Por: Clodovaldo Hernández
Hay que ser demasiado inteligente para comprender las contradicciones y paradojas de los seres humanos respecto al burro.
La fama que le han creado a este animal es la de ser particularmente bruto, pero nadie ha podido demostrar que el burro tenga un coeficiente intelectual inferior, digamos, a una vaca.
Cuando se revisa los proverbios (que son la esencia de la sabiduría popular) se encuentra, por ejemplo, aquello de que “una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando”, frase que le otorga a este cuadrúpedo el atributo de pensar, lo que en justicia no puede decirse de otros animales y aun de muchos humanos, incluyendo algunos que tienen títulos universitarios.
En los diccionarios de sinónimos y antónimos, burro es equivalente a imbécil, ignorante, necio, estúpido, badulaque, alcornoque y estulto; y lo contrario de inteligente, avisado, ingenioso, listo y sabio. Sin embargo, los conocedores de este animal dicen que es muy obediente y tiene una gran disposición a aprender, al punto de que a lo largo de la historia han sido empleados en diversas tareas, más allá de transportar pesadas cargas, tales como explorar minas, mover norias y molinos, pasear niños y prestar servicios en algo que se llama burroterapia, que se usa con pacientes infantiles.
En fin, que todo eso de la torpeza y la falta de cerebro parece ser una de las típicas campañas mediáticas, tal vez inducidas por los perros, los gatos, los monos o los caballos, aprovechando que son los animales consentidos de la mayoría de la gente.
Aquí surge uno de los temas clave: el burro o Equus africanus asinus, pertenece a la misma familia, la de los équidos, de la que forman parte el caballo, la cebra y también dos que no conocemos mucho, el onagro o kulán y el kiang. De hecho, hay híbridos de burro con yegua (mulos y mulas); de caballo con burra (burdéganos) y de burro con cebra (ceburros o cebrasnos).
Cuando se le pone junto al caballo queda en claro que el burro no solo ha sido discriminado por ser supuestamente tonto, sino también por feo. Le sucede lo mismo que a esas personas poco agraciadas que tienen un hermano o una hermana de mayor altura, belleza y buenura física y, por tanto, debe sufrir uno de los peores tipos de bullying que existen: el de las comparaciones intrafamiliares.
Aquí habría que hacerle un serio reclamo –con todo respeto– al Creador, que hizo al caballo elegante, musculoso, altivo, veloz, bien proporcionado, y al burro nos lo mandó cachicorneto, pequeño, orejón, esmirriado y lento. ¡Qué clase de justicia divina puede haber en una tan desigual distribución de la belleza!
En defensa de Dios –o de la naturaleza, usted escoge– digamos que el humilde burro ha tenido una vida un poco menos extrema que su hermano bello, más exigido este último en las guerras y las conquistas.
Otra compensación que se le ha dado al burro, en la comparación con el caballo, es la longevidad. Puede llegar a vivir hasta 40 años, mientras los caballos duran hasta los 25 o 30.
Las orejas, pese a no ser tan armónicas como las del caballo, resultan ser muy útiles, pues el burro tiene un sentido del oído bastante más agudo. Y con su poderosa voz –el rebuzno– es capaz de alertar a otros animales y a los humanos acerca de la presencia de depredadores y otras amenazas.
Y así llegamos a otras de las grandes paradojas y contradicciones que florecen alrededor del burro, las que tienen que ver con el sexo. Resulta ser que, pese a su condición de hermano contrahecho del caballo, el jumento es quien tiene la reputación de estar mejor equipado en la competencia basada en las dimensiones de los falos. Tanto es así que el gran enemigo mitológico del burro es el dios Príapo, un desdichado tipo que tenía un enorme pene, en erección permanente, pero nunca encontraba una mujer dispuesta a lidiar con semejante bestia.
Una de las versiones del mito reza que Príapo, desesperado, quiso poseer a una chica que estaba dormida, y el burro empezó a escandalizar, impidiendo la violación. Otra versión indica que Príapo no podía soportar que el burro “lo tuviera más grande”, una disputa típicamente machista que ha producido altercados y discusiones estúpidas desde tiempos inmemoriales. En ambas versiones, Príapo resolvió el asunto matando al burro.
Ya que estamos en este terreno tabú, es necesario mencionar también el papel que históricamente han tenido las burras en la vida sexual de los varones campesinos o citadinos visitantes de zonas rurales, así como en las chanzas escatológicas que luego se prolongan hasta la adultez.
En el campo literario, el burro ha sido protagonista, en algunos casos para bien y en otros para profundizar la matriz de opinión negativa. Hay burros tiernos, como el de Sancho Panza o el de Platero y yo; burros sortarios, como el que tocó la flauta por pura casualidad y fue considerado un gran músico (se ven casos a cada rato); y burros que representan a la intelectualidad (otro contrasentido aparente) como sucede en Rebelión en la granja, de George Orwell.
Si hablamos de la simbología religiosa, Jesús llega a Jerusalén montado no en lomos de un brioso corcel ni de un muy medioriental camello, sino de un burro. Y si nos remontamos al inicio de los tiempos bíblicos, algunas versiones aseguran que Caín mató a Abel golpeándolo con una quijada de burro.
En fin, todo esto fue para contarles que este sábado 8 de mayo se celebra el Día Internacional del Burro. Felicidades a todos los que –vaya uno a saber por cuál de las razones aquí apenas esbozadas– se sientan aludidos, en especial a los que trabajan tanto como uno de estos nobles animales. Y, claro, es un buen día para aplaudir a los asnos y decir ¡que viva la inteligencia!
De chaburros y masburros
El uso de la palabra burro ha sido frecuente en la política nacional, pues los opositores (casi todos) están convencidos de que los partidarios de la Revolución son ignorantes y lerdos, mientras ellos mismos son ilustrados y geniales.
Se hizo habitual la utilización de dos variantes de esta palabra: chaburros y Masburro. El primer vocablo es un insulto colectivo, para cualquiera que haya apoyado al Comandante Hugo Chávez. El segundo es individual y va dirigido al presidente Nicolás Maduro.
No es la primera referencia zoológica que la oposición emplea para denigrar de la Revolución. Antes utilizaron el insulto racial “mono” y su derivado “mico mandante” contra Chávez; y ni hablar de ese tipo de expresiones respecto al recientemente fallecido dirigente Aristóbulo Istúriz.
Lo curioso del improperio “burro” es que quienes lo disparan no han logrado ganarle ninguna competencia de inteligencia política al objeto del agravio, lo cual, no es por nada, pero los deja muy mal parados… Si se pasan la vida diciéndole bruto al rival y este siempre los derrota, puede ser por una de dos razones: o no es tan “burro” como lo pintan o los adversarios no son tan inteligentes como ellos mismos se creen.
Lo cierto es que todas las sapientísimas y astutas operaciones montadas para un “cambio de régimen” han fracasado, a veces en forma ridícula. ¿Será porque Dios no le dio cacho a burro?