Se cumplen 44 años del asesinato de Rodolfo Walsh, símbolo del periodismo ético

Por: Prensa Latina 

25 de marzo de 2021.- Símbolo de un periodismo ético y comprometido, las ideas del periodista argentino y fundador de Prensa Latina Rodolfo Walsh siguen vivas hoy, palpitan entre las nuevas generaciones que continúan su legado.

Aún en la memoria de muchos permanecen las imágenes de la triste noche del 25 de marzo de 1977, un año y un día después del golpe de Estado, cuando en la esquina de San Juan y Entre Ríos de esta capital cayó en manos de un grupo de militares que lo emboscaron, lo acribillaron y desaparecieron.

Aún también sigue siendo un misterio donde pueden estar sus restos, como los de tantos miles de detenidos-desaparecidos en esos oscuros siete años que duró una de las cruentas dictaduras de la región, en el marco de la Operación Cóndor que dirigía la Agencia Central de Inteligencia.

Según una reconstrucción, a raíz de testimonios de su hija, sobrevivientes y el Equipo Argentino de Antropología Forense de sus últimos días, algunos creen que su cuerpo se encuentra en un campo de deportes cercano a la otrora Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los mayores centros clandestinos por donde pasaron más de cinco mil víctimas.

Pero Walsh, el autor de la carta a la Junta Militar, el periodista arriesgado, luchador por las más nobles causas, permanece hasta hoy en la lista de desaparecidos junto a unos 30 mil compatriotas que perdieron la vida por solo pensar diferente.

De ascendencia irlandesa, el autor de Operación Masacre nació el 9 de enero de 1927 en la provincia de Río Negro y llegó a la capital argentina en 1941.

Dedicó toda su vida a la lucha e hizo periodismo hasta los últimos días en una época dura, cruel y sangrienta.

Tras el golpe militar de marzo de 1976, Walsh había pasado a la clandestinidad como Norberto Pedro Freyre, gracias a una cédula que le había facilitado un amigo policía, pero ya antes había falsificado su identidad por la de Francisco Freyre cuando investigó los fusilamientos de José León Suárez, relatados en Operación Masacre.

Hoy los argentinos no saben donde está su cuerpo pero sus represores sí, como el reciente capturado Gonzalo ‘Chispa’ Sánchez, extraditado desde Brasil en mayo del pasado año.

Prófugo de la justicia durante varios años, el exmarino se encuentra detenido en la cárcel de Campo de Mayo luego de que el gobierno del presidente Alberto Fernández realizara varias gestiones que permitió su envío desde Río de Janeiro, donde fue capturado.

Sánchez, quien había escapado en 2005, está imputado por su participación en el grupo de tareas que secuestró y desapareció a Walsh y además por estar implicado en los siniestros vuelos de la muerte.

A 44 años de su asesinato, la pluma certera, precisa, comprometida de Rodolfo Walsh se replica en las voces de esas generaciones que en Argentina y también desde Prensa Latina, la agencia que contribuyó a fundar, y en otros países del continente continúan su ejemplo y legado.

Resumen Latinoamericano, 25 de marzo de 2021.

A 44 años de su caída en combate, homenajeamos a nuestro maestro y compañero Rodolfo Walsh, a través de esta particular autobiografía que lleva su nombre y apellidos, y del capítulo 23 (La Matanza) de su obra mítica «Operación masacre», sobre los fusilamientos de militantes peronistas en la localidad de José León Suárez.

Rodolfo Walsh



Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados (1), y eso me gustó.

Nací en Choele-Choel, que quiere decir «corazón de palo». Me ha sido reprochado por varias mujeres.

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y otro nos dejó como única herencia. Este se llamaba «Mar Negro», y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero esta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.

Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.
Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.

Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.

La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sí en la diversión y el dinero.

Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie. Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.

En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

(1) Unidad métrica compuesta por una sílaba breve (sin acento) y una larga (acentuada).
Así, habría que leer Rodólf Fowólsh.


Rodolfo Walsh
Ese hombre y otros papeles personales (1995)