Ya los revolucionarios tienen más que claro que los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos. Y también es cada vez más evidente que cuando se vive luchando por una idea, por una causa, la muerte individual se convierte en un fenómeno sociológico en el que se entremezclan las más sentidas expresiones de amor y compañerismo, con las más deprimentes muestras del odio que anidan en la sociedad.
Darío Vivas murió por la vida, en un sentido que va más allá de lo metafórico, es decir, de una manera literal, porque, como jefe del Gobierno del Distrito Capital, se mantuvo en la vanguardia de la lucha contra el coronavirus y terminó siendo víctima. Así que no puede llamársele muerto.
Y su partida física ha sido un hecho de profundo significado social. Puso de relieve lo bueno y lo malo que somos. Demostró la conexión venturosa que puede existir entre el dirigente político y la militancia, algo alentador en tiempos en que todo parece haber quedado reducido a una cuestión de mercadeo y redes sociales, y demostró también los instintos asesinos que están latentes en un sector de la población, porque entre festejar la muerte de alguien y matarlo con las propias manos hay un paso que tal vez solo dependa de si se da o no la oportunidad.
No es la primera vez que esto ocurre. El chavismo ha tenido que tolerar con estoicismo que el segmento más enfermo de la oposición celebrara la enfermedad y la muerte del Comandante Hugo Chávez y también la desaparición física de una lista ya larga de cuadros revolucionarios, entre quienes se cuentan: Danilo Anderson, Luis Tascón, Lina Ron, Clodosbaldo Russián, Willian Lara, Carlos Escarrá, Alberto Müller Rojas y Robert Serra. El elemento agravante en el caso del jefe del Gobierno del Distrito Capital es que su deceso es consecuencia de un virus que amenaza al mundo entero, y sin embargo, lo aplauden los «odiadores» (como se dice últimamente) o le atribuyen dotes de justiciero.
No sería tan preocupante si el fenómeno se limitara a los seudodirigentes opositores, los falsos exiliados políticos y los que asumen esas poses para que les den «me gusta» y mantener su estatus de influencers. Lo angustiante es que, como un incendio forestal, la maledicencia se extiende de una manera que se hace difícil de controlar.
Con la irracionalidad que es habitual, muchos de los que celebraron la muerte de Vivas fueron, en algún momento, beneficiarios de su acción política. Aunque nunca se lo reconocerán, él fue clave para desmontar la modalidad de préstamos hipotecarios conocida como créditos indexados o de cuotas-balón, nombres bonitos para la usura más descarada: mientras más se pagaba, más crecía la deuda. Así que unos cuantos comentarios de regocijo por la desaparición de este hombre salieron de apartamentos y casas, cuyos disociados dueños no serían tal cosa si Vivas no se hubiese metido en esa pelea con la banca.
¿Qué hizo Darío Vivas para ser tan querido por sus seguidores y tan odiado por los adversarios? Quienes lo conocieron responden que era un sujeto incansable y que se dedicaba con igual intensidad a la tarea que le asignaran.
Tuvo esa característica desde que comenzó a figurar en la escena política, como concejal del Municipio Libertador del Distrito Federal, en los años 80. Era entonces militante del Movimiento al Socialismo y causó unos cuantos ataques de celos, porque a veces tenía un perfil más alto que los dirigentes nacionales de ese partido que formaban parte del Congreso.
Otro aspecto clave de su popularidad entre los chavistas (y, en consecuencia, de la rabia que desarrollaron los opositores en contra de él) fue su relación con las bases. Y es que no hizo como muchos políticos (de derecha y de izquierda) que tienen contacto con la militancia hasta que se acomodan en los niveles de poder, y luego, si te he visto, no me acuerdo. Él fue un líder de calle hasta sus días finales.
Su vínculo permanente con las masas le permitió ser el gran organizador de actividades de calle del chavismo, prácticamente desde que se inició el aluvión electoral del Movimiento V República (MVR), pero sobre todo con el Partido Socialista Unido de Venezuela, que ha llegado a ser lo que es, en términos de capacidad de movilización, gracias a este líder.
En los círculos altos del chavismo se consideraba que Vivas era una especie de mago, capaz de sacar del sombrero una marcha, una concentración, una recolección de firmas… lo que hiciera falta, en cuestión de horas o, a lo sumo, de días. Y esto ha sido un factor estratégico crucial para un gobierno que siempre ha estado bajo asedio. Sin la respuesta del chavismo en la calle, lo más seguro es que la derecha se habría envalentonado y no es irracional suponer que hubiese logrado sus objetivos desestabilizadores.
Buena parte del resentimiento opositor contra Vivas viene de allí: su capacidad de organización de movilizaciones, mítines y contramarchas fue fundamental para impedir que el terrorismo de las mal llamadas guarimbas saliera de los habituales enclaves del escualidismo en Caracas y otras ciudades.
La velocidad de reacción se fue forjando a punta de golpes, dicho sea tanto en sentido recto como figurado. Los sucesos de abril de 2002 resultaron ser el principal horno. Vivas fue un guerrero en ese genuino campo de batalla, y estuvo tanto en los terribles momentos del día 11, como el 12, 13 y 14, cuando se gestó y concretó la retoma del poder.
Luego, estuvo al frente en todos los momentos de gloria y también en los de alto riesgo. Por eso lo quieren tanto los revolucionarios. Por eso celebraron su muerte esos patéticos seres a los que la palabra «humanos» les queda grande.
Su vínculo permanente con las masas le permitió ser el gran organizador de actividades de calle del chavismo.
Lealtad práctica
El ministro del Poder Popular para la Salud, Carlos Alvarado, lo dijo claramente: «Darío murió en combate, junto a nosotros». Y así lo confirman las fotos y videos que registran su quehacer durante el tiempo de cuarentena. Fue un funcionario que se mantuvo en la primera línea de batalla, a pesar de que tenía la edad y algunas otras condiciones para ser considerado con alto riesgo en caso de contagio.
Algunos se preguntan por qué no lo protegieron, obligándolo a mantenerse confinado. En su entorno más cercano consideran que esa es una pregunta que solo puede formularla quien no conoció al personaje. No había forma de evitar que se mantuviera en acción, porque esa era su esencia. El presidente, Nicolás Maduro, lo dijo con una frase que lo retrata bien: «Darío se caracterizaba por una lealtad práctica, demostrada, verdadera». Lo llamó «hermano de la vida y revolucionario a toda prueba», y le reconoció su participación en una y mil batallas, junto al pueblo, siempre con una altísima moral de combate.
Elías Jaua resumió la trayectoria de Vivas en unos pocos trazos: «Fue defensor de los estudiantes de los 90, durante los últimos años de la Cuarta República; fue defensor de la vivienda de la clase media; y fue defensor de la Revolución en momentos de grandes definiciones, como los de abril de 2002, y también de cualquier día a cualquier hora. Hasta la última».