El general Alberto Müller Rojas era tachirense y tenía un aura de serenidad zamarra. Al conversar con él era inevitable evocar al personaje de Juan Vicente Gómez que encarnó el portentoso actor Rafael Briceño e imaginárselo diciendo: “¡Chito!”.
Pero era apenas una primera impresión. Muy en contravía, ese gocho estricto no era el típico militar “chopo e’ piedra”, como les decían en los cuarteles a los herederos de los caudillos forjados en las guerras civiles del siglo XIX. Müller Rojas, por el contrario, fue uno de los oficiales con mejor formación académica y política de las entonces (en plural) Fuerzas Armadas Nacionales de la IV República.
Tal vez fue por eso que le pusieron un techo en el rango de general de brigada, que en ese tiempo era el penúltimo peldaño al que podía escalar un oficial del Ejército. No lo querían llevar a general de división porque preferían no verlo como parte de los altos mandos. Los senadores de la Comisión de Defensa, que tenían a su cargo la autorización partidista de los ascensos desde el grado de coronel y capitán de navío, seguramente se dieron cuenta de que el hombre era intelectualmente de alto riesgo.
Además, tenía otro atributo peligroso: se oponía a los negocios turbios y lo había demostrado durante su ejercicio como contralor general de las FAN.
Esto debe haber influido en el ánimo de Jaime Lusinchi cuando lo designó gobernador del Territorio Federal Amazonas. Quizá pensó que de esa forma lo ponía bien lejos de los centros de poder militar y, al mismo tiempo, podría sumarlo al ejército de la corrupción que era su gobierno mediante las tentaciones propias de ese extenso, rico y recóndito confín de la nación.
Luego de esa experiencia, le vino el obligatorio momento de colgar el uniforme, trance nada fácil para quien había ingresado a la Academia Militar con menos de 16 años de edad.
En una entrevista que le hice (junto a otro tachirense, un entrañable amigo mío, Rigoberto Bravo) en una radioemisora, Müller Rojas habló de ese tiempo. Dijo que a un altísimo porcentaje (no recuerdo la cifra exacta) de los militares les sobrevenía un infarto o una úlcera en los primeros seis meses después del retiro. Él no escapó de la estadística, tuvo un evento cardíaco que casi lo despecha de este mundo.
Pero no era su hora. Le quedaban todavía dos décadas que iban a ser de las más intensas de su vida, pues se incorporó a la actividad política, fue senador de La Causa R y luego encontró un lugar perfecto para él en la poderosa corriente electoral que, en 1997, derivó de la insurrección del 4 de febrero del 92. En ese proceso, se vio envuelto en la división de LCR, que dio origen a Patria Para Todos y se ocupó nada menos que de la jefatura del comando de campaña de Hugo Chávez, en 1998. Posteriormente dejaría el PPT para atender el llamado de Chávez a formar el Partido Socialista Unido de Venezuela, del que llegó a ser vicepresidente.
Ya incorporado al chavismo, llegó rápidamente a ser un dirigente de primera línea, con un perfil muy particular, pues fue de los pocos que sostuvo debates públicos muy candentes con el Comandante Hugo Chávez, a quien le cuestionaba, sobre todo, su escasa habilidad para discernir entre amigos y oportunistas.
Chávez respetaba a Müller Rojas por su rango y por su sólida formación académica (que le permitió ser profesor de las universidades Central y Simón Bolívar); y Müller Rojas respetaba a Chávez porque lo entendía como el líder indiscutible de la Revolución. Pero ese respeto mutuo no impidió que “se pusieran bravos” varias veces, para decirlo en forma coloquial.
Una de esas veces fue cuando el PPT y Chávez rompieron. Müller Rojas, que había estado como embajador en Chile, regresó al país y entró en una etapa de ostracismo que se interrumpió luego del tormentoso 2002.
Otro impase ocurrió cuando Müller Rojas advirtió acerca de la partidización de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y Chávez le dijo públicamente que estaba repitiendo el manido discurso de la derecha.
De esa diatriba se reconciliaron públicamente, en medio de un programa en Venezolana de Televisión, pero el irredento dirigente (que volvió al estatus de oficial activo y fue ascendido en vida hasta mayor general) no se quedó quieto. No era esa su naturaleza. Poco después volvió a al alborotar el cotarro del chavismo y sus alrededores cuando dio la que probablemente sea su declaración más célebre: “El presidente Chávez está sentado en un nido de alacranes”.
No son pocos los que afirman que esa opinión de Müller fue premonitoria, tomando en cuenta lo que ocurrió años después con algunos cercanos colaboradores y con la repentina y mortal enfermedad del Comandante. El sociólogo Reinaldo Iturriza lo caracteriza como “gran político y gran intelectual. Un patriota” y dice que “durante algún tiempo, una parte del país, en la que me incluyo, sintió junto con él una particular repulsa por los alacranes”.
Müller Rojas, por su parte, peleó como lo que era –un guerrero– contra el mal que, finalmente, lo abatió en 2010. En los actos fúnebres, Chávez le hizo un reconocimiento en toda la línea. Lo ascendió posmórtem a general en jefe y pronunció hermosas palabras en las que valoró su sinceridad a toda prueba. Recordó tiempos de la Academia, cuando él y sus compañeros decían que al graduarse debían ser como aquel andino inflexible y estudioso. “Desde siempre nos identificamos con su irreverencia, porque fue un irreverente, un pensador crítico, maestro del pensamiento crítico, maestro de la acción transformadora. Hemos tratado de seguir su ejemplo, su rastro. ¡Que viva mi general Müller en nosotros y en la patria socialista para siempre!”.
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Sobre militarismo
Quien desee reflexionar y debatir sobre asuntos como el militarismo, que la derecha mundial usa contra Venezuela, debe leer a Alberto Müller Rojas.
Él explicaba que si de militarismo ha de discutirse, basta poner números sobre la mesa para constatar la “creciente dependencia del Gobierno de Estados Unidos de sus militares en la aplicación de su política exterior. La prueba incontestable de esta denuncia es el tamaño y el costo de su aparato armado. La suma de todas las fuerzas militares de los estados que conforman el sistema internacional no iguala las capacidades bélicas de este decadente imperio”.
Subrayaba que, por el contrario, la acción del Gobierno venezolano está orientada a la paz. Un hecho totalmente verificable si se examina la distribución del PIB, la mayor parte del cual se dedica a lo social; el tamaño de su Fuerza Armada y la ausencia de un despliegue militar son indicadores de la intención de usar la fuerza únicamente en la contención de sus adversarios. Obviamente existen capacidades bélicas, sin las cuales no sería factible la existencia del Estado, como expresión jurídico-política de la nación. Pero ellas ocupan el 6° lugar entre las de las naciones suramericanas. Más aun, su praxis se orienta cada vez más a la guerra de resistencia, que no indica una voluntad de agresión, sino al reverso, una de paz”.