Volvemos con el historiador y profesor Vladimir Acosta, porque, como dijimos la semana pasada, habían quedado unas preguntas por responder y aquí están las respuestas.
– ¿Estamos superando la herencia de la colonia?
– Lamentablemente no. Seguimos inmersos en ella. A propósito, me ocupo de ese tema en un ensayo sobre América Latina que escribí el año pasado. Lo terminé en enero de este año y espero circule desde el próximo mes, así sea en forma digital, pues imprimir aquí resulta hoy imposible por los costos. El ensayo se titula justamente Salir de la colonia. En él examino las dimensiones sociohistóricas, político-económicas y sobre todo culturales de ese tema. Y el resultado es que, pese a cinco siglos de luchas y rebeliones, nuestros países, unos más, otros menos, y Venezuela es de los más, siguen todos sujetos a un dominio colonial que ha cambiado de dueños, pero no de esencia. Seguimos siendo hoy, aun sin quererlo, protectorados o colonias de Estados Unidos y, en nuestro caso actual, colonia casi asfixiada, pero al menos rebelde.
Unidos, nos sacudimos tres siglos de colonia española con la heroica lucha de independencia, pero de ella salimos ya separados y sujetos al creciente poder británico, o anglofrancés, que nos dominó a todo lo largo del siglo XIX. Y desde el inicio del siglo XX hasta hoy hemos estado sometidos al dominio neocolonialista estadounidense.
Y ese hipócrita pero feroz dominio es total, pues no es solo económico y político, lo que denunciamos y a lo que solemos enfrentarnos, sino sobre todo cultural. Este es un dominio creciente, lento y solapado que nos ha ido invadiendo por completo en todos los terrenos y del que ni siquiera parece que tengamos clara conciencia. Afecta en diverso grado a todos los grupos sociales; y está en todo: adoración ciega de Estados Unidos, bebida, comida, tiendas, ropas, modas, música, chapucería lingüística, creciente influencia religiosa, violencia e individualismo extremos, fake news, engañoso entretenimiento, cine, radio, TV, discos, internet, cable, tabletas, celulares, video streaming, redes, en fin, manipulación disfrazada de información. Así, la vida cotidiana y sus patrones de conducta son o dependen todos de ese implacable y omnipresente dominio neocolonial yanqui.
Sin integrar a la lucha política por la independencia y la soberanía, la lucha diaria contra la colonia, contra el colonialismo yanqui y contra su penetración, no sólo económica sino cultural, me temo que esa lucha revolucionaria de nuestros países, siempre larga y difícil, siempre necesaria, seguirá teniendo pocas posibilidades de fortalecerse realmente, de unificarse y de vencer.
– Golpe con un guacal de plátanos en Altamira. Invasión por Macuto y por Chuao con dos gringos detenidos. Un contrato para acabar con el país. ¿No le parecen elementos suficientes para escribir una novela policial?
– No, Roberto. No creo que sean elementos suficientes para escribir a propósito de ellos una novela policial. Tú, como gran lector que eres de novelas policiales, lo sabes tan bien como yo. Lo que sí hay son elementos más que suficientes para encarcelarlos y para juzgarlos como los criminales que son. Una novela policial es algo serio. En ella se trata de investigaciones sobre crímenes personales, de asesinos inteligentes, de comisarios de policía y de detectives hábiles. Esta grotesca banda de mercenarios chapuceros, ladrones, guarimberos, planificadores fracasados de golpes de Estado, de matanzas y guerras civiles contra su propio país para entregarlo dividido y ensangrentado a su amo gringo, no tendría cabida en ninguna novela policial.
Y permíteme una corta especulación. Porque, visto lo que digo, la pregunta que sí tendría cabida aquí sería la de si podrían entonces ser protagonistas o personajes claves de una novela bufa. Mi respuesta es que eso tampoco tendría sentido. Y sé que tú, como humorista que eres, lo sabes también, e incluso mejor que yo.
Y es que el humor y la risa producen siempre un resultado ambiguo. Es cierto que al convertir a alguien en objeto de risa se lo despoja de sus pretensiones serias y se lo devalúa. Pero también al devaluarlo para convertirlo en objeto risible se lo hace simpático porque nos hace reír y porque nadie puede juzgar y condenar como personaje serio a quien, como payaso, lo hace reír.
Y si aprovecho para plantear esto es porque creo que con ello tocamos el fondo del asunto. Por chapuceros que sean, y lo son sin duda, estos miserables personajes no producen risa ni son cómicos. Son asesinos, mercenarios, ya sean venezolanos o estadounidenses, y están al servicio del principal enemigo de Venezuela. Son ladrones y criminales que roban los bienes del país en beneficio propio y usan parte de lo robado para pagar a bandas de asesinos, de traficantes de droga o de otros mercenarios. Y a menudo, como en las bandas criminales, se hacen trampa y se roban unos a otros. En fin, que estos criminales chapuceros dispuestos a promover matanzas e invasiones, a destruir el país para entregarlo a sus amos estadounidenses, no podrían ser parte de novelas policiales y menos aún de producir ninguna risa. Al menos mientras cuenten con apoyo imperial para sus crímenes y mientras sigan siendo para el país una amenaza.