Ángel Miguel Bastidas
@abastidasg
El militante comunista que se movía en la clandestinidad ante la férrea represión de los gobiernos de la Cuarta República, debía tener un arma defensiva silenciosa a la hora de caer preso, y ese era el número telefónico del diputado José Vicente Rangel, para evitar mayores complicaciones durante la estadía en la prisión.
El papelito, que debía estar en manos de algún familiar o en la estafeta de la organización en la se militaba, también debía tener el número del bufete de un grupo de abogados comunistas, integrado entre otros por Roberto Hernández y Alicia Medina.
La orientación de los abogados era no declarar, acogiéndose al precepto constitucional y luego había que esperar por el habeas corpus, mientras José Vicente se movía en la Cámara de Diputados para denunciar los casos de tortura y verificar que la persona estaba realmente detenida. En muchos casos la Digepol o el SIFA negaban la detención, como sucedió con el dirigente comunista Alberto Lovera, quien luego apareció sin vida en la playa de Lechería del estado Anzoátegui.
Había otro tipo de papelito que por lo general cargaba el militante comunista, contentivo de las tareas que debía cumplir diariamente la organización. Ese rollito de papel debía estar bien guardado, pero fácil de localizar para destruirlo en caso de peligro.
En manos de la Digepol
Un día de junio de 1965, cuando me llamaba Andrés y hacía contacto con el “Negro Cheo” y el “Cubiche”, en una esquina de la calle Colombia de Catia, fuimos sorprendidos por un grupo de traidores integrado por Hugo Alincar Tovar (Nerio), Ramón Esteban Vargas (Ariel) y Julio Lobo (Cocolía) quienes armas en mano nos detuvieron e introdujeron rápidamente en una vieja camioneta panel.
Enseguida, sin que los digepoles se percataran, me introduje en la boca el papelito de minúsculas letras, contentivo de las tareas del día, que tenía bien guardado en un bolsillo. Ipso facto nos llevaron a la Residencia Las Brisas (Los Chaguaramos), el cuartel general de la Digepol, donde nos ingresaron sin registrarnos como detenidos; estábamos desaparecidos.
Nos esposaron y colgaron cual sacos de boxeo, listos para recibir pingazos de todo calibre.
En esos días había movilizaciones en la calle que denunciaban torturas y desaparecidos de presos políticos, mientras en el Congreso José Vicente Rangel se movilizaba con una comisión para visitar las centros de reclusión, entre ellos la Digepol, donde había más de 300 presos políticos.
A los tres días, ya casi deshidratados, nos descolgaron y nos registraron como detenidos: Volvimos a la vida, dijimos. De esta manera José Vicente había cumplido con otra tarea más, la de salvar la vida de miles de presos políticos que se encontraban detenidos en diferentes cárceles del país. Fue una vida tesonera, que durante años llevó a cabo José Vicente en aquellos tiempos de oprobio de la Cuarta República.