Maryclen Stelling
Las emociones y los afectos se entronizan en las redes, en tanto consecuencia y manifestación del contexto político que vive el país.
La afectividad es una construcción colectiva que no puede ser definida desde la racionalidad, sino desde el sentido y significado que individuos y grupos dotan a las experiencias socioculturales y políticas en las cuales participan. La afectividad es entonces un factor decisivo en la construcción de realidades.
En la coyuntura actual, la politización y polarización se apoderan de las redes, terreno fértil para los sentimientos exacerbados que desplazan e imposibilitan el discurso racional. La emotividad desbordada domina la política, la economía y la vida privada. La esfera íntima se desnuda y, sin pudor alguno, se expone y se convierte en esfera pública.
El absurdo, los insultos, las ofensas y las acusaciones inherentes al discurso del odio reinan en las redes. Se naturaliza el odio, ese sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno. Se nos hace familiar el deseo de dañar o destruir al “otro†y, en su defecto, se cultiva la esperanza de que le ocurra alguna desgracia. El odio desatado y la libertad de odiar campean a sus anchas.
Tribunales digitales realizan fulminantes acusaciones, enjuician y dictan sentencias incuestionables. Se naturalizan los linchamientos digitales, donde “masas enfurecidas†-presas de sentimientos exacerbados y desatados- proceden a la persecución y lapidación del enemigo. Se naturalizan las redes sociales del linchamiento en una suerte de movimientos sociales punitivos. Se entroniza la promesa del linchamiento infinito y se consolidan los roles de víctimas y verdugos. Estudiosos del fenómeno denuncian el fortalecimiento de una “pedagogía de la crueldad mediática†y alertan sobre la consolidación de “la dramaturgia del miedoâ€.
Un clima de censura predomina en las redes, suerte de poscensura entendida como un fenómeno anárquico de silenciamiento, cobijado bajo la cacareada libertad en tiempos de digitalización.
Es obligante denunciar el discurso del odio que se apodera de las redes sociales y alertar sobre la naturalización de los linchamientos transmediáticos.
Asistimos pasivamente a la derrota y lapidación digital del debate racional.