Vladimir Acosta
El pasado jueves 4 comenzó la XVII Feria internacional del libro de Caracas que luego se expande a todo el país. Y en medio de la crisis que vivimos y de las inevitables dificultades que nos acosan, podemos disfrutar colectivamente de ese espacio masivo y popular de encuentro físico con la cultura, con los libros, animados por la alegría y la esperanza que nos transmite esa hermosa fiesta cultural, producto de largos y difíciles esfuerzos.
Es que Venezuela no fue nunca país de lectores en que se escribiesen y leyesen muchos libros y del que pudiese decirse que en él la lectura fuese acto cotidiano. En la colonia española había al inicio del siglo XIX una clase criolla explotadora rica y culta, aunque el pueblo, discriminado, pobre y explotado, se hallaba sometido además a esa profunda ignorancia que le permitió luego a Bolívar decir con razón en Angostura que, más que con la violencia, había sido con ella que España nos había tenido sometidos.
Pero ese pueblo tenía conciencia de sus intereses, lo que forzó a la élite criolla, para incorporarlo a la lucha independentista, a hacerle promesas que no cumplió luego de obtener la independencia. Y esto, a lo largo de ese siglo, llevó al pueblo, analfabeto pero rebelde, a seguir luchando por sus derechos, preteridos por esa clase dominante. La educación, elemental y solo masculina, siguió en manos de la Iglesia, y ni conservadores ni liberales se ocuparon mucho de educar al pueblo, de fundar escuelas y liceos, ni de formar maestros y profesores. Venezuela siguió siendo la misma, con una élite explotadora rica y culta y un pueblo pobre, miserable, analfabeto, con apenas idea de lo que era un libro, pero infatigable en luchar por sus derechos y en continuar la lucha cuando después de cada nueva revolución, éstos eran de nuevo traicionados.
Un cambio importante se produce con Guzmán Blanco y sus reformas liberales desde 1870. Guzmán reduce los privilegios de la Iglesia, entre ellos su control de la educación; hace al Estado director y administrador de esta; universaliza la educación primaria haciéndola gratuita y obligatoria; funda año tras año escuelas y liceos; y promueve la lectura y la formación de maestros. Eso funciona por dos décadas, pero luego, con la decadencia del liberalismo amarillo, viene el abandono. Y para fin de siglo, con escuelas en ruinas y maestros escasos y mal pagados, en una Venezuela entrampada en deudas impagables y amenazada de invasión europea, el analfabetismo logra su revancha. ¿Quién podía entonces pensar en esa Venezuela en Ferias del libro?
El proceso se reinicia con lentitud en el siglo XX. Los años de Castro se consumen en conflictos. La interminable dictadura de Gómez dura casi tres décadas. El petróleo empieza a cambiarlo todo, y en ellas se producen cambios lentos en cuando a poblamiento, crecimiento urbano, educación y alfabetización. La población crece, se expande la clase media urbana, la educación sigue siendo restrictiva, conservadora, privada y elitesca, el pueblo continúa en la miseria, consumido de hambre, represión y paludismo. Los campos petroleros son un ejemplo. Es al final del gomecismo que se replantea el tema de educar y alfabetizar al pueblo, lo que cobra importancia con los gobiernos de López Contreras y Medina en los que la educación mejora, se amplía, y el analfabetismo disminuye. Pero estamos todavía muy lejos de libros y de ferias del libro.
El trienio adeco constituye un cambio sustancial en esos campos. La educación del pueblo cobra carácter prioritario, es gratuita, mejora su calidad, se masifica, aumentan escuelas y liceos, y se la libera de ataduras religiosas y privadas con las que coexiste.
La dictadura perezjimenista es en esto un retroceso: dominan la educación privada y cara, el conservatismo, el control policial de los liceos y la represión y cierre de universidades. Pero crecen la población, la clase media y las ciudades y sigue disminuyendo poco a poco el analfabetismo. Las librerías son pocas y la mayor parte de nuestros libros se editan todavía en España, México o Argentina. Y en medio de la represión, el pueblo, que ha militado ya en partidos, adquiere más conciencia.
El 23 de enero abre una nueva fase. Con la Cuarta república, pronto entreguista y represiva, se inicia un proceso de crecimiento económico dependiente, crecen las ciudades y la población, se estimula la educación, que se masifica, y disminuye con planes el analfabetismo, aunque éste encuentra pronto sus límites y la pobreza no deja de crecer. No obstante, en las décadas de los 70 y 80 Venezuela vive un auge cultural y edita ya sus propios libros. Se crean Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho (la segunda, pues la primera la creó Blanco Fombona en España en 1924). En las décadas finales de la Cuarta república se realizan foros y encuentros culturales, aumentan los libros y las librerías (aunque los libros son caros y el pueblo teme visitarlas); y sobre todo, se inician las ferias del libro, que son abiertas y participativas, pero no llegan al pueblo y solo atraen y movilizan a la clase media culta.
Es que el creador de las Ferias del libro, de las verdaderas y plenas, es Chávez. Nadie puede negar su profundo amor por el pueblo ni la forma en que este se lo retribuía. Pero Chávez, tan amoroso del pueblo como de la lectura, no solo quería un pueblo al que estaba haciendo salir de la pobreza garantizándole su derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda y a un salario digno, sino también un pueblo culto, con acceso pleno a la educación, a la cultura y a los libros. Crea la enorme imprenta de Guarenas, que no cesa en su trabajo. Venezuela se llena de editoriales, de libros y de librerías, que ya no asustan al pueblo. Y lo más importante, de lectores y lectoras buena parte de los cuales son gentes del pueblo. Se edita todo tipo de libros y los precios se abaratan. Las ferias son espacios masivos y alegres de foros, discusiones y encuentros, y de ellas sale pueblo bien provisto de esas armas poderosas que suelen ser los libros.
Luego viene la crisis. Muere Chávez, los problemas acumulados caen sobre Maduro. Guarimbas y conspiraciones. Se inicia el bloqueo yankee, se dispara la inflación, se derrumban los salarios. Pero en medio de todo, con menos gente y menos libros, las ferias siguieron en esos terribles años y, aunque reducidas, han resistido luego a la pandemia. Y en estos dos últimos años han empezado a recuperarse y a crecer.
Esta recuperación y crecimiento es en gran parte obra de Ernesto Villegas, ministro de Cultura que tiene una visión plena y múltiple de esta, y de Raúl Cazal, presidente del Centro nacional del libro, que comparte ese esfuerzo y esa visión. Y es que ya no se trata de recuperar solo la edición de libros sino sobre todo de difundirlos, es decir, que la prioridad sea digitalizarlos y lanzarlos a las redes, sin lo cual resultan obras sin trascendencia. Son esas las ideas que reaniman estas últimas ferias, lo que garantiza su crecimiento, sus logros y su proyección.
Pero se supone está claro que, por importantes que sean, las ferias no son el centro de todo. Lo central es la lucha por la soberanía y contra el coloniaje, la urgencia de enfrentar la desigualdad creciente que amenaza convertirnos en país de una elitesca minoría de superricos y una creciente mayoría de super pobres. Lo central es la lucha por recuperar nuestra capacidad productiva, la solidaridad humana amenazada por el individualismo, y la convivencia pisoteada por la pérdida de valores humanos, impulsando por supuesto la lucha por derrotar la imparable inflación y el insoportable derrumbe de nuestros sueldos y salarios. Sin olvidarlo, disfrutemos en estos días de esa feria, de esa hermosa fiesta cultural que nos alegra y que da vida y fortaleza a nuestras esperanzas.