Clodovaldo Hernández
@clodoher
Quien estudie la historia de la oposición venezolana de lo que va de siglo, encontrará un ciclo que se repiten, con algunas variantes, lógicamente, pero de forma casi relojera.
El ciclo, para simplificarlo mucho, tiene una fase electoral y otra insurreccional, pero lo más interesante de esto es que uno de los subgrupos opositores, el ala moderada-taimada, se acomoda cada vez al momento en que se encuentre el proceso. Algunas veces es electoral y otras es insurreccional.
¡Está bien, reconozco que el planteamiento es enredado! Pero vamos a verlo claro con un ejemplo actual: luego de más de año y medio apoyando formal o tácitamente, por acción o por omisión, las barbaridades del proyecto Guaidó, personajes como Henrique Capriles Radonski y hasta Stalin González (exvicepresidente de la AN presidida por el autoproclamado) salen a escena a decir que, en verdad, nunca estuvieron de acuerdo, que lo suyo es el voto, el diálogo y la lucha pacífica.
Dirán algunos que cuando alguien reconoce un error hay que auparlo, no caerle encima. Es verdad. Pero lo que tratamos de hacer acá es detectar el patrón, la conducta que se desarrolla de manera recurrente, la historia sin fin.
[Además, la cuestión es muy sutil, pero lo cierto es que los moderado-taimados no reconocen sus errores, sino que pretenden que no los cometieron, que es algo muy distinto. “¿Quién… yo?”, es su pregunta favorita. Pero ese tema da para otra investigación].
La oposición moderada-taimada es, diría un sociólogo, un constructo muy peculiar. No comparte las estridencias ni los extremismos de la oposición pirómana, pero juega al camaleonismo con ese peligroso sector. A veces se mimetiza con los violentos y otras –como ahora– se diferencia.
Para completar la complejidad, algunos personajes, figuras y figurantes de la oposición –en su desempeño individual– son un día moderados-taimados, y al siguiente son pirómanos. Uno de los casos más acabados de esta bipolaridad ha sido Julio Borges: comandante alzado en 2002; a veces moderado y a veces violento hasta 2017; negociador a principios de 2018 y líder del intento de magnicidio y otras jugadas a la colombiana a partir de entonces, a control remoto, claro.
El ciclo en marcha
Revisemos el ciclo que está en desarrollo para entender mejor. La última vez que la oposición estuvo en el modo democrático-electoral fue hace exactamente cinco años, en 2015, y tuvo excelentes resultados. Su triunfo en las elecciones legislativas fue el más clamoroso en toda su trayectoria como proyecto adverso a la Revolución Bolivariana.
Parecía ser el final del ciclo satánico que acá hemos descrito, pues la oposición había acumulado apoyo como para seguir en la línea electoral y competir por el Poder Ejecutivo en los tiempos estipulados por la Constitución. Pero no fue el fin del ciclo. Con la fuerza sumada en esa elección, tanto los violentos como los “pacíficos” pretendieron pasar de inmediato al modo insurreccional a través de modelos de golpe parlamentario tipo Honduras o Paraguay. El ala moderada-taimada encabezó esas maniobras fallidas. La postal de ese momento es la del diputado Ramos Allup echando fuera del Palacio Legislativo los retratos de Hugo Chávez y de ¡Simón Bolívar!, y, envalentonado por su reciente triunfo, anunciando que en seis meses habrían sacado también a Nicolás Maduro de Miraflores.
Como quiera que esos deseos no “empreñaron”, en 2017, tal como había ocurrido antes (en 2002, 2004 y 2014), el ala pirómana se apoderó del puente de mando y llevó la categoría insurreccional a un nivel nunca antes visto en esta etapa de la vida republicana: linchamientos por métodos extremadamente crueles; utilización de niños y jóvenes como “guerreros” con armas artesanales muy inseguras; hostigamiento de funcionarios públicos en Venezuela y en muchos otros países; cierre de vías utilizando para ello delincuentes comunes; empleo de excrementos en la agresión a los cuerpos de seguridad… En fin, la locura total que puso a Venezuela al borde del precipicio de la guerra civil. ¿Cuál fue la postura de los moderado-taimados en ese largo y duro tiempo (más de cuatro meses de violencia cotidiana)? Fue participar en algunas de las acciones y pasar agachados en otras; justificar implícita o explícitamente la violencia; culpar al gobierno; invisibilizar las barrabasadas de las turbas opositoras y a sus víctimas. Aún hoy, los supuestamente democráticos siguen diciendo que los detenidos en aquellos episodios lo fueron “por pensar distinto”.
¿Por qué no expresaron una opinión contraria? Solo ellos sabrán, pero uno, desde afuera, puede intuir al menos dos razones. La primera es una que se debe tener en cuenta en cualquier análisis sobre la oposición venezolana, sea moderada-taimada o sea pirómana: lo último que quieren hacer es contrariar los designios imperiales de los estrategas que mandan desde Washington y Miami.
La segunda también se ha repetido en cada ciclo: porque no querían quedarse por fuera si acaso el ala pirómana lograba sus objetivos. Ocurrió más o menos como en 2002, cuando casi todos (moderados-taimados, pirómanos y los que van y vienen) se subieron al tren del Carmonazo, porque ni modo que se iban a quedar fuera del reparto del botín… pero como el fenómeno duró tan poquito, cada uno buscó luego la manera de desentenderse.
Abstencionistas, electorales, abstencionistas…
Las dos alas se sincronizaron en el llamado a la abstención y el sabotaje violento de las elecciones de los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente.
Unos meses después, los moderado-taimados se inventaron algunos trucos para burlar la orden gringa de abstenerse en cualquier elección, y lograron postular candidatos a las gobernaciones, de las que ganaron cinco. Luego perdieron una de ellas porque el candidato electo quiso (una vez más) pasar sin más trámite de lo electoral a lo insurreccional. Calculó que su negativa a juramentarse ante la ANC generaría la mamá de las rebeliones populares y él, en lugar de ser gobernador de Zulia, tal vez hasta sería el presidente de la República. Se quedó sin Zulia y sin rebelión. Por cierto, fue uno de los indultados.
En 2018, el ala moderada-taimada estaba jugando para los dos equipos. Por un lado, participaba en conversaciones con representantes del gobierno y mediadores en República Dominicana. Por el otro se mantenía a la expectativa para eyectarse cuando, desde EEUU, les dieran la orden. Así lo hicieron casi todos, salvo el grupo de dirigentes que, desde entonces, ha mantenido una postura coherente. A menos que en el futuro demuestren lo contrario, puede decirse que forman un nuevo sector opositor, moderado a secas.
En 2019, nuevamente los niños terribles tomaron por asalto el timón y se lanzaron a la aventura del gobierno encargado, guapos y apoyados por Donald Trump. El ala moderada-taimada le hizo honor a su segundo apelativo: taimadamente se mantuvo en terrenos ambiguos, apoyando no solo el disparate en sí del gobierno paralelo, sino también sus temerarias ejecutorias: el concierto-invasión de Cúcuta; los atentados y sabotajes que condujeron a los apagones nacionales; el intento de golpe de Estado del 30 de abril; el robo descarado de activos, empresas, dinero y oro del Estado venezolano en otros países. Incluso, algunos señores muy moderado-taimados, como el acciondemocratista Edgar Zambrano, hasta se aparecieron personalmente en el lugar de la chambona epopeya del distribuidor Altamira, tras lo cual, como se recordará, terminó siendo privado de libertad junto con su camioneta a pesar de que, ella sí, la pobre, era inocente.
¿Usted escuchó o leyó declaraciones de algún moderado-taimado repudiando actos como el contubernio de Guaidó con los narcoparamilitares de Los Rastrojos o la referida asonada, que pudo haber causado una matanza de grandes proporciones? Yo no lo recuerdo. Si alguno lo hizo, le adelanto mis disculpas.
Algún defensor de los moderado-taimados podría decir que se comportaron así hasta el año pasado, es decir, que le dieron un compás de espera a Guaidó y sus amigos y luego cambiaron de traje. Pero eso no concuerda con los hechos, pues muy pocos de ellos fueron lo suficientemente contundentes ante eventos tan recientes como la fallida invasión de los mercenarios, que ameritaba una repulsa enérgica y sin medias tintas.
El ciclo de la oposición moderada-taimada saliendo de su conveniente ostracismo para declararse inocente está en estos momentos en uno de sus momentos más característicos. Ahora, fresco como una lechuga, Capriles toma la voz cantante (digital) y dice que él no tuvo nada que ver en esa ristra de errores, delitos, despropósitos y ridiculeces. Puede ser cierto, pues la cabeza loca detrás de todo eso era la de su adversario interno en la derecha sifrina, Leopoldo López. Pero, vamos a ver: ¿no podía haber marcado distancia, por ejemplo, de lo que ahora llamó “el golpe platanero”, no digamos el mismo día de los hechos (no le pidamos tanta determinación), pero al menos dos o tres meses después? Está claro que de haberlo hecho así, hoy su postura sería mucho más coherente.
El niño que es llorón
La conducta ambivalente y oportunista de los opositores moderado-taimados ha recibido un refuerzo constante por la política de diálogo y perdón que ha caracterizado a los gobiernos del comandante Hugo Chávez y del presidente Nicolás Maduro. Parafraseando el dicho popular, podría afirmarse que “los niños que son peleones y la mamá que los indulta”. Casi todos los políticos del ala pirómana (con excepciones notables como María Corina Machado) han sido encausados judicialmente por los delitos perpetrados en contra de la paz pública. Muchos de ellos han sido detenidos (en este caso, con excepciones significativas, como la de Juan Guaidó), y buena parte de los procesados han sido privados de libertad. Pero casi todos han sido beneficiados con algún tipo de medidas sustitutivas de la prisión (la casa por cárcel es la reina, y la antesala de las fugas) o con indultos como el que acaba de decretarse.
Sabiendo que el gobierno tiene esa tendencia al perdón, los violentos habituales se atreven a ejecutar actos violentos y a reincidir en ellos. Y los supuestamente moderados persisten en su política guabinosa, de apoyar esas iniciativas anticonstitucionales mientras parecen encaminadas a cristalizar, y salirse luego del paquete, cuando ya son insostenibles.
Medios, grupos de presión y ONG
En Venezuela, al hablar de oposición no se hace referencia solo a los partidos políticos. El apelativo abarca a medios de comunicación, grupos de presión y organizaciones no gubernamentales. En esos terrenos también se produce el fenómeno descrito antes: hay unos medios, unos grupos y unas ONG abiertamente insurreccionales, violentos, promotores de la guerra civil, de la intervención armada extranjera, de los golpes de Estado, de la paramilitarización del país. Y hay otros que posan de democráticos, pacíficos, nacionalistas, institucionales, etcétera.
Estos medios , grupos de presión y ONG moderados-taimados, a pesar de su discurso de paz y democracia, han apoyado todas las iniciativas del sector extremista de la oposición, desde aquellos días de abril de 2002, pasando por la plaza Altamira, el paro-sabotaje petrolero, los paramilitares de la finca Daktari, las sucesivas oleadas de guarimbas (2004, 2014, 2017), los intentos de magnicidio, los intentos de golpe de Estado e invasión, la guerra económica interna, las medidas coercitivas unilaterales, el bloqueo, el ataque brutal al signo monetario, la hiperinflación inducida, y los boicots a las elecciones de 2005, 2017, 2018 y 2020. Un ícono del renglón de los grupos de presión (aunque, para muchos politólogos, se trata de un partido) es la Conferencia Episcopal Venezolana.
Igual que Capriles, los directivos y grandes figuras de estos medios, grupos y ONG están apareciendo ahora con sus disfraces de adalides del voto y la participación, regañando a los radicales abstencionistas, es decir, a los mismos que han venido apoyando en forma muchas veces fanática.
¿Seguirá el ciclo?
Estamos en este momento en esa etapa en la que el ala moderada-taimada (tanto partidos como medios, grupos de presión y ONG) rompe relaciones con el ala pirómana y se aferra a la salida electoral. La pregunta es si será esta conducta parte del ciclo habitual. ¿Veremos, en el futuro cercano, a estos factores opositores adecentados tratar de pasar a la fase insurreccional, como el Ramos Allup de 2016, o apoyando a los locos de la partida, como casi todos en 2017 y 2019? Responder sí o no sería caer en el ámbito del vaticinio, pero si se juzga por el patrón ya histórico, es muy posible que así ocurra. Como decían en un noticiero de la radio de otra época: amanecerá y veremos.