RIO HERMOSO


Arturo Tremont

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Nuestro Río Orinoco es uno de los mayores de Suramérica y está en el tercer lugar, después del río Amazonas y el río Congo. Muchos venezolanos solo conocen al rio de aguas negras por las canciones de Serenata Guayanesa y la famosa gaita zuliana: “Orinoco, río hermoso”, los que hemos tenido la fortuna de conocerlo sabemos que no es cuento, por ahí en el baúl de los recuerdos guardo un carnet de la CVG-Ferrominera del Orinoco que me permitía ingresar al campamento “Macagua”, puerta de entrada hacia la represa del Guri, donde el catire zuliano Hely Sául Puchi y el suscrito, asistíamos a las discusiones de la convención colectiva de la industria del hierro. Bueno, la vida es una contradicción, cuando regresábamos a la casa de hospedaje, en Puerto Ordaz, no había agua para bañarnos, carajo, una zona donde hay dos ríos caudalosos, el Caroní y el Orinoco, los pobladores no tenían (y aún no tienen) agua para echarse un poquito de agua y aliviar el calor. Nada, lo bueno de la narrativa es que uno se siente privilegiado de poder ver la unión de esos dos ríos, vienen por un lado las aguas negruzcas del Río Orinoco y por el otro las aguas marrones del Río Caroní, se abrazan y continúan su cauce ya integrados, es impresionante ver bajar las aguas del Río Orinoco, en Ciudad Bolívar, y observar cómo surge la imponente Piedra del Medio, si tienes suerte y estás en temporada puedes comer una Sapoara, horneada y bien preparada por el amigo Luís Castro Nieves, eso sí, no se te ocurra comerte la cabeza porque te cae la bendición de enredarte con una morena guayanesa, o con una “culisa”, descendiente de los vecinos de Guyana. No todo es color de rosa, una vez fuimos a la reunión regional de trabajadores, en Ciudad Bolívar, el suscrito y Rafael Colina, nos quedaba un día libre y planificamos un viaje en lancha a Soledad, Anzoátegui, la lanchita bordea el río, suavemente, y llega a un desolado pueblo, nada que ver, cuando salimos, muy contentos, no percatamos que nos seguía una patrulla fluvial, ¡Alto ahí!, vociferó un verde con un megáfono, los pasajeros deben colocarse los salvavidas, el lanchero buscó en el fondo unos chalecos bien sucios, Rafael llevaba una guayabera blanca, impecable, yo no recuerdo cuál camisa, nos colocaron los “salvavidas” y seguimos la ruta, llegamos, bebimos dos cervezas y nos fuimos al vetusto terminal de lanchitas, no lloramos porque nuestras madres nos decían siempre “los hombres no lloran”, solo es perdonable si estás en un barcito, con una rocola, escuchando a Daniel Santos, el Inquieto Anacobero, cuyos testimonios recogió en vida el excelso periodista Héctor Mujica, leí una crónica del periodista José Pulido en el face, según su relato, el bolerista boricua dijo a Héctor, después que salga ese libro nadie me va a contratar, en este mundo no se puede decir la verdad. # SI NAVEGAS EL RIO, USA SALVAVIDAS.