Pasqualina Curcio
Que una economía se recupere y crezca es muy importante, ello implica que se estarían produciendo más bienes y servicios, que hay mayor cantidad de empleo y que se está añadiendo más valor, pero tan o más importante es cómo se distribuye esa nueva producción porque puede ocurrir, como efectivamente ha ocurrido y está ocurriendo, que las economías crezcan, pero de manera más desigual manifestándose, visiblemente en más pobreza.
Por ejemplo, suponga que una economía pasa de producir 100 a 200, es decir, su tamaño, se duplica. Cuando la producción era 100 se distribuía de la siguiente manera, 50 para los trabajadores asalariados o clase obrera y 50 para la burguesía o propietarios del capital. Puede ocurrir que cuando la producción pase a ser 200 se distribuya, por ejemplo, 50 para la clase obrera y 150 para la burguesía, lo que a simple vista implica mayor explotación a los trabajadores que, al final son los que agregan valor a la economía con su fuerza de trabajo. En este caso, la desigualdad es mayor, y por supuesto, la pobreza también lo es, a pesar de que se duplicó la producción.
Otro posible escenario es que, al pasar a 200, la producción se distribuya 60 para la clase obrera y 140 para la burguesía. En este caso, la primera aumentó 20% su participación en la producción y la segunda en 80% viéndose mayormente beneficiada. Probablemente, algunos de la clase obrera que se encontraban en el umbral de la pobreza salgan de esta, pero no en la misma proporción al valor que agregaron a la economía con su fuerza de trabajo.
Pueden darse dos escenarios más, uno de ellos es que, al aumentar la producción, proporcionalmente todo quede igual, es decir, que la clase obrera se quede con 100 de los 200 y la burguesía se apropie de 100. Ambas clases incrementaron en 100% su participación, o sea en la misma proporción que aumentó la producción al pasar de 100 a 200. En este caso, la pobreza permanece igual porque los niveles de desigualdad quedaron iguales.
El mejor de todos los escenarios, el que uno esperaría observar en un proceso revolucionario que transita hacia el socialismo (aun estando en capitalismo) es que, mientras aumenta la producción se reconozca que quien crea valor es el trabajador y por ejemplo, la distribución de los 200 pase a ser 180 para el trabajador y 20 para la burguesía. En este caso disminuyó la explotación, los trabajadores aumentaron 260% su participación de la producción, mientras que los dueños del capital vieron reducir la suya 20%. La pobreza debería disminuir considerablemente porque, por lo general, los pobres son los de la clase obrera.
Ocurre también que, en lugar de aumentar la producción esta disminuya, de por ejemplo 100 a 80. En este caso, si los 80 se distribuyen 20 para los trabajadores y 60 para la burguesía, los primeros vieron reducir su participación 60%, mientras que los dueños del capital la incrementaron 20% a pesar de que se produce menos, por su puesto a costa de la mayor explotación. Es el actual escenario en Venezuela, de paso en medio de una guerra económica del imperialismo contra el pueblo venezolano sin precedentes por su magnitud, impacto y duración.
Decir que vamos a la “recuperación económica”, al “crecimiento económico” y a la prosperidad económica” sin monitorear y medir la manera cómo se distribuye esa mayor producción, no es suficiente, por lo menos no en revolución. Por encima de los indicadores económicos deben estar los sociales (varias veces lo dijo Chávez) lo que realmente importa no es crecer, sino disminuir la pobreza y para ello, necesariamente hay que disminuir las desigualdades en la distribución de la producción. De nada sirve crecer si dicho aumento va a parar de manera más concentrada a los dueños del capital gracias al esfuerzo y fuerza de los trabajadores.
Ver a un niño sucio, hambriento y descalzo en las calles y a las puertas de grandes bodegones abarrotados de exquisiteces pidiendo comida a quienes con bolsas repletas salen de dichos establecimientos es una clara imagen de desigualdad, para mí, una de las fotografías más elocuentes.
Niños delgados y descalzos haciendo malabares mientras grandes y lujosas camionetas último modelo esperan la luz verde en los semáforos es otra de las imágenes. Doñitas, ancianas, o mujeres amamantando, pidiendo qué comer en las salidas de los grandes supermercados es otra efigie. Altos edificios ostentosos, con sofisticada arquitectura que casi rascan el cielo al lado y al mismo nivel que altas montañas atiborradas de ranchos es una representación de la desigualdad.
Las fotografías de niños y niñas solicitando ayuda para poder costear su tratamiento contra el cáncer mientras gigantescas vallas en las que se publicitan cirugías estéticas se alzan en las avenidas, no tiene adjetivo en esta exhibición fotográfica.
Pero hay peores fotografías, son las que no podemos ver, y son aquellas que muestran personas tan, pero tan pobres consecuencia de las grandes desigualdades que, ni siquiera logran salir de donde viven, la exclusión llega a ser tal que, si en otro momento se les podía ver en plazas y parques disfrutando de un helado, ahora ya no están, la recreación para ellos se convirtió en algo prohibido, así como otras necesidades básicas, mientras tanto, desde lo alto, en la cima, luego de una excursión en teleférico hay quienes dejan sus exageradas riquezas en lujosos casinos.
Dependerá del nivel de salvajismo del sistema capitalista el que esas fotografías de la desigualdad sean más o menos dolorosas e indignantes. Para que niños y niñas terminen en la calle como indigentes es porque en sus hogares se llegó a una situación tal de extrema pobreza que ya no tienen como mantenerlos, es muy lamentable, pero es real. ¿Y de qué viven en esos hogares? ¿Cuál es su principal ingreso si no el salario? El neoliberalismo, basado en el Consenso de Washington y sustentando teóricamente por el monetarismo tiene, entre sus principales postulados, mantener congelado el salario para garantizar mayor acumulación y concentración de ganancias a la burguesía.
El principal objetivo en una revolución no es que crezca la economía, lo cual no quiere decir que no haya, por supuesto que producir más, pero no podemos dejar de lado lo central, mejorar las condiciones de vida del pueblo, eso pasa por disminuir la pobreza, lo que a su vez requiere, disminuir la desigualdad en la distribución de la producción que solo se logra disminuyendo la explotación, es decir, reconociendo el valor de la fuerza de trabajo, y eso requiere necesariamente invertir las proporciones entre lo que se distribuye al salario y a la ganancia. El asunto del salario no es cualquier detalle, es lo clave mientras el sistema siga siendo capitalista.
En Venezuela, durante la IV República (1980-1998) y en neoliberalismo el PIB creció 52% y la pobreza aumentó 132%, se revirtió este comportamiento en revolución entre 1999 y 2013, la economía creció 57% y la pobreza disminuyó 47%.
Las fotografías de negociaciones con empresarios no son las que deben llenar de orgullo a un revolucionario. No son, necesariamente, garantía del buen vivir del pueblo. Quizás se traduzca en “recuperación económica”, “crecimiento económico” y hasta en “prosperidad económica” pero para unos pocos, con profundas desigualdades y pobreza si no se atiende el problema del salario y de las relaciones sociales de producción.