POR CAROLA CHÁVEZ
Se termina el año más largo y más difícil de todos los años. Un cuyos meses parecían durar décadas. Un año en el que nos vimos arropando a nuestros hijos en la noche y con el corazón apretado, con la paz colgando de un hilo, con â€todas la opciones (gringas) sobre la mesaâ€, con las máscaras quitadas, los colmillos descubiertos, la amenaza, la locura.
Un año que en enero vio el delirio en la Principal de Las Mercedes llena de sifrinos que gritaban que no tenían miedo a una guerra civil con tal de imponer como Presidente a un gafo que ni ellos sabían de dónde salió. Y vimos de nuevo a la gente decente y pensante, impúdicos y muy brutos, lanzándose oootra vez por el mismo barranco, como si no hubieran aprendido nada del rosario de fracasos que llevan a cuestas. No han aprendido nada.
¿Dijimos guerra civil? No, vale, la guerra civil no es tan chévere, o sea, mejor es una invasión, o sea, por Cúcuta, o sea, por Brasil, por tierra, aire y mar, por aquí y por allá, con concierto de Nicho y Chacho, con millonario inglés, con los gringos, con paracos, o sea, sí o sí. Se fue febrero y no fue.
¡Cónfiro! que ya reconocimos al gafo ese y Maduro no se va, Padrino no traiciona, Diosdado, ¡ni hablar!. El pueblo chavista aguanta todo, les quitamos la comida y nada, les quitamos el salario y nada, vamos a quitarles la luz.
Un apagón que habría hundido en el caos y la violencia hasta al país más fru fru del mundo, lo único que hizo fue encendernos el alma a los venezolanos. Abrimos las puertas, llenamos la oscuridad impuesta con sancochos, con dominó, con niños jugando en las calles, con solidaridad, con paciencia y volvió el fiao, y la fe en el otro y nos vimos a los ojos y nos vimos tan iguales, tan con las mismas angustias; fue entonces cuando llenamos la incertidumbre con la certeza de que somos un pueblo muy grande y que somos un pueblo de paz. Así se fue marzo.
Y el gafo y sus secuaces desnudos, y el club de países que lo reconoció entrampado. Llueven los dólares para quien se quiera vender, para quien quiere embarrarse de miseria y traición. Llueven los dólares y no hay quien se venda, bueno, sí, algún pendejo que terminó en el puente de Altamira, junto al gafo que se las tira de presidente, su jefe Leopoldo López y un guacal de plátanos que hasta el día de hoy no supimos qué hacía ahí. “Que salga el pueblo†-decía el gafo, todo arrogante, con la corbatica presidencial esa que le dijeron que no se quitara, ni para dar un golpe en la madrugada. Y el pueblo miraba al gafo que hacía de nuevo el ridículo en una situación que debió ser dramática y definitoria y que terminó convertida en un chiste malo. Así, ese 30 de abril pasó a la historia como el día de los tres chiflados.
El golpe de abril trajo un mayo desinflado. Ínflenlo con más sanciones, ataquen la economía con más saña, maten al pueblo de hambre, déjenlo sin gasolina, sin medicinas, sin agua… revienten ese dólar, congelen cuentas, róbate todo Juanito Alimaña, repártelo entre los tuyos, para que Fabi llene esa nevera. Que chillen, que se mueran, para que la desesperación los obligue a tumbar a Maduro, para que cese la asfixia que entonces apenas empezará.
“En silencio habrá de ser†– nos dijo Nicolás, porque cada estrategia que inventábamos para detener los ataques a la economía, por supuesto, la reventaban. Es una guerra. Una que no tiene ni balas ni bombas porque Nicolás, nuestro Presidente, supo maniobrar para evitar que así fuera y su pueblo supo acompañarlo, resistiendo el chaparrón que empapa.
Junio, julio, terminaron los niños un año escolar que debió ser truncado por una guerra que no fue. Llegó agosto y nos dimos cuenta de que el frío en la espalda, esa angustia de amanecer en Benghazi cualquier mañana es estas, se había ido. A estas alturas del año, las amenazas de Elliot Abrams y de Mike Pompeo no daban sino risa.
Septiembre llegó con las calles llenas de niños con sus morrales tricolor y un intento de paro de maestros que tampoco cuajó. En este país no cuaja nada, piensan los gringos mientras su gafo designado les jura que “vamos bienâ€. Van tan bien que se tomó fotos con Los Rastrojos y, cuando salieron a la luz, nadie se asombró porque, a estas alturas, eran pocos los delitos que el gafo y sus secuaces no habían cometido.
“Calle sin retorno†dijo el gafo rastrojo, como para que no se notara tanta inmundicia. No salió nadie, se quedó solo, y todavía faltaban tres meses más para seguirla cagando. Entonces, parió la abuela: Calderón Berti, todo lloroso, denuncia que el gafo es un ladrón tan ladrón que no quiso compartir con él el botín. Con esa cloaca abierta, terminó el mes de noviembre.
Y llegó diciembre y hubo, sí, algún despistado que todavía pensó en comer hallacas sin Maduro y que hoy las está preparando con el pernil que le trajo el CLAP. Y es que Maduro sigue ahí, no podía ser de otro modo, él es el Presidente. Y el chavismo, sigue aquí, clarito: esa señora en cualquier barrio, ese hombre magro, curtido, en el confín de algún campo, los primeros en recibir los golpes de la guerra, con todas las dificultades del mundo; ahí de pie, orgullosos, aún sonriendo, defendiendo a Nicolás, al gobierno chavista, reventando todo cálculo de esas lumbreras que llaman think tanks, que todavía no entienden que resistimos y peleamos porque tenemos la fuerza de la razón, porque asumimos nuestra responsabilidad histórica, la misión de construir una patria justa, libre y soberana que nos encomendó Chávez.
Se sufre, pero se goza. Así, con mucha alegría, con cabeza fría y nervios de acero, cerramos victoriosos un año que se estrenó como el más duro y peligroso de todos.
¡Nosotros venceremos!