Vladimir Acosta
Es claro que, pese a que lo digan las leyes, no todos somos iguales ante ellas ni tenemos los mismos derechos. Por eso, en este mundo de ricos y pobres en que vivimos, de violencia, injusticia, enormes y crecientes diferencias sociales y económicas, desigualdad, pobreza y miseria, las minorías ricas, dueñas del poder, y los políticos que les sirven dócilmente, suelen pasarlo bomba, gozando de todas las ventajas materiales que su servidumbre a ese poder les proporciona y que termina incluso a menudo por hacerlos también ricos (si es que antes no lo eran).
El mejor modelo de esto son los presidentes de Estados Unidos, todos “democráticos”. Como líderes de un imperio guerrerista y asesino que se exhibe como modelo de democracia y libertad, son todos asesinos seriales que invaden países, los destruyen y masacran pueblos, pero que no pueden ser culpados nunca de esos crímenes pues su país es dueño de la justicia mundial, la cual solo condena a sus enemigos, y porque lo que hacen es por voluntad de Dios, siendo ellos agentes del bien, que enfrenta al mal, encarnado en los pueblos que no aceptan su dominio.
Reagan cometió crímenes horrendos en Centroamérica causando decenas de miles de muertos. Cuando derribó un avión civil iraní lleno de pasajeros dijo que eso no le quitaba el sueño. Bush I, ex jefe de la CIA, invadió Irak e invadió Panamá donde bombardeó un barrio popular causando miles de muertos, lo que tampoco le quitó el sueño. Clinton pasó un mes destruyendo Serbia y para tapar su affaire con una joven becaria bombardeó la única fábrica de medicinas de Sudán. Sigue feliz, rico y tocando el saxofón. Su sola frustración es que su esposa, Hillary, no pudo ser presidenta, pero como secretaria de Estado de Obama, el hipócrita Rey del dron, celebró la invasión de Libia y la horrenda muerte de Gaddafi. De los crímenes de Bush II, ni hablar. Me quitaría el espacio que me queda.
En fin, todos lo pasaron bomba, tanto en sentido figurado de pasarlo bien, como en sentido real de que nada les impidió bombardear países y asesinar pueblos enteros. Los dos que no terminaron de pasarlo bomba fueron Kennedy, pronto asesinado, y Nixon, que renunció por lo de Watergate. Obama lo sigue pasando bomba, aunque no puede usar los drones como antes, y Trump no ha hecho en la vida otra cosa que pasarlo réquetebomba, saliendo bien de sus estafas y hasta de su fracaso reciente. Perdió una elección confusa, pero sembró la idea, no carente de base, de que hubo fraude, salió ileso de dos impeachments, un récord, seguirá haciendo negocios sórdidos, buscará mantenerse como líder opositor activo, algo hasta ahora inusual en Estados Unidos y podrá volver a ser candidato a presidente para ahondar el caos que provocó.
Pero no son solo los gobernantes de Estados Unidos. Otros también lo pasan bomba, sirviendo a Estados Unidos y siendo iguales o peores que ellos. Son legión. Menciono a varios. Advierto que hablo de presidentes muertos o que ya dejaron el cargo, sin distinguir entre dictadores y gobernantes “democráticos” ni si masacraron al pueblo o fueron pacíficos ladrones. Solo que lo pasaron bomba, y es difícil decidir quiénes fueron peores.
Franco, Juan Carlos I y Berlusconi son insuperables paradigmas: un dictador asesino, un rey intocable y corrupto, y un gozón y cínico gobernante electo. Añado a Ferdinand Marcos, dictador de Filipinas, que lo pasó bomba, matando y robando, mientras su esposa Imelda coleccionaba más de mil pares de zapatos. Marcos debió dejar el poder, pero no le pasó nada. Hay varios dictadores africanos que rebasan toda medida: el congolés Mobutu, Idi Amín Dadá, dictador de Uganda, y el centroafricano Bokassa, protegido de Francia. Todos lo pasaron bomba, mataron, robaron, terminaron ricos, murieron en sus camas y fueron muy felices.
Y en cuanto a gobernantes que lo pasaron bomba, no olvidemos que esta América nuestra ha sido un auténtico vivero. Tuvimos a Somoza, Trujillo, Batista, Pérez Jiménez, Pinochet, Videla, todos viejos dictadores serviles de Estados Unidos que lo pasaron bomba, aunque dos de ellos pagaron al fin con sus vidas.
Pero hay que sumarles los más recientes “demócratas” que no se quedaron atrás, ni en servilismo ni en crímenes. A ellos nunca les pasa ni pasará nada, pues la justicia no los toca y al final mueren ancianos en sus camas, sabiendo que serán enterrados con honores. Es decir, que lo único que cuenta es que fueron presidentes sin importar lo que hicieron cuando lo eran. Así, el demócrata Leoni encabezó el gobierno más asesino de la cuarta república venezolana e inició la política de desapariciones físicas de revolucionarios y sospechosos de serlo. En México, dos sucesivos presidentes democráticos, Díaz Ordaz y Echeverría, fueron responsables directos de la criminal matanza estudiantil de Tlatelolco en 1968, uno como presidente y el otro como secretario de Gobernación. Ambos fueron además comprobados informantes de la CIA. Y Colombia no se queda atrás. Uribe y Santos fueron también modelos recientes. Serviles al imperio, corruptos, mafiosos, asesinos seriales, creadores de falsos positivos. El uno, intocable por la justicia; el otro, insólito receptor de un Premio Nobel.
Me interesa ahora Carlos Menem, ex presidente de Argentina, que murió en días recientes, y cuya muerte me dio la idea de escribir este artículo. Porque si algunos lo pasan bomba, Menen, comparable a Berlusconi, fue insuperable ejemplo de ello. Muchos ensayos, apologéticos o críticos, describen su vida y su suerte de reinado sin corona. Remito a ellos y me limito a precisar unas pocas cosas claves.
Menem llega al poder como líder peronista en un cuadro de grave crisis interna en Argentina y de pleno dominio neoliberal en Estados Unidos y en Europa. Es oportunista, se pasa con armas y bagajes al neoliberalismo y se entrega a la gran burguesía asumiendo sus políticas. Sus mentores son conocidos: el político y empresario Martínez de Hoz y el desastroso economista Cavallo. Siguiéndolos, minimiza el papel del Estado, entrega la economía al mercado y abre el país a capitales extranjeros. Funcionen o no, liquida empresas estatales y de capital nacional, privatiza todo, hace aumentar el desempleo y dice aplicarle al país una necesaria cirugía sin anestesia. Consigue créditos de organismos internacionales y reduce la enorme inflación igualando sin base el peso al dólar.
El modelo funciona por un tiempo, como sucede siempre. Pero cuando empieza a crujir, él tiene pleno control del poder y la burguesía y los medios lo defienden. Con su innegable carisma engaña a gran parte del pueblo. La corrupción lo rodea y él es parte de ella. Su arrogancia es ilimitada, como la de Berlusconi. Pese a su corta estatura, juega basket. Se pasea en un lujoso Ferrari, echa a su esposa y vive como un sultán turco. Califica su relación con Estados Unidos de carnal. Es reelecto, domina Argentina por diez años, lo pasa bomba y no paga por sus delitos. En su segundo mandato hay protestas y su gobierno reprime y enfrenta a las centrales obreras.
Su entrega del país al capital extranjero es completa y las hondas consecuencias del desastre que causa en sus diez años de gobierno siguen vivas. Menem es uno de los personajes más funestos de la historia argentina, que no es escasa en ellos. En días pasados la derecha política y mediática ha seguido embelleciendo y agrandando su figura mientras se lo velaba y enterraba como ex presidente.
¡Uno menos!, habría dicho el ciego de Los Olvidados. Pero eso nada cambia. En fin, este mundo es injusto, lo sabemos. Ojalá fuera esa la única injusticia y hubiera más justicia, menos desigualdad, menos pobreza, menos impunidad y menos hambre. Sí, pero también sabemos que para lograrlo debemos seguir luchando siempre sin descanso.