Earle Herrera
Ahora fue en la milenaria India donde Donald Trump expresó su tristeza por Venezuela. Le duele al magnate la patria de Bolívar. Les recordó a políticos y periodistas de ese país que la República Bolivariana fue muy rica y próspera y ahora no tiene comida ni medicina. Casi enjugando una lágrima, como diría el autor de El derecho de nacer, anunció más sanciones para sacar a la nación suramericana de tanta miseria.
Los medios de la derecha desplegaron el dolor de Trump y su eficaz receta para llevar la felicidad al sufrido pueblo de Venezuela: sanciones y más sanciones. Sus lacayos criollos aplicaron un remedio parecido durante las llamadas guarimbas: a las víctimas diurnas de su violencia, por las noches les hacían misas y rendían homenajes los fines de semana. Con los muertos que causaban, engrosaban el “expediente” para llevar al régimen a la Corte Internacional de Justicia. La elección de la Asamblea Nacional Constituyente los paró en seco.
La moral imperial –perdonen el oxímoron- permite convertir a tu verdugo en tu salvador. Estados Unidos destruye países completos –Irak, Afganistán, Libia- y luego reconstruye sus infraestructuras con oneroso amor. Las mismas transnacionales que le alquilan ejércitos de mercenarios, luego obtienen los contratos para la “reconstrucción”. Los criminales de guerra se convierten en diligentes albañiles de buena voluntad. Y las víctimas de ese letal amor de destrucción masiva, deben agradecerlo. Como muchos venezolanos agradecen hoy las sanciones criminales y, no saciados, ruegan por más. Quienes se babean pidiendo arreciar las medidas coercitivas contra su país, son los mismos que reciben dólares de la Usaid y euros de la Unión Europea. Lo que parece un masoquismo, en lugar de dolor, les rinde pingües beneficios. Aparte, manejan los recursos de Citgo y de cuanta empresa y otros activos le ha robado el imperio a Venezuela. ¿Qué les importa entonces al autoproclamado y a sus adláteres que le bloqueen las medicinas y los alimentos al pueblo venezolano?
Los remedios o la comida que a ti te faltan, son dólares que a ellos les entran. Es la ecuación macabra del imperio y sus lacayos, una maldita simbiosis que convierte en salvador a tu verdugo y arranca lágrimas por la muerte que te causa tu asesino.