Por Richard Canan
Imágenes del pueblo paraguayo en la calle reclamando el derecho a la salud dieron la vuelta al mundo esta semana. Como respuesta, el gobierno ultraconservador del empresario-presidente Mario Abdo Benítez (hijo de Mario Abdo, secretario privado del sanguinario torturador Alfredo Stroessner, para más señas) dispuso disolverla con una violenta represión policial al viejo estilo de la dictadura militar.
No son hechos aislados. Para nada. Esta misma semana los ánimos venían caldeados con sendas protestas de los gremios docentes que rechazan el retorno a clases presenciales en el contexto del aumento exponencial de contagios del COVID-19; y los gremios del sector salud y familiares de pacientes hospitalarios, por las precarias condiciones del sistema de salud, principalmente por la falta de tratamientos médicos parta atender a los pacientes en las colapsadas unidades de terapia intensiva.
La negligencia por la mala gestión de la pandemia, tanto la ineficacia en las políticas de prevención, así como la exigua procura de medicamentos, han dejado a este país con “3.278 víctimas fatales y 1.187 personas hospitalizadas, 294 de ellos en Unidades de Terapia Intensiva (UIT)”. Esta es una cifra impactante para un pequeño país que tiene menos de 7 millones de habitantes. Es una tasa de contagio de más de 23.000 casos por millón de habitantes. Para tener una idea de la gravedad, Venezuela con todo y el bloqueo económico que padece, mantiene una tasa de apenas 4.400 contagios por millón de habitantes.
La inercia del gobierno es de tal magnitud, que mientras Venezuela ya ha recibido unas 700.000 dosis, Bolivia unas 520.000 y Uruguay unas 192.000, el gobierno de Paraguay a duras penas habría logrado obtener y aplicar 4.000 vacunas Sputnik V, las cuales fueron agotadas rápidamente al inmunizar a parte del personal médico de primera línea.
De allí toda la agitación popular. La indignación. Y la convocatoria de cientos de manifestantes que se presentaron ante el Congreso de ese país para protestar por la inoperancia del gobierno de Abdo Benítez. En resumen, las protestas han aglutinado el rechazo al “colapso del sistema sanitario, crisis sanitaria y económica derivada de la pandemia del coronavirus”.
La primera consecuencia política fue la solicitud de dimisión realizada por la Cámara del Senado en contra del ministro de Salud, Julio Mazzoleni. Esto precipitó su renuncia y la del negligente equipo de dirección de la pandemia. Siguió el repudio nacional e internacional ante la brutal represión policial, motivado a que “Los cuerpos antidisturbios hicieron uso de gases lacrimógenos y, según algunas fuentes, de balines de goma contra quienes se reunieron para protestar de forma pacífica” con el resultado de “una veintena de heridos y convirtieron el histórico centro de la capital en una suerte de campo de batalla”. Hasta Amnistía Internacional tuvo que señalar que “Enfrentar el descontento popular con represión, es como un intentar apagar un incendio con gasolina”.
Para enmendar el capote y tratar de calmar los ánimos, el presidente Abdo Benítez se vio obligado a pulgar el gabinete ministerial, despachando simultáneamente al ministro de educación Eduardo Petta, a la ministra de la Mujer Nilda Romero y muy especialmente al jefe del Gabinete de la Presidencia, Juan Villamayor. Este último maléfico personaje fue uno de los protagonistas de la corrupta “reunión de negocios” con los “emisarios” enviados por el espurio Juan Guaidó para transar las coimas en el frustrado intento de condonación de la deuda que Paraguay mantiene con PDVSA. Puros pillos pues.
Frente a la emergencia sanitaria desatada por tanta improvisación el gobierno paraguayo ahora busca de manera desesperada acceder a las vacunas. La cola es larga. El gobierno de Chile le entregó en calidad de donación “20.000 vacunas chinas CoronaVac” para paliar la situación. Mientras tanto el gobierno sigue negociando el acceso a más vacunas a través del programa COVAX, liderado por la Organización Mundial de la Salud y cancelado a través del fondo rotatorio de la OPS.
Pero hay algo que llama la atención con el caso paraguayo. Del lado del cegato Luis Almagro todo es silencio y tolerancia cuando se trata de proteger y encubrir los desmanes de sus aliados de la logia ultraconservadora. Jamás morderá la mano que lo alimenta. Está poseso de la doble moral y la ignominia. Por eso las protestas populares y la represión policial en Paraguay no merecen ni un insignificante llamado de atención. Nada por las redes sociales, ni un escueto comunicado de la Organización de Estados Americanos. En esto se destaca el miserable Almagro, en su acostumbrado ejercicio de mirar para otro lado. Ni se da por enterado. Igual pasa con los inmorales del Cartel de Lima y de los malabaristas de la Casa Blanca. La vara de la moral y la defensa de los Derechos Humanos se mueve de acuerdo a la conveniencia e intereses geoestratégicos de estos nefastos personajes.
@richardcanan