Defensa soberana o securitización

María Alejandra Díaz Marín

Escrito por María Alejandra Díaz Marín

La política de defensa es la actividad específica de un Estado y una sociedad tendiente a garantizar la supervivencia nacional. La política militar es subsidiaria de ésta y se conforma por los objetivos que deben alcanzar nuestras FANB para cumplir misiones, acciones coherentes, en oportunidad, tiempo y espacio, dentro del marco geoestratégico y geopolítico, donde hay varias hipótesis de guerra, distinguiendo de qué y de quién debemos defendernos, partiendo de las amenazas internas y externas, a fin de combatirlas y neutralizarlas.

Nuestra Constitución por su parte, establece no sólo distintos ámbitos para la defensa integral: social, político, económico, cultural, geográfico, ambiental y militar sino que incorpora un elemento que es transversal para definir no sólo la Doctrina de Seguridad, Defensa y Desarrollo nacional como lo es la corresponsabilidad de todos y todas.

No identificar adecuadamente nuestros enemigos, amenazas y obstáculos, impide desarrollar una defensa soberana adecuada y es hipotecarnos estratégicamente a doctrinas foráneas desoberanizantes y desbeligerizantes.

Diferenciar los intereses globales que se impulsan desde la bandera de la ONU, OMS y demás multilaterales, de los nacionales, evita la hipoteca doctrinaria en materia de defensa y seguridad que intentan imperceptiblemente aceptemos, mediante técnicas sutiles.

A partir del Pacto Kellogg-Briand y de la Sociedad de Naciones, hoy ONU, se establece un estado intermedio entre la paz y la guerra, que ha tenido como efecto dejar sin valor todas las hipótesis de conflicto en su afán de Paz (pacificación jurídica de Kelsen). Mutación inducida, desplazamiento, resignificación que disuelve los intereses de los Estados Nación, para reducirnos a defender “causas globales”. Paz como ficción jurídica, paz como todo aquello que no es guerra, entendiendo ésta como aminus belligerandi. Satanización de las soberanías.

Obvian a quienes imponen su voluntad y quiebran a los demás por medios extra militares: coacción y guerra económica, financiera, comunicacional, psicológica, hoy incluso a través de la infalibilidad científica y de los expertos (la ciencia como religión y dogma). Neutralización y minimalización de todos los ámbitos de los conflictos a partir del cual se produce un desplazamiento del centro de gravedad del interés nacional de los Estados, por los intereses corporativos privados.

Intentan convencernos postguerra Fría, que la efectividad militar de los Estados decayó, porque el nuevo balance de poder mundial resta importancia a los conflictos de fronteras territorios y poblaciones nacionales y sus acervos. Hoy la crisis política y económica global, causada e inducida con el COVID 19, genera las condiciones necesarias para aceptar como un mal inevitable y hasta justificado el retroceso de los derechos sociales, políticos y económicos y la libertad de expresión: lo cual, resulta de muchísima utilidad para la consecución de sus objetivos militares y de ingeniería social por «los regentes imperiales» (Mariñas).

Retorno ya no de la doctrina de seguridad nacional que conocíamos, sino una Doctrina de la seguridad global (globalización por la puerta de atrás) donde los Estados Nación no son responsables de la soberanía y defensa sino de los riesgos y amenazas globales reduciendo su papel a simples conserjes, policías y cuerpo de socorro del Nuevo Orden Global, impotentes e indefensos. Globalización a través de la multilateralidad y centrándose en temas como catástrofes, cambio climático, crisis sanitarias, crimen organizado, desplazando incluso la hipótesis del terrorismo como motivación política de algún estado u organización.

La doctrina de aquella intervención humanitaria mutó, hacia la pacificación (por cualquier modalidad no política o tienda a despolitizar) como principio de la monarquía universal o imperium mundi (Dante) para legitimar los despojos y genocidios con rostro humanitario y de securitización de la gobernanza global. Guerra blanda, mediante operaciones psicológicas que afectan la opinión pública internacional e imponer la idea de aceptar la infalibilidad de expertos y corporaciones privadas sobre esas situaciones de riesgos, amenazas y catástrofes sobre venidas e instaurar su doctrina “securitización global” de la Escuela de Copenhague (Boulanin).

Obvian ex profeso que toda sociedad se constituye alrededor de un hecho histórico como lo es la guerra (lucha real por recursos vitales de grupos con interés de dominio) y si ésta no está dispuesta a pelear, no puede esperarse que de ella surja algo que perdure, pues su capacidad de supervivencia, de voluntad, de disposición para la acción militar, ha sido dominada y rendida a una doctrina extraña al interés nacional.

No negamos los riesgos comunes que el mundo enfrenta, pero no aceptamos claudicar en nuestra Doctrina militar como pueblo soberano e independiente.

Afirmamos que todo cuerpo, individual y colectivamente está, más que en el deber, en la obligatoriedad de defender su soberanía, única precondición necesaria, y suficiente también, para perseverar en su ser. Si la Civilización comenzó lo hizo gracias a la perseverancia de la primera célula (cuerpo) del Universo y a su posterior evolución, y empieza porque el principio de la civilización es militar, en consecuencia la primera célula también era militar, de donde se deduce: Existir es militar. (Bagehot)

Plantear entonces una lucha por la seguridad como percepción minimal e individualizada o incluso entendida ésta como razón de Estado, congelando las hipótesis de conflictos y aceptando la inexorabilidad de la indefensión, es perder la guerra, es renunciar al potencial militar, a una política de defensa, militar, estrategia y economía de todos los cuerpos interrelacionados, dentro de un marco geopolítico y geoestratégico específico. Saber con qué tenemos y de quién tenemos que defendernos y los medios que debemos usar para neutralizarlas.

Esa potencia dependerá de la calidad de la comunicación, información e inteligencia que desarrolle el sistema República Bolivariana de Venezuela, identificar nuestros enemigos y aliados pasándolos por el tamiz del interés nacional: quien no esté con ese interés nacional, definitivamente es enemigo.

Identificar sus tácticas de infiltración: la simulación de amistad, entre otras, logran pasar el sistema de reconocimiento temprano e inyectan patrones inteligentes que generan desorden en nuestro sistema que no posee un sistema de inteligencia y contrainteligencia integral estratégica, confunden al sistema de control, organización y funcionamiento, crean fenómenos autoinmunes y autodestructivos hasta lograr nuestra homeostasis, que es la muerte por incapacidad de regeneración. Bomba informática de inteligencia que nos genera autoinmunidad.

¿Qué es lo esencial? Que no debemos aceptar agendas contrarias a nuestra seguridad, defensa y desarrollo nacional, y para ello debemos contar con un sistema de inteligencia estratégica que genere conocimiento sobre la realidad (interna y exterior) que constantemente cambia y muchas veces hace hostil lo que fuera antes un amigo o aliado.
Un sistema de comunicación y hermenéutico y semiótico, con una unidad de inteligencia ofensiva- defensiva, que funcione como un programa modular que produzca conocimiento para la doctrina militar para traducir y reconocer al enemigo, detectar a quién o quiénes, o cómo atacan hoy en día, a nuestro sistema nación representado en la República Bolivariana de Venezuela y a sus subsistemas de inmunidad (inmanente y el adaptativo), ello como una tarea esencial, vital del sistema de la inteligencia estratégica y prospectiva para la defensa soberana de nuestra Nación.