de televisión con una perniciosa penetración en la familia de este país, tuvo el coraje de pretender dar consejos a la «sociedad civil», de quejarse por lo que aquí estaba ocurriendo, y procurar convertirse en un médico afamado, sereno y genial sobre el cáncer que devoraba el Estado. Al entrevistar al presidente destituido dijo que había un deseo (en los adversarios de CAP), de ver correr sangre; cuando de sangre, señor Granier, estaba el pueblo ahogado, enfermo, por cuanto difundían esos programas televisivos clamando por muertes y guerra civil, y de los cuales él era el mayor responsable.

10.- Era, pues, la sombra de CAP, pesada como una lápida sobre todos nosotros. Y para todos estos señores, de repente, se hizo necesario hacer de CAP un héroe, porque les hacía falta volver a la época de los abusos, de las disposiciones que se dictan desde los oscuros cenáculos del poder. Era necesario desprestigiar a la justicia porque ésta le hacía un mal inmenso a los magnates, eso lee uno entre líneas de la actitud de esos seres para los cuales es urgente que Venezuela sea lo que fue siempre en el pasado. La sombra de CAP pesaba sobre el Congreso, pesaba sobre los medios de producción del país, sobre la educación, sobre los colores de todos los partidos. No era la nación ahogada en la complejidad de un pasado nefasto, como seguiría el señor Marcel Granier, la que comenzaba a lamentarse de la ausencia de CAP; eran ellos con la tradición de un Estado apoplético, al que era preferible obedecer, porque de él se conocen las reglas bajo las cuales los «poderosos» han funcionado haciendo cuanto les apetece; poniendo contra la pared al gobierno cuando les conviniese, imponiendo sus reglas, sus pareceres, que permitan el nacimiento de un Ejecutivo fuerte, decidido a regirse enteramente por el imperio de la justicia y de la razón.

11.- El país, entonces tratando de dar unos leves pasos republicanos, no tanto por nosotros mismos, como por la presión que estaba comenzado a nacer en la base del pueblo. Esa incipiente consciencia en el fondo fue quien de veras depuso a CAP. Porque el poder de los mastodontes politiqueros de esta nación seguía siendo tan formidable que para sacarlo de cuajo hacía falta un cataclismo neto y total; así tal vez, podíamos entonces columbrar verdaderas cambios positivos, y en aquella hora muy pocos pensaban en el Comandante Chávez, en su luz, en su liderazgo formidable, en su visión y en su auténtica formación bolivariana… así pues, Vayan tomando nota, jovenes venezolanos que hoy tienen entre quince y diociocho años…

José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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