Por Clodovaldo Hernández
Feb. 4/22.-A diferencia de muchos golpes de Estado y “revoluciones”, el alzamiento militar del 4 de febrero de 1992 no fue planificado como un evento mediático. Pero terminó siéndolo por la dinámica de los acontecimientos y por las características de su principal líder, Hugo Chávez.
La imagen de un tanque trepando por las escalinatas del Palacio Blanco (frente a Miraflores) fue un ícono de las primeras horas de la insurrección. La declaración del joven comandante de paracaidistas al momento de rendirse (en horas de la mañana) marcó para siempre la historia contemporánea de Venezuela.
Un medio de comunicación fue clave en el desarrollo de los hechos: Venevisión, pues hacia la sede de esta planta televisora se movilizó el presidente Carlos Andrés Pérez luego de ser sorprendido por la algarada. Desde un improvisado set le habló al país, un hecho crucial para que el movimiento en su contra fuese controlado.
Expertos en comunicación y testigos directos de lo ocurrido afirman que Pérez restó importancia las informaciones de inteligencia según las cuales había una insurrección en marcha.
Luego, los oficiales superiores subestimaron a Chávez al ofrecerle la posibilidad de hablar en vivo y directo a través de todas las televisoras. Al futuro líder nacional e internacional le bastaron unos 30 segundos y 175 palabras para convertir en un éxito político lo que había sido una derrota militar.
La vergonzosa censura previa
Lo que ocurrió en la esfera mediática a partir de ese momento es un relato paralelo al del campo político. La mayoría de los dueños de medios cerraron filas “en defensa de la democracia”, enarbolando un discurso que procuraba identificar a “los golpistas” con expresiones del militarismo latinoamericano. La relación más directa que encontraron fue con el movimiento Carapintada que había tenido varios intentos de levantamiento en contra de la todavía joven democracia argentina.
Hubo, sin embargo, medios que se mostraron poco dispuestos a la solidaridad automática. Quisieron buscar todas las visiones y escarbar en las causas profundas del malestar que había hecho posible la asonada en un tiempo en que ya los cuartelazos se consideraban una etapa superada de la historia.
En Caracas, una de las voces discordantes la tuvo un pequeño periódico que trataba de abrirse paso entre los titanes de la prensa escrita: El Globo. Pese a ser propiedad de Nelson Mezerhane (sí, el mismo de Globovisión, el dueño del Banco Federal, que años después huiría con el dinero de sus clientes), ese diario dirigido por aguerridos veteranos e impulsado por un montón de jóvenes, quería hacer periodismo en el sentido más recto de la palabra.
Para hacer frente a cualquier postura considerada peligrosa por parte de los medios, el Gobierno acordó aplicar la censura de prensa, al más clásico estilo de los tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Designó un censor para cada medio, quien debía autorizar todo lo que fuese a ser publicado.
Esta operación en contra de la libertad de expresión se amparó en un típico acto del sistema político puntofijista: la suspensión de garantías constitucionales, que se aprobó el mismo 4 de febrero por solicitud del Ejecutivo y con respaldo del Parlamento.
La vergonzosa situación de tener a un extraño en las salas de Redacción decidiendo qué podía publicarse y qué no generó un enorme descontento en el gremio periodístico. Comenzó a tomar cuerpo la idea de realizar un paro de un día para evidenciar la protesta de los comunicadores ante semejante abuso de autoridad. Algunos periódicos publicaron páginas en blanco, para dejar constancia de que algunos temas habían sido censurados.
Se realizaron asambleas dirigidas por el Colegio Nacional de Periodistas (CNP) y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) en cada uno de los medios. Se forjó un consenso a favor de la huelga, pero el Gobierno apretó a los dueños de los medios y estos se pusieron en contra del paro. Cuando llegó el día pautado, varios de los grandes medios elaboraron sus ediciones con el “personal de confianza” por lo que la manifestación terminó siendo un fracaso.
No conformes con ese resultado, algunos medios tomaron represalias contra quienes habían sido líderes de la protesta. En El Nacional despidieron, entre otros, nada menos que al exsecretario general del SNTP, Mario Villegas y a Francisco “Frasso” Solórzano, a pesar de que venía de ganar importantes premios por sus fotografías del “Caracazo”. Unas semanas más tarde, en El Diario de Caracas fue despedido el redactor de esta nota, que había sido secretario de Organización del SNTP y delegado sindical en ese medio. Los despidos cumplieron la función de escarmentar al resto de los compañeros: estaba claro que los dueños de medios y el Gobierno de Pérez no iban a permitir ninguna actitud que pudiera entenderse como a favor de “los golpistas”.
Los medios contra la reforma constitucional
Superada la coyuntura del fallido paro de la prensa, el sistema político trató de apaciguar las energías desatadas en el país mediante la aceleración de una reforma de la Constitución Nacional que había venido discutiendo el Congreso.
Durante unos meses, las Cámaras Legislativas trabajaron a marchas forzadas para aprobar la reforma, pero alguien tuvo la “mala idea” de incorporar unos artículos sobre la información veraz y oportuna y respecto al derecho a réplica. Los dueños de medios reaccionaron con tal virulencia ante esas normas que obligaron a los políticos a abortar la reforma constitucional en su integralidad. Luego de cerrarse esa vía, sobrevino el segundo intento de rebelión militar, el 27 de noviembre de 1992.
Lo ocurrido el 4F y luego, a lo largo de 1992, fue una especie de preludio de lo que sería el rol de los medios de comunicación, primero contra la opción electoral del comandante Chávez en 1998 y luego, como plataformas fundamentales de la oposición a su gobierno, desde 1999 hasta su fallecimiento, en 2013 o, si se quiere mirar más ampliamente, hasta el sol de hoy.
Se evidenció que el poder político de la IV República tenía entonces como aliado al poder comunicacional. Las élites de la derecha partidista y mediática –ahora con rostros y modelos de negocio nuevos- han permanecido casadas en sus empeños por volver a tener el control del país. En eso andan, 30 años después del 4F.