La nueva era en América Latina


Escrito por Fernando Esteche

Los resultados electorales del 2021 en distintos países latinoamericanos alentaron a los analistas superficiales a ensayar inconsistentes teorías sobre un Nuevo Ciclo Progresista que curiosamente estaría encabezado por conservadores manifiestamente contrarios a las ideas de izquierda.

Entre las tesis estructurantes sobre las que venimos analizando la etapa geopolítica nuestroamericana hay dos fundamentales:

  1. El Declinacionismo de Estados Unidos como hegemón organizador de la economía global, desde el unipolarismo. El declinacionismo se manifiesta tanto en la crisis de hegemonía global como en crisis intestinas del propio sistema político norteamericano, crisis del sistema financiero, crisis del modelo económico, crisis de infraestructura, crisis del espacio urbano, etc.
  2. El Redespliegue norteamericano intentando revertir ese declinacionismo y que redunda en un momento de ofensiva multidimensional; diplomática, militar, financiera. Una ofensiva en todos los órdenes por recuperar capacidad de sobredeterminación de la política global.

Estas dos tesis son las que nos ordenan el pensamiento a la hora de reflexionar sobre el momento geopolítico nuestroamericano.

Joe Biden presidente de EE.UU

Lo que tenemos con el arribo de Biden-Harris al gobierno norteamericano es la llegada de una de las facciones en la que se desarrolla la interna hegemónica; la facción globalista financiera al poder, que pretende retomar la agenda inconclusa de Obama en oposición a la política exterior trumpista; operando para los grandes grupos financieros globales, con eje en el poder bursátil y con el objetivo de la liberalización comercial global y la deslocalización productiva, con las corporaciones globales como sujetos económicos e históricos principales. Es la facción contraria al núcleo de Trump (perteneciente a la facción americanista o continentalista).

El decadente y vetusto americanismo supremacista jingoísta que encarna Donald Trump desanduvo gran parte de la estrategia globalista ahora retomada con vigor, con financiarización y con militarismo de parte de Biden-Harris no menos jingoísta que Trump.

Redespliegue imperialista multidimensional en América Latina

El primer movimiento de redespliegue los norteamericanos lo vienen operando en América Latina predominantemente, no obstante, otras acciones en distintos rincones del mundo como Armenia, Kazajistán, Asia-Pacífico o Ucrania.

Cuando se sostiene que América Latina es el Patio Trasero de Estados Unidos se está desarrollando una operación semántica de encubrimiento, que, si bien expone un nivel de injerencismo y evidencia una relación de colonialidad, obtura la realidad de que el subcontinente es el verdadero lebensraum, espacio vital, de Estados Unidos.

El propio desarrollo económico con la deslocalización productiva, las maquilas, y diversas formas que se produjeron, expone que se trata también de un hinterland (en términos de espacio interno propio de la metrópolis) que contiene una enorme reserva de mano de obra barata, que garantiza condiciones de competitividad productiva para la “burguesía imperial”. El Plan Puebla Panamá contempla, entre tantas otras variables, justamente este elemento.

La valorización de Nuestraamérica, que explica la voracidad dinámica y creciente del Imperialismo, puede explicarse a la luz de la crisis mundial que dará cuenta del agotamiento de bienes de distinto tipo, agua, minerales, energía, etc., abundantes en nuestro territorio. Además de las enormes cuencas petroleras, abundan minerales que son insumos estratégicos en el sentido que se aplican a las tecnologías de punta que desarrollan nuevos patrones energéticos (el ejemplo más claro de esto son el Litio y el Coltan). Lo mismo la valorización de las cuencas de orinoquía y amazonía que ofrecen una inmensa riqueza en biodiversidad y gigantescas reservas de agua dulce junto a los acuíferos Chiapas, Guaraní y Hielos Continentales.

Varias son las líneas de producción de una relación de colonialidad y subalternidad a través de acuerdos de integración y de organismos multilaterales de tutelaje político.

Todo el aparato integracionista del primer momento neoliberal sigue intacto: la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sur Americana (IIIRSA) como integración de infraestructura para el saqueo; los acuerdos de libre comercio asimétricos; el Acuerdo para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) entre USA y México que pone a este último como gendarme fronterizo norteamericano; La Iniciativa Mérida que articula políticas policiales entre USA, México y Centroamérica; el Plan Colombia, como manifestación militar y enclave de patrullaje en el subcontinente; el Plan Puebla Panamá que integra comercial, económica y productivamente Mesoamérica con USA; la Iniciativa para la Seguridad de la Cuenca del Caribe (CBIS) que asegura la constitución del Caribe como Mare Nostrum norteamericano; y, fundamentalmente, los organismos de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) raquitizando las economías y abortando las posibilidades de desarrollo autónomo de las naciones latinoamericanas.

Como organismo ejecutivo de todo este aparato de sujeción y dominación aparece la tristemente célebre Organización de Estados Americanos (OEA) para vectorizar las políticas norteamericanas, producir estigmatización y aislamiento diplomático con las naciones soberanas y antiimperialistas, y legitimar maniobras de instalación fraudulenta de gobiernos proimperialistas.

Párrafo aparte merece la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que nace como organismo eminentemente latinoamericano y caribeño bajo el influjo de los gobiernos posneoliberales de la última etapa del Siglo XX y que fuera prácticamente sepultada durante la restauración conservadora encabezada por Macri, Bolsonaro, Piñera y cía. El organismo, cuya sola existencia es una denuncia contra la propia OEA, ha vuelto a funcionar con las limitaciones propias de las políticas de los gobiernos que la integran, lo cual alienta en muchos analistas la idea de una nueva etapa nuestraamericana de la que nosotros descreemos en lo inmediato.

Con todo este andamiaje institucional, con el complejo de acuerdos de integración asimétrica, y con los organismos multilaterales de crédito; los Estados Unidos combinan sus viejas tácticas de Big Stick con Diplomacia del Dólar, su política de buen vecino con la Doctrina Monroe y el corolario Roosevelt. Así operan su redespliegue en la región con el inocultable sello de un neo-monroísmo que convierte a sus embajadores en verdaderos coroneles de ocupación.

La dimensión militar del redespliegue tiene una importancia superlativa. Por un lado, el ya planteado Plan Colombia desde donde desarrolla su política de gendarme y de penetración militar en nuestra región. No se trata hoy solamente de asegurar el saqueo y la depredación vía la remozada Alianza del Pacífico, sino de ser retaguardia y portaaviones ante la eventualidad de tener que intervenir en alguna situación que se salga de la lógica o la previsibilidad del metacontrol imperial de la región.

Actualmente casi todos los países de Latinoamérica sostienen algún tipo de cooperación con las fuerzas del Comando Sur. Por ejemplo, en cuanto acuerdos marítimos el UNITAS Atlántico, que en conjunto con UNITAS pacífico, TEAMWORK South, SIFOREX y PANAMAX logran un área de influencia que afecta a casi todo el cono sur. Es decir que seguimos cautivos y reproduciendo desde nuestros estados una alianza de cooperación por la seguridad hemisférica con USA. Distintas fuerzas reagrupables y con diversa capacidad de traslado y operatividad se “triangulan” con los mandos y efectivos del SOUTHCOM y de la Cuarta Flota de la Marina de Guerra estadounidense, encargada de la vigilancia y “protección” de las “aguas azules” (océanos), “aguas verdes” (litorales) y “aguas marrones” (fluviales), que bañan las costas norte, nororientales u oriental de casi todos los Estados del Caribe insular, al igual que de la República Bolivariana de Venezuela, de la República Cooperativa de Guyana, de Surinam, de la todavía llamada Guyana francesa (Cayena), así como de Argentina, Brasil y Uruguay, y de la Alianza del Pacífico; resolviendo así el patrullaje de la región.

Los dispositivos de redespliegue neo-monroísta deben atender no sólo el acceso a la depredación de los recursos sino al montaje de infraestructura y a la seguridad de lo que los norteamericanos consideran sus intereses vitales.

Recolonización de la periferia.

El correlato político de la dominación económica Imperialista es una recolonización de la periferia, que se apoya en la creciente asociación de las clases dominantes locales con sus socios del norte. Este entrelazamiento es consecuencia de la dependencia financiera, la entrega de los bienes comunes y la privatización de los sectores estratégicos de la región. La pérdida de la soberanía económica le otorgó al FMI un manejo directo de la gestión macroeconómica y al Departamento de Estado una incidencia equivalente sobre las decisiones políticas. Ningún presidente latinoamericano (con las obvias excepciones) adopta resoluciones de importancia sin consultar la opinión de la embajada norteamericana. La prédica de los medios de comunicación y de la intelectualidad americanizada ha contribuido a naturalizar esta subordinación, al tiempo que cuestiona la injerencia china y rusa en asuntos estratégicos como la producción y distribución de vacunas en plena pandemia de covid 19.

Desarrollarán para la región una táctica de guerra híbrida que combinando viejas y nuevas prácticas prefiguran un nuevo mapa. El neogolpismo que se inaugurara en Honduras contra Manuel Zelaya, siguiendo con Lugo en Paraguay, la destitución de Dilma Roussef en Brasil, proscripciones y demás artilugios contra Lula Da Silva, así como la articulación y concentración de fuerzas de derechas como la unidad opositora venezolana, la unidad opositora boliviana o la hija dilecta de dicha táctica, el  partido PRO en Argentina, combinando con lawfare, soft power y smart power, pondrán a los norteamericanos en una posición de sobre-determinación en la región.

Crisis abierta del Orden y el Metacontrol

Los cambios de gobierno en México y Argentina ofrecían un escenario esperanzador para la rearticulación de un eje de autodeterminación y soberanía. Poco duró.

México no puede desembarazarse de una serie de condicionantes y acuerdos comunes con los Estados Unidos además de padecer al narco en su propio territorio como elemento de desintegración territorial y estatal. Las tareas del gobierno de AMLO lejos de tratarse de recuperación de soberanía y autodeterminación, primero tienen que ver con la recuperación del control territorial de parte del Estado, con el combate a la profunda burdelización y gangsterización de su sistema político.

Argentina presentó condiciones mucho mejores que las del hermano país norteño pero resultó rápidamente mucho más decepcionante. Su primer cambio de gabinete después de una derrota electoral de medio término afianza su tendencia a la creciente subordinación colonial.

Cuba, Venezuela y Nicaragua quedaron expuestos como países utilizados como las cabezas de playa de las guerras híbridas que desata el injerencismo norteamericano. Son el tridente de resistencia antiimperialista. En absoluta soledad y con la deslegitimación creciente producida por la diplomacia cipaya del sistema político latinoamericano.

La recuperación por parte del MAS del gobierno boliviano no debe confundirse con la profundización de la primera etapa revolucionaria encabezada por Evo Morales. Lejos de eso el gobierno de Lucho Arce tiene como principal objetivo su propia supervivencia y el mantenimiento de los niveles de autonomía acordados en una región mayoritariamente hostil. Las disidencias internas incluso con el mismo Evo Morales debilitan la herramienta electoral, pero fundamentalmente jaquean la superestructura estatal como ordenadora de la producción social de su pueblo. Esto es algo que será una constante en muchos países de la región.

El experimento ecuatoriano con Lenin Moreno traicionando a su estructura política, con un líder como Rafael Correa exiliado y con un divorcio irresoluble, hasta ahora, de los colectivos de Pueblos Originarios respecto de la política formal, se consolida con el triunfo electoral del banquero Guillermo Lasso.

El para-golpismo brasileño posibilitó la llegada al poder de un personaje peligroso, por su mediocridad como estadista, al mando de la octava economía mundial. Pero no puede entenderse la prisión de Lula, el aborto de la posibilidad de un triunfo del PT con su proscripción y el para-golpismo contra Dilma Rousseff sin atender al proceso de descomposición que padeció la alianza con los sectores populares que sostenía al PT en el gobierno, producto de las decisiones políticas que se tomaron en el inicio del segundo mandato de Dilma, incluyendo la propia formación de gabinete en alianza con el neoliberalismo.

Jair Bolsonaro sirvió para mostrar la efectividad de los planes de penetración y la eficiencia de los manuales de neogolpismo del Departamento de Estado. Pero eso sólo sin un acuerdo global o sin una alianza de dominación expresada en el poder político real es muy endeble. Es un experimento que empieza a fracasar y mostrar fisuras al interior propio de los sectores dominantes económicos, ideológicos, militares y políticos de Brasil. En este sentido advertimos que las alianzas que propone Lula (Henrique Cardozo, Alckmin) para articular un acumulado electoral capaz de derrotar al bolsonarismo o neobolsonarismo (ex juez Moro) van en el mismo sentido de la alianza argentina del Frente de Todos, o peor repitiendo los propios errores del pasado que le costaron su merma en consenso. Esto resultará en una profunda defraudación de las expectativas del pueblo brasileño como sucede en Argentina, con la consecuente degradación y crisis del sistema de representación y de orden.

Uruguay, cautivo de su tendencia a la “siesta cívica” que aquel poeta cuando le dedicaba sus versos a Raúl Sendic (el padre, el guerrillero) denunciaba, vuelve a ensayar una restauración conservadora. El quid es que la izquierda no ha producido políticas de izquierda ni hacia el interior del “paisito” y mucho menos respecto de la política exterior. No hay que olvidar nunca que el señor Luis Almagro, director de la Organización de Estados Americanos (OEA) y pieza clave en la articulación del golpe militar en Bolivia en 2019, surgió del Frente Amplio y, a la luz de los hechos, resulta un dilecto operador de la política de nuevo reordenamiento de dominación imperial para la región.

Colombia, atravesada por una guerra plurisecular, víctima de la operación de colonización suave más grande del siglo XX de parte de USA mediante el Plan Colombia, llamada a ser el portaaviones del Comando Sur en Nuestraamérica, transitando una democracia tutelada, jaqueada entre la guerra, el narco y el Imperio, para que las oligarquías locales se disputen la administración con las oligarquías transnacionalizadas. La propia persistencia del conflicto armado luego de una nueva estafa a la paz, es evidencia de la imposibilidad democrática liberal. La actual situación de caos y violencia perpetrada por el gobierno de Iván Duque vuelven a poner en el tapete la imposibilidad de la democracia liberal de responder a las movilizaciones y demandas populares que además no encuentran cauce institucional donde proyectar toda esa energía política frente a un estado militarizado que asesina, desaparece y encarcela a los emergentes y referentes sociales y políticos populares. En este sentido el Pacto Histórico que presentara Petro curiosamente en España en la cumbre socialdemócrata como propuesta popular para Colombia padece de los mismos males que la propuesta de Boric en Chile, o de Pedro Castillo en Perú.

El temprano naufragio de Pedro Castillo en Perú al someterse a las presiones de una derecha cipaya expone las limitaciones de la socialdemocracia que así lo aconsejó.

La derechización de la campaña electoral de Boric preanunciaba cierto comportamiento de sujeción colonial como el que se practica en la Argentina de Fernández.

Candidatos de izquierda que se esfuerzan por mostrar que no son de izquierda no expresan las aspiraciones ni las reivindicaciones que los pueblos levantan en sus combates callejeros por Bogotá, por Santiago, en las rondas peruanas, en Quito o Guayaquil, en Buenos Aires, en cualquiera de los rincones de Nuestra América.

Los procesos de rebelión popular que se alimentan en la memoria de los procesos nacional- populares posneoliberales, que se alumbran en los anhelos de las revoluciones inconclusas del populismo latino, esos procesos no son expresados por las alianzas progresistas que padecen el mal congénito de su reformismo en un momento de agresión imperial y redespliegue. Poco es lo que pueden ofrecer como respuesta a lo popular.

La persistencia sistémica que ofrece propuestas políticas progresistas como plataforma de contención de lo popular pueden contar con mayor o menor éxito electoral, pero están destinadas fatalmente a la claudicación que producirá defraudación y esto a su vez debilitará el sistema de representación ya debilitado y resquebrajará la institucionalidad liberal como ordenadora del proceso social.

Por lo demás está claro que el escenario electoral es crecientemente rechazado por las grandes masas como escenario de resolución de sus conflictos; a la vez que se percibe en ese terreno un sensible activismo electoral de derecha.

Las elecciones ofrecen una noción de la relación de fuerzas entre los que deciden votar que suelen ser la mitad o menos de la población. La otra mitad se manifiesta en las calles o con su silente pasividad. El Orden y la institucionalidad como la conocemos entran en un proceso de reconfiguración, porque además lo que queda fuera de la producción de orden e institucionalidad queda fuera también del metacontrol imperial.  Aquí hay una contradicción aun no resuelta entre democracia, modo de acumulación del capital financiero transnacional y capacidad de metacontrol social de los pueblos. En la resolución de esa contradicción triangular está la clave de la posibilidad de una América Latina soberana, o no.

Por lo pronto el tiempo inmediato es de redespliegue efectivo y recolonización imperial, es también de rebelión popular antineoliberal. La deuda política es la construcción de un nuevo bloque histórico para parir una nueva situación en la región.

Notas:

Esta nota fue publicada en United World International

La nueva era en América Latina – United World International