El origen de El Dorado

María Fernández y Daniel Delgado

El término «El Dorado» se aplicó a casi todas las creaciones fantásticas, inventadas por los nativos americanos o imaginadas por los propios españoles.

No se sabe cómo y dónde surgió la leyenda de El Dorado, que ha llegado hasta nuestros días como una ciudad mítica donde todo, desde sus calles hasta sus edificios, estaría hecho de oro. Parece que los primeros conquistadores españoles se sorprendieron al ver el uso que los nativos americanos daban a este mineral y, queriendo afanar parte de la riqueza para ellos, decidieron preguntar a los indígenas por la procedencia de aquel metal brillante que utilizaban con la misma naturalidad que los europeos el vino de una taberna. Las respuestas obtenidas de la población nativa dieron como resultado el hallazgo de minas y sedimentos fluviales ricos en oro y plata, y así las leyendas que habían escuchado fueron extendiéndose.

Se cree que la historia que dio origen a El Dorado procede de los muiscas, también llamados Chibchas; expertos en fundición de metales que habitaban la zona del altiplano colombiano entre los ríos Bogota y Sogamoso. Fueron derrotados y sometidos por Jiménez de Quesada en el año 1538. Fueron ellos quienes les contaron la existencia de un cacique que gobernaba cerca del Bogotá y que tenía la costumbre de cubrir su cuerpo desnudo con polvo de oro durante los festivales o las celebraciones religiosas. Tras esto, el cacique se sumergía en la laguna Guaravita para purificarse mientras sus seguidores le ofrecían ricos presentes que eran arrojados a esa misma laguna.

Así, con una información tan confusa como improbable, comenzó la búsqueda de El Dorado refiriéndose a un hombre, no a una ciudad. Los españoles querían encontrar a este cacique para, probablemente, arrebatarle las minas de las que extraía su riqueza y recuperar los presentes que habían sido arrojados al lago. La primera expedición en busca de El Dorado tuvo lugar en 1540, comandada por Sebastián de Belacázar y que, naturalmente, terminó en fracaso. Desde ese momento, los españoles aceleraron su exploración de la zona conforme la leyenda se extendía y portugueses e ingleses comenzaban a interesarse en la región. Al final, esta popularización de la historia de El Dorado provocó un efecto bola de nieve que hizo que de un hombre se pasase a hablar de toda una ciudad.

Desde ese momento, la búsqueda de El Dorado se extendió a los valles del Amazonas y el Orinoco y la ciudad empezó a formar parte de mapas de españoles y portugueses que lo situaban en distintos lugares de las actuales Venezuela, Brasil y las Guayanas. Exploradores como Gonzalo Pizarro, Francisco de Orellana, Walter Raleigh o Pêre Coelho de Sousa asociaron a El Dorado con otras ciudades (Omagua y Manoa) pero nunca pudieron encontrarlo. Una de las últimas expediciones en busca de la ciudad áurea tuvo lugar en 1773 a cargo del por entonces gobernador de la Guayana.

Todo apunta a que El Dorado siempre fue una leyenda, en parte acrecentada por las ansias de riqueza de los europeos que interpretaron las historias de los indígenas a placer. En cualquier caso, ha pasado a formar parte de la cultura popular y se ha convertido en un término utilizado para referirse a cualquier lugar en el que uno pueda hacer fortuna rápidamente. El Dorado da nombre a varias ciudades latinoamericanas y a un condado de California, en los Estados Unidos.