Muamar Gadafi, el linchamiento global

Si usted quiere saber qué les ocurre a los países en los que se despliegan las intenciones “humanitarias” de Estados Unidos y sus aliados, debe hacer una comparación –aunque sea una muy simple– entre la Libia de Muamar Gadafi y el despojo de nación, el territorio fragmentado, sin ley y echado al olvido que es hoy ese rincón del norte de África.

El más elemental cotejo de números sobre progreso material y desarrollo humano ya da una clara señal de la barbaridad cometida en nombre de la civilización por las potencias del norte del planeta, aliadas con una pandilla de traidores a la revolución y otra de opositores oportunistas, ambas apoyadas por mercenarios, bandoleros y paramilitares. ¿Suena conocido?

Más allá de los indicadores macroeconómicos, con Gadafi como líder, Libia era un país, un Estado-nación, un polo de desarrollo y un promotor de la integración panafricana y panárabe. Ahora es un hervidero de odios étnicos que se disputan las ruinas dejadas por los bombardeos inmisericordes de la blanca y democrática Europa.

Se ha dicho que el magnicidio de Muamar Gadafi es el golpe de Estado más violento y el robo más jugoso de la historia reciente. También puede decirse que es un crimen corporativo, cometido por los gobiernos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), actuando como lo que esa alianza es, el brazo armado del poder económico, la cachiporra del capitalismo hegemónico. Y debe decirse que fue un magnicidio-golpe de Estado-robo en el que participó, como cómplice necesaria, la maquinaria mediática global.

El asesinato de Gadafi comienza muchos años antes, con una pertinaz campaña de satanización que siempre tuvo un fuerte componente racial. Para la propaganda “occidental”, cualquiera que no sea blanco (o finja serlo) y que lleve atuendos de acuerdo con su propia cultura es, como mínimo, un excéntrico. Si se rebela contra los cánones impuestos por EEUU y Europa, empieza a ser un peligroso populista. Y si plantea un modelo político y económico no tutelado por el norte ya es declaradamente un dictador al que se debe meter en el redil, mediante halagos y sobornos o, en caso de que se resista, matarlo.

En tiempos de campaña electoral en EEUU, el recuerdo del linchamiento global de Gadafi implica un recordatorio de lo falsas que son las dicotomías del sistema político de ese país. Quien tenga la idea de que los demócratas, actualmente en la oposición, son una alternativa frente a los despropósitos de los republicanos, debe “desechar las ilusiones y prepararse para la lucha”, pues a Libia no la destruyó un supremacista blanco como el desquiciado magnate Donald Trump, sino un afrodescendiente premio Nobel de la Paz, como Barack Obama. A Gadafi no lo mató un cowboy despiadado, exdirector de la CIA, como Mike Pompeo, sino que la Secretaría de Estado la detentaba una mujer del ala progresista (en teoría), Hillary Clinton. A esta “dama” no le bastó con perpetrar el magnicidio, sino que –y no se trata de un detalle menor– se mofó del líder asesinado, diciendo que “fui, vencí y él murió”, aderezada la frase con una carcajada al estilo de las villanas de Disney.

Esas palabras de quien luego sería candidata presidencial demócrata, además de una expresión de la psicopatía generalizada de la élite política bipartidista, fue una afirmación profundamente mentirosa. Nada más lejos de la realidad que la operación contra Gadafi haya sido coser y cantar. Los países cómplices del magnicidio-golpe de Estado-robo apoyaron a los rebeldes y mercenarios con ingentes recursos (aunque una ínfima porción de lo sustraído a las reservas internacionales libias) y luego, ante la evidencia de que Gadafi los derrotaría, entraron en acción directamente, bombardeando ciudades, vías de comunicación y sistemas de riego para crear el caos. Y fue solo entonces cuando pudieron ejecutar el linchamiento de Gadafi y de su hijo, Saif al Islam.

El principal argumento utilizado por “occidente” (esa ficción que esgrimen los colonialistas de allá y de acá) es que Gadafi se había eternizado en el poder y eso no es admisible, a menos que se trate de dictadores de derecha, en cuyo caso pueden estar por el tiempo que les parezca.

En rigurosa verdad, ese “occidente” nunca le perdonó a aquel jovencísimo militar Gadafi el haber derrocado al monarca Idris I, en 1969, en tiempos en que Libia era un reino. Del golpe de Estado que dio este hombre de apenas 27 años surgió una república árabe con fuertes componentes socialistas, que unos años después asumiría el orgulloso nombre de la Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular Socialista.

El liderazgo de Gadafi unificó a Libia, un país que había estado sucesivamente bajo el control colonial de fenicios, griegos, romanos, otomanos e italianos. En el período de la monarquía era nominalmente una nación soberana, pero el rey respondía a intereses europeos, más que nada británicos.

Gadafi dirigió el país por 42 años, durante los cuales nacionalizó empresas y desarrolló una política de autodeterminación y de integración con toda África y los otros países árabes. De resultas, fue anotado en la lista de los rencores de quienes practican la doctrina de dividir para vencer.

Las arremetidas de las potencias capitalistas se repitieron durante décadas. Ya en los años 80, bajo el gobierno de Ronald Reagan, EEUU lanzó ataques contra Trípoli, asesinando a una hija adoptiva del mandatario, Hannah.

Luego hubo tiempos de tensión y de distensión. En algunos de estos últimos, los europeos aprovecharon para convencer a Gadafi de confiarles todas las reservas internacionales libias. Grave error que pagó con su vida y con la vida del país entero porque sirvió de punto de partida para el gran robo del siglo.
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El profético Chávez

Cuando se piensa en Gadafi, desde Venezuela, hay que pensar en el comandante Hugo Chávez, quien siempre tuvo al líder libio como uno de sus grandes aliados en el mundo multipolar que veía como una meta.

Chávez estuvo en Libia cuatro veces entre 2001 y 2009 y ese último año fue anfitrión de Gadafi en su visita a Venezuela para la Cumbre América del Sur-África. También se vieron cuando ambos concurrieron a la Cumbre de América del Sur y Países Árabes (ASPA), en Qatar.

Chávez fue de una sola pieza con respecto a Gadafi. Mientras otros líderes le sacaban el cuerpo, él no cedió ni un milímetro, ni siquiera en medio de la cruel guerra que la OTAN lanzó contra el pueblo libio. Cada vez que pudo, denunció lo que ahora está más que demostrado: Estados Unidos y Europa solo querían robarse las reservas internacionales y el petróleo de Libia, utilizando como subterfugio una supuesta lucha por la democracia llevada a cabo por grupos internos proimperialistas.

Las dotes proféticas de Chávez (nada mágicas, basadas en el análisis) se pusieron de manifiesto cuando dijo que había por ahí gente loca que planeaba usar en Venezuela la fórmula libia. “Dicen que Chávez es igual a Gadafi y, por tanto, Venezuela es igual a Libia… Se van a quedar con las ganas. Esa fórmula aquí no les funcionó ni les funcionará para nada ni al imperio gringo ni a sus lacayos ni a nadie”

.Clodosvaldo Hernández