Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura, cantautor, escritor. Asume su canto como un compromiso con los pobres. Ha publicado: Máscaras de la mercancía, El anca de la tormenta, Tiza, terrón y pájaro. Su canal de youtube: https://www.youtube.com/watch?v=_9xyuEAryAs
— Hay un verso en la novela Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, que dice: “Desde el llano adentro vengo/, tremolando mi cantar/, Cantaclaro me han llamado/, ¿quién se atreve a replicar/?” ¿Usted se atrevió a replicar?
— La versión cantada más popular de esta copla se hizo en música llanera con arpa, cuatro y maracas, pero es un polo margariteño. Ha debido ser con bandolín oriental ejecutado según la forma de este género musical. En música llanera, en periquera o zumba que zumba, cualquier forma inherente a ella. En fin, uno le da importancia a asuntos que a lo mejor ni la tendrán. Esa sería mi primera réplica, no a Cantaclaro, con ese coplero no me meto, pero a Rómulo Gallegos, sí le repliqué. Con el respeto que nos merece nuestro novelista nacional, cómo es posible que en Doña Bárbara, un “patiquín” recién llegado de Caracas, Santos Luzardo, enlazara, montara y amansara caballos mejor que Pajarote quien nació y se crió en el llano y nunca había salido de esos montes.
— ¿El canto nos salva de qué?
— Salva y condena. Como el alimento salva del hambre. El canto es necesidad del espíritu que se expresa con el cuerpo y no hay necesidad que no haya mercantilizado el capitalismo. El alimento nutre y envenena. Igual, el canto bueno nutre y el mal canto enferma. Si expongo criterios en cuanto a canto bueno y canto malo, calcula tú. Eso es subjetivo, pero muy concreto también. El canto libera y esclaviza, el canto que enajena, pues es bueno para el amo. Yo milito en el canto que te salve de andar por este mundo como imbécil deambulando por caminos y veredas de los afueras y los adentros confundiendo la ternura con la mojigatería, el arcoiris con cables de múltiples bombillos ahorcando un árbol en navidad, la parranda con rituales de salón, con diamantes las estrellas y convirtiendo en una artimaña al sol. Si el canto nos salva que sea para poner el concepto en el lugar exacto del corazón y viceversa.
— Ahora que se cumplen 7 años de la ausencia física del Presidente Chávez, ¿se sufre mucho esa ausencia?
— Como sufrimos la de Bolívar y la de Zamora, aquella vez. Por naturaleza vamos asimilando el sufrir, pues no podemos vivir con esa llorantina permanente. Soy de los que aún sufren la ausencia física de Chávez, pues coincidimos en el tiempo, pero la muerte física no es tan terrible como sufrir la muerte histórica. Nosotros con Chávez resucitamos a Bolívar y a Zamora de la muerte histórica. No permitamos que nos maten a Chávez en esta historia que vamos forjando con él.
— José Ignacio Cabrujas decía que la cultura es la guinda de la torta, eso que le ponen encima para que se vea bonita, ¿sigue siendo eso así?
— Sí, aún sigue siendo así y seguirá siendo así, mientras la cultura sea el comodín social sustentado en la fuerza de la costumbre y la costumbre el resultado de automáticos y calculados bombardeos conductistas que te sumergen en la modorra del pensamiento y de sensaciones impuestas que frenan la revolución cultural. Automáticos y calculados porque la cultura a la par del estudio del cerebro y la mente humana ha sido y es, una eficiente herramienta política del colonialismo. Porque la cultura, elástica mercancía por excelencia, genera plusvalía material, pero también ideológica. Mientras las bellas y feas artes, sean simple espectáculo, carnada, escopeta o trampa para continuar como esclavos creyendo que no lo somos en un presente eternizado. Mientras todo lo resolvamos con remiendos, con teipe y alambre. Digo por ahí en una canción: “Ellos nos ponen el rostro / y nosotros el espejo / y entre reflejo y reflejo / se tranquiliza el neurótico”.
— ¿Usted también, como José Martí, con los pobres de la tierra quiere su suerte echar?
— Sin alternativa como pobre que soy y que los otros pobres la echen también conmigo. La tiránica realidad nos conduce a andar juntos, pero aun cuando estamos unidos por la misma tragedia, también lo estamos por la misma alegría. Somos un pueblo y nos gusta ser ese pueblo que somos. Si es bonito marchar juntos, en el camino hay belleza, y la alegría de un sancocho en el patio con una partida de truco, de dominó o bolas criollas no la va encontrar en un restaurante de lujo, pero aun así, es preferible un rico por la causa de los pobres y no un pobre por la causa de los ricos.